14 septiembre 2014

¿POR QUÉ NO TE SUICIDAS?


Ella estaba en preparatoria conmigo y no sabía del infierno que le depararía su matrimonio. Le gustaba fumar y escucharme cantar Hey You, de Pink Floyd: “Hey tu, que estas afuera, en el frío, quedándote solo, haciéndote viejo, ¿puedes sentirme?” Yo no era entonado pero sabía explicarle las canciones. “Sí” me dice ella, con el cigarro en la mano izquierda: “Eras como un manual de instrucciones para la vida”. Yo le respondo: “¿Y tú para qué perdías el manual?”.

Tengo 20 años de no cantar Hey You. Cada miércoles, con una banda de rock, interpreto otras composiciones de Pink Floyd. Pero esa no. En estos 20 años olvidé la letra y a mi amiga se le olvidó cómo tratar a los hombres. No se qué fue peor. Yo perdí en la memoria la célebre estrofa: “Hey tu, no les ayudes a enterrar la luz. No te des por vencido sin luchar”. Y ella, mi amiga, ayudó a su marido a enterrar su propia luz. Un buen día se dio por vencida. Sin luchar.
Mi amiga se defiende con el cigarro en sus labios: “yo no sabía que iba a ser un golpeador. No sabía que me humillaría de esa manera. No sabía que rompería mi voluntad. No sabía de sus traumas que materializa en agresión. No sabía que me aislaría de mis amigos. No sabía que valoraría más a nuestro perro que a mí. No sabía. No sabía”. Yo no juzgo. Pero tampoco compadezco. El matrimonio no es una lotería donde la suerte lo decida todo. Hay que tener buena mano para elegir.

“No tuve buena mano”, reconoce mi amiga, que fuma sin cesar: “Pero temo a la libertad y a quedarme sola. ¿Qué haría si perdiera a la única persona que, para bien o mal, me quiere cerca? Me siento débil, vulnerable. No soy un manual de instrucciones para la vida, como tú”.

Le explico que Hey You es un grito de auxilio, una petición de ayuda. El personaje de la canción toma aire para desmoronar el muro emocional que lo aísla del mundo. Quiere derrumbar los ladrillos que levantaron sus complejos y sus traumas. Pero la realidad lo contradice: “Era sólo una fantasía. La pared es demasiado alta, como puedes ver. Y al final no pudo liberarse”.

Le suelto a mi amiga un pequeño consejo: “¿Por qué no te suicidas?” Esperaba de ella una reacción ofensiva pero no. Se queda pensativa varios minutos, cigarro en mano. Los ojos rojos y húmedos. “Lo haría con gusto, ¿pero quién atendería a mis padres? ¿quién cuidaría de mi perro? ¿qué pasaría con los amigos que tengo como tu?” Me recita una ristra de cosas que la atan a la vida. Entre ellas, rescatar del olvido un viejo recuerdo suyo de la preparatoria: cuando me escuchaba cantar Hey You.

Le digo lo único que se: nadie tiene un manual de instrucciones para la vida. Nadie puede ayudarnos a arrastrar la piedra. Simplemente se trata de buscarle un sentido a nuestro paso por el mundo. Un significado que nos impida suicidarnos y así volver tranquilos a casa. Ella me pide que le cante Hey You de Pink Floyd, como en la preparatoria. “Lo haré el próximo miércoles 17, en este mismo bar, si me prometes que de aquí a entonces estarás bien”.


Mi amiga reflexiona, suspira y apaga su cigarro antes de decirme: “sí, estaré bien”.

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