Mi amigo Mario Guerrero me dio un
regalo que agradezco de todo corazón. Junto con el presente encontré una nota
que, por curiosidad cultural, me atrevo a transcribir: “Estimado Eloy, me sentí
atraído a la obra de Charles Dickens gracias a ti y obviamente leí la novela Oliver Twist. Me gustó el personaje y
por eso te compré la gorra denominada poor
boy, que es la misma que usó John Lennon para ser solidario con la clase
trabajadora británica”.
Mario tiene razón y el suyo es un
gesto que agradezco y que pudiera definir como “erudición en acción”. Acierta
cuando dice que el poor boy es un
símbolo obrero británico. Nació a finales del siglo XVIII como prenda derivada
del invento de un tejedor de Lancashire, tan imaginativo como desventurado, que
se llamó James Hargreaves. Cierto día, este tejedor tuvo la prodigiosa idea de
construir un artefacto activado por un pedal que conectaba varios husos al
mismo tiempo, mediante un juego de poleas y correas. La bautizó como hiladora.
Lo que podían hacer 16 tejedores en un día, la hiladora lo hacía en una hora.
El poor boy fue una de las primeras
prendas masivas gracias a esta máquina textil. Antes, los gorros solían tejerse
con lana. Desde entonces se maquilaron con algodón, materia prima más barata
para producir ropa al mayoreo.
A James Hargreaves le salió cara su
hiladora. Sus colegas del gremio textil de Lancashire se le echaron encima por
inventar ese “negro molino satánico” (como lo apodó el poeta William Blake) y
tuvo que huir pobre y desprestigiado a Nottingham. Acabó su vida en la
tragedia, como si fuera uno de los personajes de Charles Dickens.
Años más tarde, ya en su etapa como
celebridad mundial, Dickens solía deambular por los barrios bajos de Londres.
Volvía como hijo pródigo a visitar las moradas de la clase obrera, despojos
humanos de la Revolución Industrial, comenzando por los niños trabajadores,
todos con un poor boy en la cabeza, como lo usó el propio Dickens cuando era
menor de edad. Conocedor de primera mano de la clase trabajadora, Dickens
intuyó que la industria cambiaría el rostro de las ciudades modernas a partir
de la segunda mitad del siglo XIX. Ahí había una colmena de historias
personales por contar.
La producción en serie de poor boys y demás prendas hechas de
algodón, pasó a mediados del siglo XIX de Lancashire a Manchester por un motivo
simple: en Manchester las autoridades eliminaron tanta burocracia (típica de
ciudades como Liverpool) y autorizaron la construcción masiva de fábricas y
edificios de ladrillo para albergar trabajadores. Por eso se convirtió en el
mayor centro textil del mundo (hasta bien entrado el siglo XX a Manchester se
le conoció como Algodonópolis).
Otros países como Francia y EUA
copiaron el modelo de negocios de Manchester que acabó por sucumbir ante sus
competidores. Resulta curioso ver en las películas mudas de Charles Chaplin los
barrios obreros ingleses con sus edificios de ladrillo en ruinas y los trabajadores
tragados literalmente por los Tiempos
Modernos (1936). Símbolo del declive del Imperio, Chaplin sustituyó el poor boy de Oliver Twist por el bombín,
el bastón y el saco decadente. Pero no olvidó vestir al niño huérfano de ocho
años de su película The Kid (1921)
con un poor boy talla XXL, que dobla
y arruga con sus manitas cada vez que comete una de sus travesuras.
En los años 50 del siglo pasado,
Manchester era una zona industrial abandonada, en condiciones similares a
Liverpool donde John Lennon comenzó a forjar la historia moderna de la música.
Su solidaridad con la clase obrera la remarcó con el uso ocasional del poor boy y componiendo canciones
comprometidas socialmente como “Working Class Hero”: “keep you doped whit
religión and sex and TV, and you think you´re so clever and classless and free,
but you´re still fuking peasant as far as I can see”.
Luego, esta estética de la decadencia
abrió paso a las fiestas “raves” de los años 80. Las fabricas vacías eran
asaltadas por incipientes estrellas del rock y sus fans, muchos de ellos con
las respectivas cabezas cubiertas con poor
boy emulando a la clase obrera. Entre los escombros de esos edificios de
ladrillo comenzaron a tocar bandas de post-punk tan míticas como Joy Division.
Las letras de las canciones que compuso su líder, Ian Kevin Curtis, reflejan la
depresión laboral y el vacío existencial de la clase obrera (que para entonces
estaba casi fusionada con la clase media). El suicidio de Ian Kevin Curtis,
colgado en la cocina de su casa, fue el remate de la lenta decadencia de
Manchester.
Pero la degeneración social es
contagiosa. En Escocia, un grupo de yonquis de los 90, cuyas aventuras son
narradas en primera persona por el personaje Mark Renton, en la película Trainspotting (1996) pasan del
underground y la heroína a elegir el tedioso empleo, la familia, el colesterol
bajo y las hipotecas a tasa fija. En el camino, Mark Renton se ha quitado su poor boy para usar una discreta
cabellera con división por un lado. Fue el precio de sumarse a la mediocridad
que homogeniza a los viejos rebeldes de la droga y el sexo y que ahora claman
por su independencia como país.
Contemplo la poor boy que me dio Mario Guerrero y evoco la historia británica,
en un arco que va de Charles Dickens a Chaplin, Lennon, Joy Division y los
personajes de Trainspotting. Sorprende que tantas décadas y personajes reales e
imaginarios quepan en el interior de una pequeña gorra de algodón regalada por un
amigo en un gesto que no dejo de agradecer.
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