Me pregunta José Jaime Ruiz si escribiré algo sobre el
flamante Nobel de Literatura Patrick Modiano. Lo haré primero tangencialmente y
luego desde un plano crítico. Hace muchos años la UNESCO nos invitó a un grupo
de mexicanos a visitar su sede en París. El representante de nuestro país en
ese organismo era el doctor Pablo Latapí Sarre, ex jesuita, católico de
izquierda y pionero de la investigación educativa en México.
Una mañana brumosa llegamos a Gare d´Austerliz, el
pedagogo Carlos Ornelas, Tomás Miklos (padre del novelista David Miklos, de
ascendencia húngara), mi gran amiga Roxana Macías (a quien mando un saludo
porque acaba de perder a su padre) y el doctor Roger Díaz de Cossío, ex Subsecretario
de la SEP y creador tanto de la educación abierta como de la educación para los
adultos en México en la década de los setenta.
La UNESCO me decepcionó al menos en su diseño
arquitectónico: el edificio lucía anticuado y el despacho del doctor Latapí era
pequeño, repleto de archiveros metálicos y con reminiscencias del más rancio
estilo soviético. Apenas cumplimos el protocolo de visita, nos dirigimos a la
salida. Don Pablo se sintió apenado por recibirnos en su especie de celda
monástica, así que nos invitó a comer, con la condición de alcanzarnos un par
de horas más tarde en algún brasserie,
tras cumplir rigurosamente con su horario de oficina (él era todo formalidad,
parsimonia y gentileza).
A Roger le cayó de perlas hacer tiempo antes de comer, porque
(melómano irredento), casi nos llevó a empujones a las Galeries Lafayette a comprar devedés con versiones modernas de las
operas de Verdi y Puccini que le faltaban a su colección de más de 5 mil
discos. En el trayecto en taxi de Lafayette a Le Relais de l´Entrecote, en el boulevard de Montparnasse, la
charla se desvió hacia la novela negra, tema del cual Roger era un erudito.
Ya instalados en nuestra mesa de la terraza de l´Entrecote, Roger seguía sentando
cátedra sobre la historia de la novela policiaca, desde las obras de Dashiell
Hammett hasta las más recientes del sueco Henning Mankell (recien traducido al
español en esos años), cuando don Pablo se sumó a la mesa. Lo curioso de ese
restaurante, ubicado justo en la rue Saint Benoit, a pocas cuadras del célebre Les Deux Magots, donde Sartre escribió a
mano “El Ser y la Nada” es que el menú se reduce a un simple entrecot bañado en
una salsa mantecosa y una porción de papas. Pero el conjunto es un verdadero
lujo para las papilas gustativas.
Atento a la lista de autores de novela negra, don Pablo
apostilló el nombre de un autor francés que todos desconocíamos, incluso Roger,
pero que, al igual que los grandes del género, se valía de cierto estilo de
investigación policiaca para envolver a sus novelas en una atmósfera misteriosa,
casi irreal. “¿Y ese quién es?” preguntó Roger. “Es el novelista de las
pérdidas que nos deja el tiempo. En todas sus obras, ambientadas la mayoría en
la ocupación nazi en París, el protagonista busca obsesivamente algo o a
alguien, inicia una pesquisa por el padre que no está, un viejo amor, una
sensación olvidada, o hasta un detective con amnesia detrás de su pasado”.
Yo, que cumplo al pie de la letra los consejos de mis
mayores, me grabé el nombre del novelista desconocido que soltó don Pablo esa
tarde en París: Patrick Modiano. Luego, con esa tersura de voz tan peculiar en
él, don Pablo remató: “Tarde o temprano le darán el Nobel”. Por supuesto que
referirse a Modiano como un novelista policiaco era una mera ocurrencia o broma
de don Pablo, una boutade como dirían
los franceses. Pero la asociación tampoco era tan descabellada: las pequeñas
novelas de Modiano causan en el lector el mismo desasosiego que la mejor novela
negra, pero sin necesidad de tramas truculentas ni de ese artificio chapucero
que es el suspenso.
Lo más sorprendente es que a pocos pasos de nuestra mesa,
se alzaban una buena parte de los escenarios donde Modiano ambienta sus inquietantes
novelas: el tabac Au Chien Fume a un
par de cuadras al oriente, la Place Saint
Sulplice, el Café de Flore en St.
Germain a escasos cien metros, o el antiquísimo bistró Le Petit Saint Benoit.
Años más tarde, en 2009, don Pablo Latapí murió víctima de
un fulminante cáncer de pulmón (finale
prestissimo, como él mismo lo definió) yo me dediqué a conseguir y leer
toda la obra traducida al español de Patrick Modiano, don Roger a devorar
cuanta novela policiaca se cruza por su camino mientras escucha las arias de su
querido compositor Guisepe Verdi y a Modiano le acaban de otorgar su merecido
Nobel de Literatura. Que lástima que don Pablo no viviera para saberlo.
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