En el mundo es cada vez más
frecuente un fenómeno laboral de alto nivel denominado “revolving door”, o
“puerta giratoria”. Altos mandos del gobierno se pasan a la nómina de empresas
trasnacionales a ocupar cargos gerenciales. Desde luego, la empresa que los
contrata se beneficia de las relaciones y la información privilegiada del ex
servidor público (sic).
Son apabullantes los ejemplos de
políticos que han pasado por la puerta giratoria: José María Aznar, que cobra
en Fox Corporation. Gerhard
Schröeder, ex canciller de Alemania, fichado por la industria gasera rusa. El
propio Vladimir Putin y su paréntesis como mandamás de Gazprom, antes de volver a un segundo mandato como presidente de
Rusia en 2011.
En México los políticos que cruzan
la puerta giratoria de lo público a lo privado es menor. Por supuesto, el caso
paradigmático es Ernesto Zedillo, miembro del consejo ejecutivo de Protector and Gamble, Union Pacific y Alcoa.
O Francisco Gil Díaz, ex Secretario de Hacienda con Fox, contratado primero por
el banco HSBC y luego por Telefónica.
José Ángel Gurría no aplica en la hipotética
lista porque pasó de Hacienda a la Secretaría General de la OCDE, un organismo
a todas luces público más que privado. Entonces: ¿por qué en México los
ejemplos de puerta giratoria no abundan como en la clase política del Primer
Mundo?
Por varias razones, entre ellas dos:
la administración pública en México, tan falta de profesionalismo e indicadores
de gestión y resultados es una pésima escuela para posibles candidatos a cargos
de empresas trasnacionales, con todo y la información privilegiada que
supuestamente pudieran tener.
La segunda razón es mucho más
desoladora: el alto funcionario del gobierno mexicano suele salir con los
bolsillos tan hinchados de dinero, que no se molesta en buscar empleo en las
altas esferas financieras. Cuando mucho, paga por dar clases en una universidad
prestigiosa como Calderón, o se contratan como locutores de segunda fila en cadenas
televisivas como el pobre de Vicente Fox.
En cambio, la mayoría de los
políticos mexicanos, por muy legendarios que sean, cruzan la puerta giratoria,
pero no de Los Pinos a la banca internacional sino del gobierno federal al green de golf, o a los viajes de crucero
en primera clase, con la amante de turno o el asistente privado. Lo mismo
da.
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