16 noviembre 2014

EL HOMBRE QUE SE DESVELA

Otra noche empantanado en la sábanas, sin poder dormir. Leo en El País que pronto se publicarán más añadidos a los diarios de Josep Pla. Me llama la atención que describa su rutina de sueño: irse a la cama a las cuatro de la madrugada y levantarse a partir de las cuatro de la tarde. “Tengo la vida totalmente invertida. Del día hago noche y de la noche, día”. Luego, el único vicio bien visto: “leer es lo único que me apasiona, que me hace vivir”.

Pero otra frase suya es la que me perturba, porque podría ser corolario para mi propio diario personal, en esta madrugada que me pesca despierto: “día perdido, nulo, miseria absoluta y terrible”. Bien mirada, esta sería la mejor definición del insomnio. Basta con quitar la palabra día y sustituirlo por la palabra noche.

Horas nulas, miserables, plenas y por lo mismo, terribles. Y más adelante, en la misma nota periodística, leo: “La cama. Soledad total”. Pla tenía cuando escribió esta frase, poco más de 50 años. Una década mayor que yo. Nada. Un malestar inespecífico, engañoso y hasta diría que dulce.

Rápida la vida y lenta su demora en terminar. Nada qué hacer. Realidad descarnada es la noche que se alambica con la neurosis que no descansa y es más lúcida porque es oscura. Vida en penumbra que alumbra saberes y ventila, con el rocío de la negra claridad, lo que vendrá.

En el sopor de la falta de sueño, síntomas de la inminente entrada a la vida de viejo, se comprenden mejor estas cosas. Algo tendrá que ver la depresión: esta coquetería muy mía con los precipicios de la imaginación. Y su pesimismo ciego. No busco las causas. Me topo con ellas: obligado a administrar un bar, zona de convivencia plural, soy un sociópata secreto.


Sigue Pla: “me invade una gran depresión, más fuerte cada día: la sensación de que no hay nada que hacer”. Noto que el viejo la pasaba peor. Y eso alivia. Calma el alma en cueros que alguien piense peores barbarismos que uno. Como Josep Pla. Pero bueno, el viejo era un genio. Un escribidor sin faltas ortográficas, ni errores gramaticales, ni temas prohibidos. Qué envidia.     

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