En los albores de México como nación, sobraban poetas y faltaban
diputados. Se recitaba en las tertulias familiares, en los certámenes de declamación
y en los Juegos Florales, y la educación sentimental de los primeros ciudadanos
mexicanos fue rimada en alejandrinos y endecasílabos perfectos. Ahora, en
México sobran diputados y faltan poetas: la cultura de masas es visual y sólo
se recurre a la poesía en formato paródico estilo Monsiváis: “Y en medio de
nosotros, la tele como un Dios”.
Pero hubo una época entre el siglo XIX y el XX en donde la cantidad de
poetas y diputados se dividía en partes proporcionales. Es más: todo gran poeta
solía ser diputado. Lo interesante estriba en que estos curuleros aludían a su
condición de legisladores como si fuera una carga alimenticia. Era una forma de
supervivencia más o menos digna, por lo demás cobrada míseramente.
Salvador Díaz Mirón, que era un pendenciero de siete suelas y a la vez un
exquisito escritor lírico (quizá el mejor de su tiempo), se volvía más
quejumbroso cuando subía a la “Más Alta Tribuna de la Patria” que cuando pisaba
la cárcel cada vez que mataba a un semejante. No se hallará en el Archivo
General de la Nación el testimonio de ningún vate entonando loas a su función
de diputado, pero sí el lamento de decenas de poetas magistrales que sufrían
por gastar sus horas en el Honorable Congreso levantando el dedo, en vez de
escribir sus versos. Pero para hablar de corolas tenían que sentarse en las
curules. Abreviando, no había corolas sin curules.
Decía el poeta Manuel Gutiérrez Nájera de un colega suyo: “Yo deploro
oír a Díaz Mirón en el Congreso. La poesía es un barco que se incendia; todos
los poetas se arrojan al agua o – lo que es lo mismo – a la política. Y la
política, astuta y perversa, retiene para siempre a los que caen en sus tupidas
redes”. Opinión negativa que no privó al propio Gutiérrez Nájera de ser electo diputado en 1888 y cobrar –poquito pero
quincenalmente – su sueldo como legislador. Para variar, don Manuel también se
quejó de sus quehaceres legislativos: “necesitamos de esa protección (del
gobierno), porque aquí, menos que en ninguna parte, puede abandonarse la marcha
de las cosas a la simple iniciativa individual. El gobierno lo es todo y debe
intervenir en todo”.
Quizá a raíz de tales quejas, los poetas dejaron de ser solicitados
mayoritariamente en el Congreso y cedieron el espacio destinado a la
intelectualidad (o sea su curul de entes
pensantes) a los militares que no podían improvisar discursos ni en defensa
propia, a los leguleyos y a los oradores pomposos (que sabían combinar como
verdaderos artistas la vena lírica y la zalamería palaciega). Sin embargo, la
memoria que dejaron nuestros poetas en el Palacio Legislativo es, por obvias
razones, indigna del reconocimiento público.
Ya en el siglo XX, los poetas tomaron un rumbo más
prestigiado y los diputados el camino contrario de la falta de respeto social.
De tal suerte que el notable poeta Renato Leduc les escribió un poema titulado
“El diputado”: “Con la boca reseca, reseca / y el cabello
erizado, erizado... / corretea de la ceca a la meca / el presunto señor
diputado. / Trasudando sufragio-efectivo / caga sangre el señor diputado / al
pensar que pudiese algún vivo / comerle el mandado... / Ya en la paz del
Congreso descansa / triunfador el señor diputado / bien repleto el bolillo y la
panza / y en la boca fruncida, un candado.
Desde entonces, poetas y diputados no se llevan en México, y sólo en muy
contadas excepciones los grandes poetas aceptan posar sus asentaderas en una curul.
Este fue el caso del muy popular Jaime Sabines, diputado federal por el PRI en
1988, quien apenas ocupó su escaño, escribió: “En quince días de asistir a las sesiones
del Colegio Electoral, he escuchado las siguientes expresiones en contra de los
miembros del PRI: los priistas son sordos, ciegos, mudos, miopes, deshonestos,
incapaces, ineptos, inconscientes, insensibles, cínicos, mafiosos, traidores a
la patria, falsificadores, magos, alquimistas, burladores del pueblo, ladrones,
asesinos, hampones, inmorales, sinvergüenzas, desfachatados, corruptos,
culeros, irresponsables, sucios, impostores, criminales, irracionales, infames,
acarreados”.
Y
remata: "Les doy las gracias porque -ante la inminencia de ser expulsado
de la historia- nunca como ahora me había sentido tan a gusto en el PRI".
Ya se ve que el gobierno lo sigue siendo todo.
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