Cuando lo experimenté por primera vez fue
como una liberación: me había sometido por años a un imperio electrónico, a una
mano invisible que me guiaba como lazarillo forzoso, como quien conduce a una
mascota por galerías de imágenes múltiples sin libre albedrío, ni voluntad, ni
capacidad para revelarse. Una dominación sutil pero refinadamente sádica para
el buen gusto.
Hasta que llegó ella. Y puso mi mundo de
cabeza. O al revés: volvió a ordenar mi vida acorde con mis gustos
inconfesables y a mi desplazado don de mando, tan marchito, tan atrofiado por
décadas de inutilizarse. Entonces corté de tajo la invisible conexión del cable
y solté su costoso cordón umbilical que por años alimentó mis espacios de entretenimiento
onanista. Nunca olvidaré el año de esa liberación: 2010.
Dejé de pagar mis suscripciones a la
industria cablera o satelital y a todas las explotadoras del espectro
radioeléctrico para la transmisión de señales de televisión, a fin de entregarme
a los brazos seductores de Apple TV, de Netflix, y de otros servicios basados
en Internet y en la transmisión de video que activo en el instante que yo
quiera, cuando a mi muy soberano y caprichoso antojo le cuadre. De manera que
operé para mí mismo el llamado “cord cutting”. Ahora vivo más feliz.
Desde entonces me ahorré la obligación
masoquista de suscribirme a canales no deseados de televisión. Evité el
engorroso paréntesis rutinario de los comerciales que interrumpen mi serie
favorita como intrusos imprudentes y puedo asegurar que hasta me ahorré dinero
en el audaz brinco. Como amante solícita, “Games of Thrones” me espera con su
fantasía salvaje a la hora que yo pueda; “House of Cards” aguarda mi llegada al
hogar con una paciencia política de alta escuela y “Breaking Bad” me recibe con
su adicción incurable y nada santa.
Por supuesto, ningún nuevo amor se abre sin
reservas ni limitaciones. Hace días, a falta de una recepción de calidad, no
pude contemplar en tiempo real la paliza a cuentagotas que ese sorprendente
artista de los guantes llamado Floyd Mayweather le asestó a Marcos Maidana. Y
generalmente los eventos deportivos en directo lucen borrosos y a veces en stop
motion. Pero en el fondo no me importa: uno se apasiona con las nuevas amantes no
a pesar de sus defectos sino con todo y ellos, con sus imponderables y sus
inesperados descubrimientos rústicos y desaliñados. Son las especias que
condimenta la sensualidad visual.
Decía Dante que sólo en el Infierno no
existe el remordimiento. Y tenía razón, hasta que llegó la reciente tendencia
del cord cutting, y desapareció entre los televidentes la figura ya arcaica del
ente arrepentido. En otras palabras, como dice la canción, hay que darle gusto
al gusto, porque la vida pronto se acaba.
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