19 noviembre 2014

LA TROVA QUE AGONIZA EN MÉXICO Y REVIVE EN CUBA (III Y ÚLTIMO)

En Cuba la trova ha evolucionado conforme involucionó la situación económica de la Isla. Pero en México la trova parece subvalorarse en paralelo a la involución política del país. Muchos trovadores aztecas se han vuelto light: covers de clásicos, relevos generacionales con pobre propuesta, Alejandro Filio repitiendo sus fórmulas de los noventa en su reciente álbum, “Se trata de sentir” (2014), donde el compromiso político es apenas testimonial. Por supuesto, varias golondrinas, con conceptos musicales innovadores, sí hacen verano en nuestro país.

Mientras tanto, el tejido social en México se descompone y se rompen los canales institucionales de expresión política. Campea la violencia en las ciudades, el campo, los partidos y los medios de comunicación. El estado de ánimo de la población, sin puntos cadrinales, se ensombreció repentinamente. Lo sólido (si alguna vez lo fue) se desvanece en el aire. La desconfianza cobra ribetes de desafío. Un espiral de rabia que nadie sabe a dónde podría llegar. 

En Cuba, por el contrario, salvando la pluralidad de propuestas, la trova ha evolucionado a una especie de soledad solidaria: el relevo generacional que abre la boca frente a sus padres políticamente elusivos, el desencanto que destila la utopía, la impotencia que agota los resabios de la fe, el abandono de la quimera que acentúa el aislamiento asfixiante. Canta Santiago Feliú su intención de “no tener que resistir, / nostálgico, esperando el ayer”. Cuando lo único que resta es esperar el ayer y la esperanza se conjuga en tiempo pasado, la era ya no está pariendo un corazón, como decía Silvio Rodríguez, sino una granada de mano.

Hace días, cenando con un grupo de trovadores cubanos, el decano de ellos me confió que todo su repertorio musical es una variación del poema “Isla”, del gran poeta y escritor Virgilio Piñera: “Se me ha anunciado que mañana / a las siete y seis minutos de la tarde / me convertiré en una isla / isla como suelen ser las islas”. Omito el nombre del trovador porque me pidió no abonarle más a su mala reputación ante las autoridades cubanas, además de que Piñera no deja de ser un compañero controvertido en el misal literario de las Antillas. 

Nunca una metáfora (la Isla) se había convertido en realidad palpable mientras la aldea global le voltea la cara, indiferente, a esa tierra crepuscular, rodeada de agua, donde soñar se ha vuelto una obligación y no un derecho social, como el niño que espera un día que no acaba de llegar. Si el mexicano desconfía abiertamente, por miedo, el cubano tiene miedo sotto voce de confiar. Literalmente, lo mata la espera. ¿Por qué? De nuevo Carlos Varela con sus metáforas: “Yo tuve un jardín / que fue creciendo conmigo. / Años después, un humo negro en el cielo, / la Inquisición / quemó mi bosque con fuego, mi bosque”.

La trova nunca ha sido popular, ni en México ni en Cuba. Tiene la condición de ser un género marginal, casi clandestino, apartado de los circuitos comerciales. Pero cada vez que se convoca a alguno de sus exponentes a la Plaza de la Revolución, de La Habana, una muchedumbre sale milagrosamente por debajo de las piedras y se concentra a cantar como el verdadero protagonista del concierto. El cantautor sólo se limita a acompañarla con su guitarra y coreando sus estribillos.


En México pasa un fenómeno parecido: las peñas han cerrado en su mayoría por deserción de clientela, por aburrimiento de aficionados o por claudicación del modelo de negocio, pero cada vez que se promociona a Silvio Rodríguez para venir a cantar en algún auditorio masivo, se agotan las localidades. Y es que la trova, ese muerto que dijo haber matado la incultura, goza de cabal salud. O simplemente andaba de parranda.         

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