En México
todos somos iguales ante la ley, pero algunos son más iguales que otros. Esta
obviedad también aplica para los trámites burocráticos que enfrentan los
emprendedores. Carlos Slim no batalló nada para que su yerno, el arquitecto
Fernando Romero, obtuviera el diseño del que será uno de los más grandes
aeropuertos internacionales del mundo: el de la ciudad de México.
Montado en
el prestigio de un arquitecto legendario (Norman Foster), Romero ganó el
concurso de la magna obra que se sospecha fue arreglado por su suegro. Lo
eligió entre dieciséis proyectos un comité de expertos donde la mitad del
número de miembros son funcionarios públicos en activo y otro tanto son
contratistas de la administración federal.
Algunos
analistas opinan que los trámites burocráticos ordinarios para diseñar el
aeropuerto se dispensaron dada la importancia de la obra (más de 120 mil
millones de pesos). Y tendrían razón si no conociéramos de antemano los
antecedentes profesionales de su principal artífice: el arquitecto Norman
Foster.
La historia
de este artista inglés está empedrada de tramites burocráticos en los
principales países industrializados donde fue contratado para levantar
edificios. En casi todos ellos vivió el mismo viacrucis oficial, menos en un
par, entre ellos México.
En Londres,
Foster estuvo a punto de ser demandado cuando construyó el Great Court del
British Museum en el año 2000, porque no respetó la licencia de edificación, al
construir con demasiada altura la nueva cubierta de cristal del patio. La
inauguración de la obra fue pospuesta hasta que Foster demolió una parte de su
construcción.
Ese mismo
año las autoridades de Londres le clausuraron su Millenium Bridge, levantado
sobre el puente sobre el Támesis para unir la catedral de St Paul con la Tate
Modern, porque según el dictamen pericial el puente se bamboleaba de más.
Pero el
choque más memorable de Foster con el gobierno de un país no fue por culpa de
un museo sino de un aeropuerto: el de Pekín. El gobierno chino le retiró
previamente dos proyectos de obras similares, tras haber ganado las respectivas
licitaciones públicas. La tercera fue la vencida, pero a un alto precio de
paciencia.
Los chinos
obligaron a Foster a cumplir un plazo ridículamente corto para entregar su
proyecto ejecutivo: noviembre de 2003 a enero de 2004, lo que no lo eximió de
tener que cubrir cada uno de los trámites legales correspondientes, sin que las
máximas autoridades chinas se dignaran conocerlo en persona. De hecho nunca tuvo
relación directa con ninguno de los altos jerarcas del Partido Comunista.
En
realidad, sólo en dos ocasiones Norman Foster ha logrado agilizar casi a la
velocidad de la luz los escollos burocráticos para diseñar obras arquitectónicas:
cuando ganó sin necesidad de concurso público alguno la creación del Palacio de
la Paz y la Reconciliación en Astaná Kazajistán (2006), y cuando ganó en
sociedad con el yerno de Slim el diseño del Nuevo Aeropuerto Internacional de
la Ciudad de México tras la licitación de un comité de expertos mexicanos
puesto a modo (2014).
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