01 agosto 2013

EL DIVORCIADO Y LA PERFECTA CASADA



La vida es desorden, y al paso del tiempo el desorden no desaparece sino que acabamos por resignarnos. A cierta edad se nos acercan los amigos recién divorciados y nos piden tips para sanar del mal de amores.

Desde luego, lo mejor es siempre transferirlos a las mujeres, y sobre todo a un tipo de mujer, ama de casa, bien instalada en su matrimonio, cómoda en su papel de madre, y cuya preocupación cotidiana consiste en mantener el orden doméstico. Para los ahogados en la resaca del desprecio amoroso la ama de casa es un faro de orientación. Así que llevo a mi amigo con la indicada.

La indicada también es amiga mía y adora sin reticencias a su marido. Ella tiene cuarenta y pocos; su esposo cincuenta y tantos. Hijas educaditas, obedientes, la primera del anterior matrimonio del hombre. Mi amiga está al tanto de sus padres viejos con domicilio en San Pedro, y los visita cada tarde. Juega a la baraja con su padre en el jardín.

Su madre, diabética, enfurruñada y aprehensiva, teje una blusa interminable. Hija y madre se entienden poco, pero se respetan. Mi amiga le habla de usted; a su padre lo tutea. De ambos aprendió a cubrir las apariencias; de su madre el valor del orden doméstico. Por prescripción cronológica los viejos morirán primero. Mi amiga ignora por voluntad propia el inminente final. No puede hacer nada. Quizá en el fondo lo soporte. O lo acepte. O lo quiera. O lo desee.

Cada mañana viste a sus hijas (incluso a su hijastra), las lleva al colegio, prepara ella misma la comida –es una chef excelente--, los domingos a misa y al cafecito los lunes con sus comadres. Seguro le tienen envidia, pero ella las mide con un dejo de conmiseración: ellas que fracasaron en sus matrimonios, ellas que se dejaron vencer por la ansiedad de ser alguien, ellas que mal reciben la menopausia, ellas que perdieron o rompieron adrede el boleto a la felicidad (¿pero qué es la felicidad sino un correr en redondo?). Les echa en cara, en silencio, su falta de orden existencial.

--Planea tus días – le aconseja afable mi amiga a mi amigo divorciado– No te quedes en cama tratando de olvidar tu rompimiento. No sepultes tu cara en la arena. Llora tu pérdida pero con agenda fija; arma rutinas que le den a tu vida un sentido: de tal hora a tal hora llama a tus amigos, visítalos, practica pilates, yoga, crossfit. Piensa en un hobby que te distraiga: ¿no has pensado escribir en un periódico?

--No, Eloy se echó a perder con ese hobby.

Mi amiga lo trata con ternura. Su sabiduría es compilación de Vogue y Cosmopolita. Ella está más allá de sus amigas perdidas, e incluso de mí. A veces baja a ras de suelo para ver cómo los otros mortales nos arrastramos inestables, inseguros. Mi amiga impuso orden a su vida para forjar un cuerpo esbelto, una familia modelo, una paz interior estilo Dalai Lama. Los demás giramos alrededor suyo como astros muertos, tan frágiles como desordenados. Ella, en cambio, se sabe activa, madura, dichosa y feliz.

Pero una de sus comadres dice que mi amiga tiene mal sexo; que sus hijas la tratan como sirvienta; que un día la vieron en el Sport City babeando por un instructor. Mi amigo recién divorciado opina que el orden en la vida es una ilusión, tan sometidos estamos a la fragilidad de la existencia y a lo transitorio de nuestro paso por el mundo.

Yo simplemente añado que un orden familiar perfecto como el que tienen ciertas amas de casa da un significado a sus actos y les crea una eternidad ficticia, bien acolchonada y limpia, con efectos muy parecido al Prozac. Desde luego, nada que sustituya la eficacia de este antidepresivo cuando se sufre un rompimiento de amor o cuando ciertas mujeres sospechan, en el fondo de su corazón, lo falso que es la vida en su pobre mundo de ensueños.

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