Había una
vez en Inglaterra un gobierno que quiso combatir una epidemia de piojos
cortándoles el cabello a todos los niños pobres de Londres. Entonces, un señor
gordo y bonachón que tenía la costumbre de escribir ensayos para los
periódicos, publico un artículo cortito para oponerse a la orden.
El señor se
llamaba G. K. Chesterton y terminaba su texto alegando que pelearía a capa y
espada hasta impedir que alguien, por muy encumbrado que fuera, osara tocar, no
digamos cortar, un solo pelo de cada niño británico. Desde entonces mi escritor
preferido es ese señor gordo y bonachón que se llamó Chesterton.
Hace días
me enteré que un niño muy sonriente y pícaro de seis años está en riesgo de
sufrir algo peor que el corte de su cabello. Se llama Bruno López Escalera y es
sobrino de un hombre sabio, a quien no conozco personalmente, pero admiro
mucho: Ramón López Castro. Bruno tiene cáncer, pero la aseguradora que
contrataron sus padres se niega a pagarle las quimioterapias.
Cuando a mi
madre le diagnosticaron cáncer el médico quiso animarme con la frase trillada
de que había mil y un motivos para seguir viviendo. Yo le respondí que sí, pero
bastaba uno para morir: se llama cáncer. Mis abuelos murieron de cáncer, tuve
tíos que murieron de cáncer. Lo bueno es que han pasado muchos años desde
entonces y mi madre sigue viviendo con nosotros.
En Facebook
veo una foto de Bruno. Se ríe el muy pícaro y tiene una pitón rodeándole el
cuello: me da gusto que Bruno no le tenga miedo a la pitón, que sea muy
valiente. Les confieso que yo tengo de mascota una pitón. Desde niño quise
tener una así, como la que rodea en la foto a Bruno, pero no me dejaron mis
padres, ni mis miedos, ni mis traumas de entonces.
Ahora, la
pitón que tengo se viste con manchas negras y verdosas como tatuajes naturales;
alguien que no es humano se las dibujó. Una tarde le puse un nombre. Desde
entonces la llamo La Vida. Yo soy amigo de La Vida. Soy su cuate. Ella no es
amiga mía, ni me hace en este mundo, pero la pasamos muy bien juntos. Nos
llevamos a todo dar.
Tampoco es
inofensiva: se enrosca en mis manos, se desliza por mis brazos, se arrastra por
mi cuello y la dejo ser. Algún día, una noche de estas, La Vida me tirará un
mordisco, o dos o tres. Saldré lastimado pero yo no dejaré de ser su cuate, el
amigo de La Vida.
Los padres
de Bruno saben que hay mil y un motivos para morir, pero basta uno solo para
vivir: se llama Bruno. En su página de Facebook, #FuerzaBruno ruegan que 200
mil personas donemos un dólar para pagar las quimioterapias de Bruno, el amigo
de La Vida. Un dólar no es nada, y basta con depositarlo a la cuenta Santander:
56517577063, clabe: 014180565175770632.
1 comentario:
Gracias por tu hermosa analogia soy tia de Bruno y si mi niño aun quiere seguir abrazado a "La vida"
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