El Che
Guevara escribió en “El socialismo y el hombre en Cuba” que la Revolución no
había creado asalariados dóciles al pensamiento oficial. Tenía razón. Lo
imagino vivo, el uniforme verde, la boina calada, avejentado por el asma, las
guerras ganadas y perdidas en el campo de batalla y las oficinas burocráticas.
¿Qué diría ahora?
Si la trova
es poesía, música y compromiso, el Che amaría la trova. ¿Pero qué pensaría si
escuchara cantar a Carlos Varela: “tómalo como quieras / la política no cabe en
la azucarera”? ¿Qué opinaría de Frank Delgado y su controvertido homenaje: “Si
el Che viviera, fuera, fuera, un ornamento sin talento / un represor del
sentimiento”? ¿Qué diría del propio Silvio Rodríguez que en su madurez le canta
a los héroes vivos: “Ese hombre que por hechos o por dichos, es alabado tanto.
/ Se cuide de sí, se cuide de él solo /Porque hay un placer perverso en creer /
merecerlo todo”?
Para mi, la
Nueva Trova (poesía, música y compromiso), tanto en su formato de guitarra
acústica como usando luego instrumentos eléctricos, softwares y loops, no nació entre los jóvenes
bohemios de los conciertos en la Casa de
las Américas o en el Centro de la Canción Protesta de 1967, sino entre los
propios guerrilleros del Granma, en especial, en esos versos simples que Juan
Almeida escribió en México, en 1956, para despedirse de una novia suya, antes
de partir de Tuxpan, Veracruz, el 25 de noviembre de ese año, junto con Fidel
Castro, de regreso a su patria: “Y ahora que me alejo / para el deber cumplir /
que mi tierra me llama / a vencer o morir / no me olvides Lupita / ay,
acuérdate de mi”.
Compárese
la canción de despedida de Juan Almeida con otra de Frank Delgado, “Como un
Ángel” crónica urbana escrita décadas más tarde. Ahora es una muchacha la que
parte: “Nadie le dio algo de amor. Nadie, / nadie abrigó su corazón. / Por eso
quiso buscar como escapar / por eso se fue buscando otro lugar”. O mídase la
diferencia de épocas entre la canción de Almeida frente a esa pequeña y enigmática
obra maestra de Carlos Varela titulada “De Vuelta a Casa”: “Me voy mi amor,
otra vez me voy / Me voy sin saber que pasa / Tu sabes bien que soy como soy /
Pero sigo regresando a casa.”
En ese
lapso, una revolución triunfante hace agua por el embargo eterno, pero también
por un estalinismo que petrificó muchas áreas burocráticas. Nadie podrá acusar entonces
a los jóvenes que han salido de la Isla buscando nuevas oportunidades
existenciales, ni a los que se han quedado allá, en ese recóndito exilio del “yo”:
ya no quieren esperar ni creen que las cosas llevan su tiempo. Y saben que el
que tenga una canción tendrá tormenta y sillas peligrosas que lo inviten a
parar.
Sin
embargo, los exponentes de la Nueva Trova de la segunda generación no son
exiliados políticos. Estos “cabecipelaos” (como los apodaron en los 80 la Unión
de Jóvenes Comunistas) crecieron en medio de una crisis económica que rebasa los
20 años. Son creadores indóciles al pensamiento oficial, como lo quería el Che,
que buscan evolucionar como personas y artistas líricos, que forman parte del
modelo “cuentapropista” al que recientemente se ha abierto el régimen, que son
reformistas y renuncian al arte como mera expresión ideológica, pero que no
reniegan de los valores cívicos que cohesionan a la sociedad cubana con sus
sueños, dolores y ausencias familiares, así se queden adentro o fuera de la Isla,
de un lado u otro del muro, en una u otra orilla.
Esté permanentemente
o de paso en Nueva York, Paris o Monterrey, el cubano siempre regresa a su casa.
Y sigue cantando Varela: “Si ves mi amor que otra vez me fui / Me fui sin
entender que pasa / En tu corazón se esconde mi país / Y el jardín que me
conduce a casa. / De vuelta a casa”.
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