La prensa
se escandaliza por una nueva investigación que echa por tierra el prestigio de
la Madre Teresa de Calcuta: “es cualquier cosa menos una santa” la califican académicos
de la Universidad de Montreal. ¿A qué se refieren? A la anticuada manera de
tratar a los enfermos: eran cuestionables sus relaciones políticas, sus cuentas
bancarias, sus puntos de vista sobre el aborto, la anticoncepción y el divorcio.
Y lo más
importante: las 517 misiones donde la Madre Teresa alojaba a personas pobres y
enfermas en más de 100 países, eran “casa de muerte”. Los investigadores
encontraron en esas misiones falta de higiene, cuidados elementales,
alimentación balanceada, analgésicos, etcétera. Cualquier cosa menos un centro
de beneficencia.
No conozco
la investigación de los canadienses pero su conclusión es retórica: ¿qué
quieren decir con su imprecisión sintáctica “cualquier cosa menos una santa”?
¿Esas carencias de higiene se sucedieron en los más de 60 años de vida pública
de la Madre Teresa? ¿Midieron el natural deterioro cognitivo de una anciana?
¿Podrán ellos mismos escribir una investigación similar cuando tengan 80 años
(si es que los llegan)?
Sin que me
respalde una investigación de fondo, creo que la gente, conforme pasa el
tiempo, nos vamos poniendo vieja. Lo que antes lo hacíamos corriendo, hoy lo
hacemos caminando. Se reduce nuestra capacidad retentiva, nuestras facultades
físicas y mentales, nuestra energía y vitalidad. La edad pasa factura. Quien
diga que no está mintiendo o es un robot, un software o “cualquier cosa menos
un ser humano”.
Generalmente
cuando alguien se pone viejo se le jubila, aunque el sistema de pensiones aquí
y en China es vergonzoso. Y las jubilaciones ocurren menos en el caso de
trabajadores humanitarios. Si la Madre Teresa a sus más de 80 años estaba al
frente de una empresa titánica de 517 misiones mal gestionadas, la culpa no es
de la Madre Teresa sino de los otros y de los gobiernos que suelen cerrar oídos
y ojos a la beneficencia pública, o que simplemente la usan para fines
electorales (aquí o en China).
La señora
Rosa Verduzco no se ha propuesto ser una santa, ni ganar el Premio Nobel, ni
ser recibida por Mandatarios y potentados como la Madre Teresa. Se limitó a fundar
hace 66 años “La Gran Familia” en una de las regiones más peligrosas de México.
De ahí han salido 8 mil huérfanos y niños abandonados convertidos en
profesionistas y padres de familia. No es mérito menor. Pero Mamá Rosa sí debe
confesar ante las autoridades que ha cometido el peor de los delitos, el mismo
que la Madre Teresa y que mis dos abuelas: se puso vieja.
Y es que en
México, y sobre todo en Michoacán, no conviene ponerse viejo. Es una falta al
orden público. Es una afrenta. Peor en esta época del Internet donde se suele
linchar a los ancianos por mil motivos; donde pese a las críticas en redes
sociales, la autoridad es indiferente a los curas pedófilos y a los hijos de
narcos y líderes sindicales que hacen selfie en sus yates privados.
Ya se entiende
por qué en Michoacán no se ha sometido a La
Tuta o a otros jefes del crimen organizado: el Ejército, la Marina, la
policía, la prensa, están ocupados en detener, juzgar y destruir públicamente a
Mamá Rosa. Pues sí: quién le manda hacerse vieja.
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