08 mayo 2014

MACIEL Y LAS BEATAS DE SAN PEDRO

Hace muchos años indagué en cuál rincón de México se cocinaba la mejor calabaza en tacha. Mis pesquisas me llevaron hasta Cotija, Michoacán. Ahí me enteré que en ese pueblo abundaban campesinos blancos, altos y barbados, descendientes directos de los conquistadores.

Supe con moderada sorpresa que los descendientes de los soldados de Cortés habían heredado no sólo los rasgos europeos, sino el ADN monárquico de sus ancestros: apoyaron sin reserva la Intervención Francesa, se asumieron vasallos de Maximiliano y en señal de represalia republicana, Benito Juárez le quitó a Cotija por mucho tiempo su estatus de cabecera municipal, que era como quitarle a un hijo la patria potestad.

Con sorpresa superior me enteré que muchos pobladores barbados de Cotija siguieron la ideología reaccionaria hasta en los fogones: confiscaron las recetas de la calabaza en tacha y se volvieron los únicos surtidores de ese dulce en la región, con ganancias crecientes durante el Día de Muertos. Alfonso Reyes narra cómo dos militares franceses, caídos en desgracia, comenzaron el negocio en el siglo XIX, gritando en perfecto francés en las calles pedregosas de Cotija: “La calebasse en tâche”.

Pero la mayor sorpresa me la llevé tiempo más tarde cuando una familia pudiente de San Pedro me invitó a una cena de caridad en honor a los Legionarios de Cristo. Comimos a todo dar en compañía de un sacerdote casi beatificado en vida llamado Marcial Maciel. Juro que con el pretexto de buscarle la aureola, las damas de San Pedro le escrutaban su rostro de galán de cine clásico. Era blanco, alto y no barbado quizá para no desmerecer frente al rostro lampiño de su rival opusdeísta: Monseñor Escrivá de Balaguer.

Todo marchaba bien en esa cena pía (por ser inclinada a la piedad, no porque sirvieran pollo en el menú), hasta que tocó el tiempo de los postres. La anfitriona se levantó de la mesa principal, carraspeó como oradora antigua y le preguntó casi marcialmente a don Marcial qué postre le gustaría probar. “La calebasse en tâche” dijo el desvergonzado. Entonces caí en la cuenta de que el viejo era de Cotija, Michoacán, de ahí que fuera blanco, alto, profundamente reaccionario y amante lujurioso de la calabaza en tacha. Nada bueno se podía esperar de esa combinación hipócrita.


Lo que se supo después de la vida sexual de don Marcial exhibió la podredumbre de una sociedad enajenada, la complicidad letal de quienes solaparon al oscuro delincuente y el peligroso candor de la anfitriona de aquella cena ridícula, que solía contar a sus amigas: “da igual cómo se porten los católicos en vida, porque al cielo, lo que se dice al cielo, siempre vamos los mismos”. Prueba irrefutable de que la mejor calabaza en tacha no estaba en los fogones de Cotija, Michoacán, sino posando en los hombros de las piadosas damas de San Pedro.

No hay comentarios: