Nelson Mandela hubiera
cumplido hoy 96 años. Murió hace meses en un camastro ortopédico, con una
mascarilla de oxígeno sujeta a los pómulos. Un vecino suyo de Umtata, en la provincia oriental del
Cabo en Sudáfrica, llamado Dóto, me regaló ayer una camisa similar a las que el
viejo líder usaba en la última etapa de su vida. Fue todo un ritual memorable.
Dóto también nos cocinó
a 104 invitados, platillos típicos de aquella región sudafricana y se danzó el
baile tribal de Xhosa. Pero ningún regalo fue mejor que esta prenda para
recordar al héroe que vistió un carcelario monocolor por 27 años, y que sufrió
las torturas de los agentes del apartheid, vestidos y armados con la grisura
burocrática de los colonizadores.
La camisa que
ceremonialmente me regaló Dóto, es de tela kente. El hombre fuerte de Ghana, Kwame Nkrumah,
padre de la independencia de su país, en 1957, financió con su gobierno la
confección del kente como el principal producto nacional de exportación. Las
variadas figuras y los colores de la tela tienen un significado peculiar y
declaran, un gran acontecimiento personal o colectivo.
Luego, en los años
sesenta, la comunidad afro-americana convirtió el paño en un signo de identidad
cultural y política que retomaron los movimientos de protesta. El kente, “la
tela de Nkrumah” (como se le conoce en los círculos progresistas) acabó por
representar la lucha por los derechos civiles lo mismo en el Nuevo Mundo que en
el Continente Negro.
Desde luego, no se
compara la vida de Mandela, que murió en el hospital de Pretoria, con la
trayectoria controvertida del líder devenido en megalómano, que hundió con sus
malas decisiones a Ghana, su país, antes de que un golpe militar lo derrocara,
exiliándolo hasta su muerte. El primero fue la más grande conciencia de la
libertad para los pueblos oprimidos; el segundo representó la degeneración
propia de cualquier ególatra.
Mandela fue velado con
una camisa kente, como la que me regaló ayer Dóto, pero acaso Nelson Mandela,
el hombre más valiente del mundo (de quien hemos tenido el honor inmerecido de
ser sus contemporáneos), preferiría morir con el rugoso uniforme de preso que
usó por casi tres décadas en una cárcel vejatoria del apartheid.
Ese atuendo sería más
simbólico para su lucha contra la segregación racial, que cualquier significado
de figuras y colores estampados en un kente. Mandela hubiera preferido ser
velado así, mostrando dignamente la piel negra que dejó a pedazos en su heroico
camino hacia la libertad.
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