13 noviembre 2014

EN MÉXICO, DEBATIR ES BATIRSE

En México la discusión pública no la gana nadie porque más que argumentos, se esgrimen amenazas: todo es descalificación a la persona y atrincheramiento en las posturas políticas propias.

En el mejor de los casos, los políticos de cualquier partido y sus defensores o detractores de redes sociales sólo convencen a quienes coinciden de antemano con sus reflexiones. Y es que al margen de sus alcances discursivos (muy pobres) culturales (no muchos) políticos (muy retorcidos) económicos (muy elementales), los polemistas mexicanos no saben conjugar el verbo debatir.

Es comprensible: en México no hay cultura del debate. En Estados Unidos, entre elecciones primarias y elecciones abiertas, un político debatirá en promedio 45 veces en su vida; en Francia lo hará 38 veces; en Inglaterra un Primer Ministro debate casi a diario con el gabinete opositor (shadow cabinet).

Los grandes polemistas en México, Nemesio García Naranjo, Alejandro Gómez Arias, y más recientemente Heberto Castillo y Carlos Castillo Peraza son leyendas ya lejanas. ¿Cuántas veces habrán debatido sus ideas para gobernar, al margen de los discursos para seguidores o acarreados, un alcalde o un gobernador? Muy pocas. Y muy pobremente.

A los polemistas en México los representan sus clichés, los lugares comunes que se creen vaciladas ocurrentes, los monólogos extremistas que se autoexcluyen; los discursos sordos que se encierran en el baño para discursear soliloquios, y el pensamiento único como cómodo blindaje personal, que no se preocupa por urdir el mínimo argumento. ¿Entonces, cómo vamos a analizar así, colectivamente, los grandes problemas nacionales?


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