Viajo en carro de Xalapa al puerto de Veracruz rayando el
crepúsculo. Me siento cómodo viendo el paisaje: encinos, tendajos de pescado,
estanquillos informales, vendedores ambulantes. De improviso, un puente de
concreto hidráulico rompe la monotonía de casuchas y viandantes: las vías
ferroviarias atraviesan el horizonte como una enmarañada red de hierro. Y una
serie de contenedores de carga, 12.20 metros de largo, 2.60 metros de altura y
2.45 metros de ancho (la medida estándar de estas cajas monumentales),
demuestran que Veracruz es un puerto legendario, tres veces heroica, pero mil
veces más un distribuidor mundial de productos comerciales.
En la ciudad, de cara a la costa, una estatua de Venustiano
Carranza frena el paso, simbólicamente, a los buques de guerra norteamericanos
que pretendían invadirla. Pero los contenedores del puerto abren el paso, no
simbólica sino literalmente, al comercio global. Me tiento a pedirle al chofer
que frene el vehículo para apearme en un promontorio y contemplar esas cajas de
embarque multicolor, diseminadas bajo mis pies, en sucesión caótica que se
pierde en el horizonte. Me gustaría respirar el aroma denso y nada ecológico de
los trenes, los almacenes, los vagones de plataforma, el combustible diesel de
los tractores camiones y las locomotoras.
Los libros de historia de México están repletos de hechos
empapados de sangre, de héroes derrotados, insurrecciones populares y rebeldías
malogradas. Pero cuentan poco o nada sobre los avatares de la otra revolución
que forja tanto o más patria que las asonadas militares: la tecnológica. Y de
esta revolución pocos reparan en un invento relativamente moderno, que en pocos
años, desde su creación en 1959, cambió la economía mundial y acortó la brecha
entre los países pobres y ricos: el contenedor. Antes que el flujo de
información, nos globalizó el flujo de productos.
Parece un invento elemental, pero antes de la existencia del
contenedor, el transporte marítimo de mercancía era costoso y tardado (llegaba
a representar al menos entre el 15 y 20 por ciento del valor comercial). Los
habitantes de un país consumían estrictamente lo que producía la industria
local y no contaban con suficientes opciones de productos. Además, la
regulación del transporte se dividía en innumerables aranceles si el flete era por
barco, tren o camión. La demora de productos en los almacenes no era calculable
y pocas veces se respetaban los plazos de entrega. Otra constante era el robo
de mercancía.
Ahora, gracias al contenedor, los precios son más bajos y la
oferta más variada: el traslado de mercancía de la fábrica hasta el depósito
para su inmediata comercialización al menudeo, representa apenas el uno por
ciento del valor comercial. La carga transoceánica se muda de un tren a un
camión hasta llegar a su destino con una simplicidad que al consumidor actual
le resulta indiferente porque es parte de la normalidad comercial. ¿Pero lo
entiende así el heroico puerto de Veracruz? ¿Tienen claro las autoridades públicas
que si no modernizan la infraestructura portuaria, las compañías navieras
atracarán o zarparán tarde o temprano con su cargamento de otros puertos que
les ofrezcan mejores tratos comerciales?
Desde su creación, el invento del contenedor ha destruido la
pujanza comercial de puertos británicos tan legendarios como Londres y
Liverpool y ha provocado el boom de pequeñas ciudades como Felixstowe. En EUA,
Seattle ha crecido exponencialmente gracias a sus inteligentes medidas
arancelarias y a la modernización tecnológica. China es una potencia entre
otras causas por los cargamentos que diariamente traslada en los contendedores
marítimos.
Contemplo a vuelo de pájaro los contenedores que se posan
como cajas coloridas en la entrada del puerto de Veracruz. Avanzo en el carro
donde viajo sobre el puente y espero volver a ver el mismo espectáculo de
dinamismo económico a mi próximo regreso a este Estado. Parece una ironía
comercial pero México será más independiente en la medida en que cada vez se
vuelve más interdependiente. No hay remedio ni vuelta de hoja.
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