-- Como cualquier rutina, ésta tuvo
sus inicios – le digo al nuevo mesero y le indico cómo encender la consola para
poner un viejo bolero boricua: “Ya me pasé fumando la noche entera, sin disipar
tu imagen dentro de mí”. Una estela de luz vespertina baña las mesas de madera.
Me siento en una y sin excepción pido dos cervezas. Una me la tomo yo y la otra
es para el repartidor de cervecería que se la vive retrasado. Cosas del
negocio: pasan las cinco de la tarde y el camión todavía no llega al local de
San Pedro.
Entonces la veo: es el espectro de
una muchacha triste. Alta y espigada, el vestido recto, color magenta. Pide dos
cervezas, una se la toma ella, la otra la deja en su mesa. Apunta sus ojos a la
puerta. Pero nadie entra: ni el repartidor que yo aguardo impaciente para
cerrar un trato ni la persona que ella aguarda paciente para abrir una
esperanza.
-- Tú no lo sabes porque eres mesero
nuevo en el local, pero es casi una rutina. Y no se cansa de seguirla – le dice
el capitán del bar a su subalterno. Las sombras asaltan el piso de pasta porque
la noche cubre la ciudad de México y la luz interior es tenue. La rocola hace
girar el disco y cae la aguja en su perímetro. Suena el bolero boricua de moda:
“Ya me pasé fumando la noche entera, sin disipar tu imagen dentro de mi”. El
capitán saluda a don Juan Manuel Elizondo que viste una guayabera blanca y
tiene el gesto grave. Su acento es la del regiomontano típico, un sonsonete
cantadito, que estira las últimas sílabas de las frases y hace gracia a los
meseros. El viajero se sienta en una mesa de madera, y pide dos cervezas: una
para él y otra para nadie. Ha dejado su equipaje en la recepción del Hotel
Cónsul, sobre la avenida Insurgentes, cerca de la Terminal de Transportes del
Norte. La otra cerveza se calienta al paso de la noche.
--¿Pero por qué lo hace jefe? ¿No
traerá flojas las tuercas de la cabeza?
No le festejo al nuevo mesero su
falta de respeto. Cuando abrimos el local, hace tres meses, ella llegó junto
con un extranjero. Era lunes, y esa primera vez vestía el mismo vestido recto,
color magenta. Todavía guardaban distancia entre ellos, como si acabaran de
conocerse. Pidieron dos cervezas. Se acariciaron, y ella aventuró un beso.
Terminaron abrazados. Al amor lo delata el entusiasmo, y a ella le vibraban de
emoción los brazos y los gestos. Se tomaron las dos cervezas, pagaron y se
fueron. Desde entonces ella regresa cada lunes. Se sienta en la misma mesa, a la
misma hora, a pedir dos cervezas, y a esperar a nadie. Luce como las muchachas
sin amor.
--Con esto que me cuenta, jefe, ahora
entiendo la canción: “sin disipar tu imagen dentro de mi”.
Era la imagen del amigo que se fue:
don Juan Manuel Elizondo entraba al bar del Hotel Cónsul como rutina de sus
viajes a la ciudad de México. Se registraba en recepción, se sentaba en la mesa
y pedía las dos cervezas. Mientras vivió, su gran amigo don José Alvarado se
sentaba con él a platicar. Y bebían ambos toda la noche. Reían y hablaban sobre
cosas de política, sobre Monterrey, sobre las utopías de la izquierda. Cuando
don Pepe murió, don Juan Manuel no abandonó su rutina; si viajaba a la ciudad
de México se hospedaba en el hotel Cónsul y volvía a sentarse en la misma mesa,
a quedarse muy callado, con las dos cervezas en la mesa, homenajeando la
amistad.
-- ¿Pero jefe, es que de verdad cree
que algún día volverá el hombre?
Si la vida fuera simple, yo no me
burlaría del retraso del repartidor y no le serviría la cerveza en la mesa
donde lo espero, este lunes por la tarde. Quizá me sentaría mejor con la
muchacha que viste de color magenta. Me tomaría una de las dos cervezas que se
calientan en su mesa y le contaría la anécdota de don Juan Manuel Elizondo
quien cada vez que viajaba a México entraba al bar del Hotel Cónsul a tomarse
unas cervezas con don Pepe Alvarado, su gran amigo muerto muchos años antes.
Pero la vida no es simple, y don Juan
Manuel sabía que bebía su cerveza acompañado de un difunto. Y la muchacha sabe
que nadie podría tomarse la cerveza del extranjero de quien ella se enamoró. Y
yo tengo que esperar al repartidor que llega retrasado, como un asunto
ordinario de trabajo.
Sin embargo, así sea por amor, amistad o
negocios, ¿por qué es tan triste la imagen de dos cerveza en una mesa, y una
persona tomando solitaria?
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