Edgardo
Buscaglia, supuesto experto norteamericano en seguridad y narcotráfico y
profesor visitante del ITAM, ha publicado sus buenos consejos para impedir que
masacres como la de Iguala se repitan en México: propone que la sociedad civil
tome la calle. Y para abonar su dicho, pone como ejemplo las protestas
ciudadanas de Italia en los años 90 que se articularon en el movimiento “Manos
limpias”.
En realidad, “Manos
limpias” fue una vendetta muy a la italiana, de varios grupos políticos en
contra de otros grupos políticos para meter en la cárcel a sus rivales. El
ganador de esta escaramuza al estilo Cosa Nostra, fue un payaso de feos modos y
negras intenciones de apellido Berlusconi. Las cosas terminaron peor que cómo
empezaron y los ciudadanos de bien prefirieron olvidar su participación en
aquel anticipo del reinado del farsante don Silvio.
Pero Buscaglia
no se estanca en comparaciones odiosas y nos receta una ristra de acciones cívicas
para limpiar la inseguridad pública de una vez por todas, hasta minimizarla a
mera anécdota en la historia moderna de México. En principio de cuentas sugiere
que “millones de ciudadanos salgamos a la calle a protestar como parte de una
movilización popular, masiva y bien unida”.
Luego nos
dicta a estos millones de ciudadanos “una agenda de exigencias compartidas con
no más de tres o cuatro puntos” como son la modificación de códigos penales,
organismos autónomos de vigilancia ciudadana y llevar a los criminales a la
Corte Penal Internacional. ¡Pues mira, cómo no se nos había ocurrido antes!
De este tipo
de buenas intenciones está acribillado (no empedrado) el camino del infierno. Y
México es un infierno de muertos sin sepultura porque muchos de ellos no
sabemos ni en dónde están. Finalmente, Buscaglia remata con una advertencia
santificante: los millones de ciudadanos que protestan deberemos ser pacíficos,
como lo fue Gandhi. Aclaración impertinente con la que, ahora sí, Buscaglia se
vuela la barda.
Las protestas
masivas son testimonios de la indignación ciudadana (cosa que está muy bien),
pero suelen dejar en entredicho su efectividad política. Siempre estará latente
la duda de si la India consiguió su independencia a raíz de las protestas
ciudadanas que encabezó Gandhi en las primeras décadas del siglo XX, o fue por
insolvencia del gobierno británico, tan desfondado tras la Segunda Guerra
Mundial, al grado de obligarlo a deshacerse de sus antiguas colonias.
Otro líder
ciudadano como Martin Luther King encabezó marchas masivas y fue un muy
valiente aglutinador religioso de la indignación ciudadana en contra del
racismo, pero hay pruebas de que la Ley de Derechos Civiles de 1964, se debió más
al cabildeo de alto nivel de los oportunistas hermanos Kennedy y al olfato político
del viejo ranchero Lyndon B. Johnson.
Las marchas
estudiantiles en 1968, entre las cuales se incluye el espantoso genocidio de
los estudiantes mexicanos en Tlatelolco causó la legítima repulsa
internacional, pero no despeinó ni un pelo al sistema político mexicano, que
siguió gobernando como Juan por su casa en México muchos sexenios más. Lo mismo
sucedió con el partido comunista de China, aparentemente puesto en la picota
por las protestas de la Plaza de Tiananmén, en 1989, pero cuya crisis política
de imagen derivada de la violenta represión masiva no pasó de “quítenme esas
pajas”.
El propio
Nelson Mandela, grande entre los grandes, reconoció en 2008 que el movimiento
ciudadano en contra del Apartheid en Sudáfrica estaba tan desorganizado y sin
disciplina interna, que la democracia multirracial de su país se logró sólo
gracias a sus negociaciones secretas mientras estaba en prisión, con el
entonces presidente Frederik Willem de Klerk, y bajo la anuencia de Inglaterra,
más convencida de tratar con consumidores libres de sus productos y servicios
comerciales, que con súbditos paupérrimos.
¿La Primavera Árabe
de hace algunos años? Fue más un acuerdo cupular antes que la mítica “Primera
Revolución Tuitera” como la bautizó la prensa cursi, hecho demostrado más tarde
con los fundamentalismos religiosos autárquicos que hoy dominan Libia y el
pantano político actual en el que se hunde Egipto. Y en cuanto a las recientes
manifestaciones juveniles en Hong Kong han pasado de ganar las ocho columnas en
los periódicos de Europa a aparecer como pequeñitas notas de interiores. Y es
que los países del Primer Mundo aprendieron a privilegiar los acuerdos
comerciales globales y a desdeñar las pataletas de jóvenes que viven
holgadamente entre rascacielos asiáticos, pero que, a pesar de su buena suerte,
se devanan los sesos y se miran el ombligo buscándole tres pies al gato democrático.
Las protestas
masivas son el medio ideal para expresar la indignación ciudadana, pero no son
herramientas definitivas para acabar con el narcotráfico y menos para derrocar
gobiernos. Lo segundo se consigue mejor con el sufragio (¿si los políticos en
funciones no sirven para gobernar por qué los votamos?) y lo primero (terminar
con el crimen organizado) se logra con la coincidencia de varios factores como
un sistema de seguridad competente, una prensa nacional no corrompida,
organismos internacionales imparciales (la ONU para la que trabaja Buscaglia ya
no lo es) y una opinión pública global que se exprese en múltiples foros, no sólo
en la calle. Lo demás son puras buenas intenciones y lugares comunes, a los que
es tan afecto el pobrecito de Buscaglia.
1 comentario:
Asi es, Buscaglia es brillante, una persona muy lúcida para comunicarse, es mejor que otras personajes de la sociedad civil (Alejandro Martí, Morera, Wallace, Orozco) y eso lo hace muy peligroso también, por que sus antídotos para la inseguridad es sólo un discurso más refinado de la política actual.
Empece a dudar de él cuando menciona casos de exitos como Colombia (siguen arriba de 30 muertos/100 000 habitantes) e Italia (Berlusconi??).
Excelente blog.
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