18 julio 2014

LOS 96 AÑOS DE MANDELA

Nelson Mandela hubiera cumplido hoy 96 años. Murió hace meses en un camastro ortopédico, con una mascarilla de oxígeno sujeta a los pómulos. Un vecino suyo de Umtata, en la provincia oriental del Cabo en Sudáfrica, llamado Dóto, me regaló ayer una camisa similar a las que el viejo líder usaba en la última etapa de su vida. Fue todo un ritual memorable.

Dóto también nos cocinó a 104 invitados, platillos típicos de aquella región sudafricana y se danzó el baile tribal de Xhosa. Pero ningún regalo fue mejor que esta prenda para recordar al héroe que vistió un carcelario monocolor por 27 años, y que sufrió las torturas de los agentes del apartheid, vestidos y armados con la grisura burocrática de los colonizadores.

La camisa que ceremonialmente me regaló Dóto, es de tela kente.  El hombre fuerte de Ghana, Kwame Nkrumah, padre de la independencia de su país, en 1957, financió con su gobierno la confección del kente como el principal producto nacional de exportación. Las variadas figuras y los colores de la tela tienen un significado peculiar y declaran, un gran acontecimiento personal o colectivo.

Luego, en los años sesenta, la comunidad afro-americana convirtió el paño en un signo de identidad cultural y política que retomaron los movimientos de protesta. El kente, “la tela de Nkrumah” (como se le conoce en los círculos progresistas) acabó por representar la lucha por los derechos civiles lo mismo en el Nuevo Mundo que en el Continente Negro.

Desde luego, no se compara la vida de Mandela, que murió en el hospital de Pretoria, con la trayectoria controvertida del líder devenido en megalómano, que hundió con sus malas decisiones a Ghana, su país, antes de que un golpe militar lo derrocara, exiliándolo hasta su muerte. El primero fue la más grande conciencia de la libertad para los pueblos oprimidos; el segundo representó la degeneración propia de cualquier ególatra.

Mandela fue velado con una camisa kente, como la que me regaló ayer Dóto, pero acaso Nelson Mandela, el hombre más valiente del mundo (de quien hemos tenido el honor inmerecido de ser sus contemporáneos), preferiría morir con el rugoso uniforme de preso que usó por casi tres décadas en una cárcel vejatoria del apartheid.


Ese atuendo sería más simbólico para su lucha contra la segregación racial, que cualquier significado de figuras y colores estampados en un kente. Mandela hubiera preferido ser velado así, mostrando dignamente la piel negra que dejó a pedazos en su heroico camino hacia la libertad.                 

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