Hace más de un
siglo, el poeta y periodista mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) se
quejaba del tortuoso quehacer de escribir diariamente para un periódico. Este
oficio alimenticio le restaba horas para entregarse a su obra literaria y
escribir sus poemas que habrían de inmortalizarlo en vida. “Yo, el que ha
dilapidado sus dones posibles y ciertos en la velocidad de las colaboraciones
periodísticas” escribe vanidoso en uno de sus textos. Y concluye lapidario: “el
periodista crea para el olvido”.
Tiene razón en la
forma, pero no en el fondo. La forma del artículo de prensa está destinada
forzosamente a cubrir la coyuntura, a aprehender lo transitorio: el texto
periodístico caduca al día siguiente de publicado y termina como mera
referencia para la investigación histórica. Pero en el fondo, Gutiérrez Nájera
se quejaba sin motivo. Porque precisamente los artículos se escriben
deliberadamente para caducar: buscan hilvanar la retacería de los hechos
inmediatos a fin de interpretarlos para un lector siempre con prisa, que espera
enterarse cuanto antes de los asuntos públicos lo que tardaba “el tren para
llegar al paradero”, en tiempos de Gutiérrez Nájera y en nuestra época, lo que
tarda un usuario de Internet en revisa su página de Facebook.
¿Tiene por tanto
menos calidad un artículo de prensa que un texto literario? No: son géneros diferentes;
no pueden compararse. Ahora bien, un célebre periodista regiomontano me decía
mitad en broma, mitad en serio, que él tiene “asalariadas a sus musas”. En
otras palabras, el periodista, azuzado por el apremio, no puede someterse a los
devaneos caprichosos de la inspiración, lujo exclusivo de poetas como Gutiérrez
Nájera. Esto, porque como él mismo escribía, los artículos de prensa tienen
“vida de hotel” y a causa de su rapidez, suelen ir “mal vestidos, mal peinados
(…) cansados siempre de sus perennes correrías”.
Aunque también es
cierto que Gutiérrez Nájera consiguió su anhelada inmortalidad literaria (pese
a que ahora no lo lee casi nadie), gracias a que era un estupendo cronista de
su época, un periodista con las antenas bien levantadas para registrar los
hechos que se convertirían en noticias del México de la segunda mitad del siglo
XIX, y un estilista fino y, en muchos párrafos, sublime.
Voy más lejos:
Gutiérrez Nájera ha sido uno de los mejores periodistas de México porque leía a
los clásicos y a los románticos franceses. Y es uno de los poetas mayores de
México porque sabía detectar la sensibilidad del momento, es decir, por su vena
periodística. En ambas disciplinas perseguía el mismo objetivo: ilustrar al
ciudadano, darle información con amenidad y buena prosa, sobre todo a aquellos
lectores que, “si no leen un periódico o una revista, no leerán nada”, como
aduce en su artículo “El periodismo moderno”.
Gutiérrez Nájera
asumió el periodismo como medio para educar a una sociedad mayoritariamente
analfabeta, donde la letra se subordinaba a las imágenes del grabado, las
litografías, los retablos y los santorales. Ahora, el periodismo es un medio
para formar opinión en una sociedad mayoritariamente analfabeta funcional,
donde la letra es subyugada por las imágenes mediáticas y los memes de las
redes sociales. Poco han cambiado las cosas desde entonces.
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