14 octubre 2014

LAS REVELACIONES DE PATRICK MODIANO (III Y ÚLTIMO)


“El protagonista busca obsesivamente algo o alguien”. Aquella tarde de otoño en la terraza de L´Entrecote, don Pablo Latapí Sarre evocó por primera vez a Patrick Modiano. Al final de la comida, como digestivo, pidió un cointreau. Se lo sirvieron seco. Nos invitó otro a los demás, “porque será una de las últimas veces que nos veamos”. Para evitar el mal presagio, yo no quise probarlo. A los personajes de Modiano les gusta tomar cointreau, como al propio novelista.

La búsqueda de algo o alguien es la pieza clave de las novelas de Modiano. Los críticos lo acusan de repetirse y publicar el mismo libro con otros títulos. ¿Pero cuántas veces tenemos que contar y recontar el trauma que nos ha marcado? La memoria husmea algo o a alguien en el pasado, como quien se asoma por una ventana a una habitación obscura: hay siluetas y voces en el cuarto, pero en realidad no vemos nada.

Recuerdo a un hombre sesentón con un bléiser negro, muy alto y flaco, cargando a un niño, que pasó por la terraza de L´Entrecote. O mi memoria me engaña o se parecía mucho a Patrick Modiano. Don Pablo le sonrió mientras sorbía el cointreau. El niño era rubio como el papá. ¿O sería el abuelo? Don Pablo no tuvo hijos. Era jesuita y por el amor de una mujer, Matilde, dejó su orden religiosa ya maduro, entrado en años. No pudieron o no quisieron tener hijos. Es curioso toparse con ancianos sin descendencia.

Yo tampoco tengo hijos. No quise tenerlos. ¿Por los mismos motivos que don Pablo? ¿Por aquello que suele buscar Modiano en sus novelas? La culpa que cargan sus personajes no son suyas. En muchas de sus obras la culpa es del padre. No en sentido figurado sino en el biológico: el padre del novelista. Alberto Modiano, fue uno de los tantos “collabos” durante la Ocupación nazi: un judío pícaro de Salónica que traficaba en el mercado negro y colaboró con la Gestapo. Así lo narra en varias de sus novelas, sobre todo en “Un pedigrí”.
       
La culpa que algunos cargan tiene un aroma peculiar cuando no es suya, cuando les viene impuesta de afuera, desde el origen. El aroma que destila el cointreau no es suyo. Es un licor de Angers, al oeste de Francia, hecho desde hace más de 150 años a base de cáscaras de naranjas dulces y amargas. Pero sucede que en Angers no se cultiva la naranja. La llevan de afuera, de otro lado. Así ha sido siempre. Sin embargo, el aroma a cáscara de naranja ya es propia del cointreau. El aroma de la culpa (“olor fétido” como la llama Modiano), ya es parte de la identidad de quien la carga. Y de quien la expía.

El sesentón del bléiser negro, bajó a su hijo o nieto para hacerlo caminar en la acera, al lado de la terraza de L´Entrecote. El niño se perdió por unos instantes entre los peatones. Don Pablo cambió su semblante: dejó la copa de cointreau en la mesa. Miró molesto cómo el sesentón del bléiser negro regañaba al pequeño y lo volvía a cargar entre sus brazos. Acaso un instante de irresponsabilidad que quiso transmitírsela al niño.

Escribe Modiano en “Las hierbas de la noche”: “Vives una época breve de tu vida, día a día, sin hacerte preguntas. Y hasta más adelante puedes entender por fin qué viviste y quiénes eran exactamente esos que te rodeaban, siempre y cuando te proporcionen el medio para resolver un lenguaje en clave. La mayoría de las personas no se ven en esas circunstancias: tienen recuerdos sencillos, sin altibajos y no necesitan decenas y decenas de años para aclararlos”.

Hace días leí una pequeña revelación que hizo Modiano a un periodista inglés: tiene décadas viviendo en el mismo piso, a unos metros del L´Entrecote, donde estuvimos comiendo con don Pablo Latapí en el año 2007. A Modiano le gusta caminar por las calles aledañas, sin saludar a nadie y sin rumbo fijo.

Quiero fantasear que el sesentón del bléiser negro, que por casualidad pasó con su hijo o nieto al lado nuestro, era Modiano, Pero me equivoco. Quiero imaginar que don Pablo no sabía, desde aquel entonces, que un cáncer incubado en su pulmón lo mataría muy pronto, en el año 2009 y sólo por casualidad nos despidió para siempre con una copa de cointreau. Pero me equivoco. Quiero creer que ahora entiendo lo que viví esa tarde de otoño de 2007, y quienes eran exactamente los que me rodeaban en aquella mesa de L´Entrecote. Pero me equivoco, Quiero pensar que la culpa se diluye fácilmente y que la paternidad no es una modalidad de la neurosis sino de la felicidad, ese estado de ánimo tan efímero que tanto nos rehúye. ¿Pero me equivoco?

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