“El
protagonista busca obsesivamente algo o alguien”. Aquella tarde de otoño en la
terraza de L´Entrecote, don Pablo Latapí Sarre evocó por primera vez a Patrick
Modiano. Al final de la comida, como digestivo, pidió un cointreau. Se lo
sirvieron seco. Nos invitó otro a los demás, “porque será una de las
últimas veces que nos veamos”. Para evitar el mal presagio, yo no quise
probarlo. A los personajes de Modiano les gusta tomar cointreau, como al propio
novelista.
La búsqueda
de algo o alguien es la pieza clave de las novelas de Modiano. Los críticos lo
acusan de repetirse y publicar el mismo libro con otros títulos. ¿Pero cuántas
veces tenemos que contar y recontar el trauma que nos ha marcado? La memoria
husmea algo o a alguien en el pasado, como quien se asoma por una ventana a una
habitación obscura: hay siluetas y voces en el cuarto, pero en realidad no
vemos nada.
Recuerdo a
un hombre sesentón con un bléiser negro, muy alto y flaco, cargando a un niño,
que pasó por la terraza de L´Entrecote. O mi memoria me engaña o se parecía
mucho a Patrick Modiano. Don Pablo le sonrió mientras sorbía el cointreau. El
niño era rubio como el papá. ¿O sería el abuelo? Don Pablo no tuvo hijos. Era
jesuita y por el amor de una mujer, Matilde, dejó su orden religiosa ya maduro,
entrado en años. No pudieron o no quisieron tener hijos. Es curioso toparse con
ancianos sin descendencia.
Yo tampoco
tengo hijos. No quise tenerlos. ¿Por los mismos motivos que don Pablo? ¿Por aquello que suele buscar Modiano en sus novelas? La culpa que
cargan sus personajes no son suyas. En muchas de sus obras la culpa es del
padre. No en sentido figurado sino en el biológico: el padre del novelista.
Alberto Modiano, fue uno de los tantos “collabos” durante la Ocupación nazi: un
judío pícaro de Salónica que traficaba en el mercado negro y colaboró con la
Gestapo. Así lo narra en varias de sus novelas, sobre todo en “Un pedigrí”.
La culpa
que algunos cargan tiene un aroma peculiar cuando no es suya, cuando les viene
impuesta de afuera, desde el origen. El aroma que destila el cointreau no es
suyo. Es un licor de Angers, al oeste de Francia, hecho desde hace más de 150
años a base de cáscaras de naranjas dulces y amargas. Pero sucede que en Angers
no se cultiva la naranja. La llevan de afuera, de otro lado. Así ha sido
siempre. Sin embargo, el aroma a cáscara de naranja ya es propia del cointreau.
El aroma de la culpa (“olor fétido” como la llama Modiano), ya es parte de la
identidad de quien la carga. Y de quien la expía.
El sesentón
del bléiser negro, bajó a su hijo o nieto para hacerlo caminar en la acera, al
lado de la terraza de L´Entrecote. El niño se perdió por unos instantes entre
los peatones. Don Pablo cambió su semblante: dejó la copa de cointreau en la mesa.
Miró molesto cómo el sesentón del bléiser negro regañaba al pequeño y lo volvía
a cargar entre sus brazos. Acaso un instante de irresponsabilidad que quiso
transmitírsela al niño.
Escribe
Modiano en “Las hierbas de la noche”: “Vives una época breve de tu vida, día a
día, sin hacerte preguntas. Y hasta más adelante puedes entender por fin qué
viviste y quiénes eran exactamente esos que te rodeaban, siempre y cuando te
proporcionen el medio para resolver un lenguaje en clave. La mayoría de las
personas no se ven en esas circunstancias: tienen recuerdos sencillos, sin
altibajos y no necesitan decenas y decenas de años para aclararlos”.
Hace días
leí una pequeña revelación que hizo Modiano a un periodista inglés: tiene décadas
viviendo en el mismo piso, a unos metros del L´Entrecote, donde estuvimos
comiendo con don Pablo Latapí en el año 2007. A Modiano le gusta caminar por
las calles aledañas, sin saludar a nadie y sin rumbo fijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario