11 junio 2014

BRUNO

Había una vez en Inglaterra un gobierno que quiso combatir una epidemia de piojos cortándoles el cabello a todos los niños pobres de Londres. Entonces, un señor gordo y bonachón que tenía la costumbre de escribir ensayos para los periódicos, publico un artículo cortito para oponerse a la orden.

El señor se llamaba G. K. Chesterton y terminaba su texto alegando que pelearía a capa y espada hasta impedir que alguien, por muy encumbrado que fuera, osara tocar, no digamos cortar, un solo pelo de cada niño británico. Desde entonces mi escritor preferido es ese señor gordo y bonachón que se llamó Chesterton.

Hace días me enteré que un niño muy sonriente y pícaro de seis años está en riesgo de sufrir algo peor que el corte de su cabello. Se llama Bruno López Escalera y es sobrino de un hombre sabio, a quien no conozco personalmente, pero admiro mucho: Ramón López Castro. Bruno tiene cáncer, pero la aseguradora que contrataron sus padres se niega a pagarle las quimioterapias.

Cuando a mi madre le diagnosticaron cáncer el médico quiso animarme con la frase trillada de que había mil y un motivos para seguir viviendo. Yo le respondí que sí, pero bastaba uno para morir: se llama cáncer. Mis abuelos murieron de cáncer, tuve tíos que murieron de cáncer. Lo bueno es que han pasado muchos años desde entonces y mi madre sigue viviendo con nosotros.

En Facebook veo una foto de Bruno. Se ríe el muy pícaro y tiene una pitón rodeándole el cuello: me da gusto que Bruno no le tenga miedo a la pitón, que sea muy valiente. Les confieso que yo tengo de mascota una pitón. Desde niño quise tener una así, como la que rodea en la foto a Bruno, pero no me dejaron mis padres, ni mis miedos, ni mis traumas de entonces.

Ahora, la pitón que tengo se viste con manchas negras y verdosas como tatuajes naturales; alguien que no es humano se las dibujó. Una tarde le puse un nombre. Desde entonces la llamo La Vida. Yo soy amigo de La Vida. Soy su cuate. Ella no es amiga mía, ni me hace en este mundo, pero la pasamos muy bien juntos. Nos llevamos a todo dar.

Tampoco es inofensiva: se enrosca en mis manos, se desliza por mis brazos, se arrastra por mi cuello y la dejo ser. Algún día, una noche de estas, La Vida me tirará un mordisco, o dos o tres. Saldré lastimado pero yo no dejaré de ser su cuate, el amigo de La Vida.

Los padres de Bruno saben que hay mil y un motivos para morir, pero basta uno solo para vivir: se llama Bruno. En su página de Facebook, #FuerzaBruno ruegan que 200 mil personas donemos un dólar para pagar las quimioterapias de Bruno, el amigo de La Vida. Un dólar no es nada, y basta con depositarlo a la cuenta Santander: 56517577063, clabe: 014180565175770632.

Vamos a impedir, a capa y espada, que alguien o algo, por muy encumbrado que sea, ose tocar, no digamos cortar, la alegría de este niño de seis años que mira la vida con fe y valentía. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias por tu hermosa analogia soy tia de Bruno y si mi niño aun quiere seguir abrazado a "La vida"