29 octubre 2014

LA PARADOJA DE ABILENE

Cierto padre de familia pensó una tarde que a sus dos hijos les vendría bien unas vacaciones. Sin consultarlo con nadie, decidió programar un viaje en carro a Abilene, aunque no le agradaba la idea de conducir tantas horas. Su esposa lo secundó con alegría desbordante (no quiso externar su opinión de que el camino sería largo y pesado para no contradecir a su esposo). Sus dos hijos aceptaron la oferta aunque en el fondo preferían quedarse en casa, para convivir con sus amigos. Los suegros del padre de familia no rechazaron la invitación, pero les mortificaba permanecer inmóviles dentro de un carro.

Al día siguiente los seis miembros de la familia partieron a Abilene con una sonrisa seca, tatuada en el rostro. Ni el padre, ni la esposa, ni los dos hijos, ni los suegros, se atrevieron a confesar la verdad: no querían emprender el viaje. Ninguno estaba de acuerdo en la decisión. ¿Por qué callaron entonces? ¿Por qué nadie dijo que prefería quedarse en casa?

A estos enunciados se les conoce como “Paradoja de Abilene”. La mayoría de los ciudadanos estamos dispuestos a seguirle la corriente al resto, aunque no estemos de acuerdo con la opinión general. Y es que casi todos los seres humanos nos programamos para modificar nuestro punto de vista si no concuerda con el grupo o la comunidad a la que pertenecemos.

La multitud, física o virtualmente, suele quedar atrapada en opiniones generales que no compartirían a título individual; como colectivo toleramos excesos de nuestras autoridades públicas, aceptamos su corrupción y su prepotencia, les adulamos con nuestro voto,  ajenas a toda crítica. Manifestamos una falsa conformidad y una disolución de los juicios analíticos simples. Caemos así en ese fenómeno psicosocial denominado por la ciencia cognitiva como “Paradoja de Abilene”.


En las sociedades moralmente enfermas, las multitudes mal gobernadas toleran creencias absurdas como pensar que un servidor público es un ente superior a los demás, porque cree que la gente lo cree y lo siente de esa manera. La “Paradoja de Abilene” es a todas luces de un engaño colectivo.   

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