08 mayo 2014

MI VIDA TRAS EL CORD CUTTING

Cuando lo experimenté por primera vez fue como una liberación: me había sometido por años a un imperio electrónico, a una mano invisible que me guiaba como lazarillo forzoso, como quien conduce a una mascota por galerías de imágenes múltiples sin libre albedrío, ni voluntad, ni capacidad para revelarse. Una dominación sutil pero refinadamente sádica para el buen gusto.

Hasta que llegó ella. Y puso mi mundo de cabeza. O al revés: volvió a ordenar mi vida acorde con mis gustos inconfesables y a mi desplazado don de mando, tan marchito, tan atrofiado por décadas de inutilizarse. Entonces corté de tajo la invisible conexión del cable y solté su costoso cordón umbilical que por años alimentó mis espacios de entretenimiento onanista. Nunca olvidaré el año de esa liberación: 2010.

Dejé de pagar mis suscripciones a la industria cablera o satelital y a todas las explotadoras del espectro radioeléctrico para la transmisión de señales de televisión, a fin de entregarme a los brazos seductores de Apple TV, de Netflix, y de otros servicios basados en Internet y en la transmisión de video que activo en el instante que yo quiera, cuando a mi muy soberano y caprichoso antojo le cuadre. De manera que operé para mí mismo el llamado “cord cutting”. Ahora vivo más feliz.

Desde entonces me ahorré la obligación masoquista de suscribirme a canales no deseados de televisión. Evité el engorroso paréntesis rutinario de los comerciales que interrumpen mi serie favorita como intrusos imprudentes y puedo asegurar que hasta me ahorré dinero en el audaz brinco. Como amante solícita, “Games of Thrones” me espera con su fantasía salvaje a la hora que yo pueda; “House of Cards” aguarda mi llegada al hogar con una paciencia política de alta escuela y “Breaking Bad” me recibe con su adicción incurable y nada santa.

Por supuesto, ningún nuevo amor se abre sin reservas ni limitaciones. Hace días, a falta de una recepción de calidad, no pude contemplar en tiempo real la paliza a cuentagotas que ese sorprendente artista de los guantes llamado Floyd Mayweather le asestó a Marcos Maidana. Y generalmente los eventos deportivos en directo lucen borrosos y a veces en stop motion. Pero en el fondo no me importa: uno se apasiona con las nuevas amantes no a pesar de sus defectos sino con todo y ellos, con sus imponderables y sus inesperados descubrimientos rústicos y desaliñados. Son las especias que condimenta la sensualidad visual.


Decía Dante que sólo en el Infierno no existe el remordimiento. Y tenía razón, hasta que llegó la reciente tendencia del cord cutting, y desapareció entre los televidentes la figura ya arcaica del ente arrepentido. En otras palabras, como dice la canción, hay que darle gusto al gusto, porque la vida pronto se acaba.

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