Un cocinero
muy competente montó su restaurante en San Pedro. Parecía que su hábitat eran
las ollas y los fogones: su vida profesional lo absorbía en cuerpo y alma las
ocho horas que abarcaban su rutina creativa. Dentro de los límites estrictos de
su horario laboral se sentía realizado. Si es verdad que la vida consiste en
darle un sentido coherente, el cocinero lo había conseguido preparando recetas,
condimentando platillos, experimentando nuevos sabores. La práctica lo hizo maestro.
Pero eso
sí: apenas el reloj marcaba la hora fatal de cierre, el cocinero virtuoso se quitaba
el mandil, se despedía del personal y salía disparado a la puerta de salida. Aunque
era el dueño del negocio, los tiempos extras eran innegociables con él o si por
una excepción tenía que ampliar su jornada laboral, lo hacía a regañadientes,
frunciendo el ceño. Desde luego, estaba en su derecho de huir como alma que
lleva el diablo de su propio negocio. Pero no niego que, en mi calidad de
cliente metiche, me intrigó su extraño proceder. Así que le pregunté a donde se
dirigía diariamente con tanta prisa.
“A tirarme
en la cama y ver videos musicales en Youtube”, me respondió. No cuestionaré los
hábitos ni los gustos del cocinero. Es sólo que su respuesta inesperada me inspiró
un par de reflexiones. Porque el ánimo de éste cocinero virtuoso es similar al
de muchos profesionistas actuales. Todos ellos se sienten realizados en su
trabajo, cumplen con satisfacción sus quehaceres laborales, viven más
plenamente ahí en mayor medida que durante sus horas de ocio. Pero no renuncian
a la idea de que es más deseable, o tiene más estatus, el ocio que su trabajo.
El mismo
cocinero me reconoció que mientras se acostaba a ver los videos de Youtube, lo
invadía una sensación de vacío e incomodidad, de ansiedad y tedio. En pocas
palabras, se aburría. Sin embargo, por ningún motivo hubiera preferido estar a
esa misma hora en su restaurante. Lo último que hubiera querido sería volver a
su negocio. Es decir, mientras trabajaba, deseaba acostarse a ver videos de
Youtube, pero ya en sus ratos de ocio, no disfrutaba del pasatiempo que tanto
había deseado.
Nuestro
cerebro tiene dificultades para procesar esta paradoja. Pero sin duda se trata
de un sesgo cognitivo por parte del cocinero (un fallo en su modo de pensar)
que le distorsiona los valores que deposita en sus horarios de trabajo y en sus
ratos de ocio. Obviamente el cocinero prefiere el ocio al trabajo, pero la
sensación de descontento se le agudiza en el ocio y desaparece en su trabajo. ¿Qué
le pasa? En psicología existe el término “deseo errado”: deseamos cosas que en
el fondo no nos gustan (en el caso del cocinero acostarse a ver Youtube), y
disfrutamos cosas que no deseamos (en su mismo caso, atender su restaurante).
Un
escritor, Nicholas Carr, tiene la explicación a este sesgo cognitivo: trabajar
le impone a nuestro tiempo una estructura que perdemos cuando estamos flojeando.
Los seres humanos sentimos satisfacción cuando nos concentramos en tareas
difíciles, con metas claras que nos obligan a ejercitar nuestro talento, lo
mismo colocando azulejos en un baño que preparando una receta de cocina. Es el
“éxtasis del flujo” como lo llama Carr.
En cambio,
cuando no trabajamos y estamos en nuestros ratos de ocio, nuestra disciplina
frecuentemente se evapora y la mente suele dispersarse. Desaparece el “éxtasis del
flujo”. Raramente nos ocupamos en aficiones exigentes y preferimos ver
televisión o hacer voyerismo en Facebook, marcando like a cada post, meme o
foto que suban los amigos.
Pero
nuestra mente, tan traicionera con nosotros mismos, quiere que pensemos otra
cosa: quiere que nos emancipemos del supuesto rigor del trabajo para hacernos
creer que la inactividad es sinónimo de felicidad. Quizá sí, pero no por mucho
tiempo. La sabiduría popular recomienda descansar haciendo adobes. Yo, por ejemplo, dediqué una parte de mi
ocio dominical escribiendo este artículo. Lo cual no me quita que tras ponerle
punto final, proceda a marcar like a cuanto post, meme o foto de mis amigos en
Facebook que se me crucen por mi camino.
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