31 julio 2013

LA BRECHA DE LOS CUARENTONES



El hijo adolescente de una amiga ha entrado al chat de Facebook para, según sus propias palabras, iniciar conmigo “un debate inter-generacional”. Le digo que odio las palabras rimbombantes y que no me gusta mucho discutir con jóvenes porque asumen las críticas como si fueran en contra suya. Además de que detesto esa lógica tan reiterada ahora de que todas las ideas son respetables. Mentira: todos los seres humanos son respetables, pero no todas sus ideas lo son. De manera que si pienso que una idea es una soberana estupidez, lo digo y punto, aunque se enoje la persona que la suelta enfrente de mi. 

Planteadas esas salvedades, levanto el guante que me ha arrojado mi debatiente – a partir de esta metáfora la brecha de la edad se abre inmisericorde – y atiendo su primera interrogante: ¿son los jóvenes actuales más solidarios que como lo fueron hace 20 años los miembros de mi generación? Mi respuesta tajante es que sí.

El muchacho celebra que coincidamos y que yo admita que las redes sociales acercan a los seres humanos entre sí como nunca antes. “Por eso mi generación es más altruista, optimista, gregaria y cooperativa que la suya”, escribe triunfante.

Le pido entonces que le baje a su tono tres rayas (como dirían sus amigos). Lo que pasa con las nuevas generaciones es que, como nunca antes, las posibilidades de encontrar un empleo estable se han reducido al mínimo. Las prestaciones laborales prácticamente han desaparecido. La protección social se evapora año con año. Un profesionista recién egresado de la universidad ya no está predestinado al éxito. Esto hace que los jóvenes de hoy tiendan más a lo social y menos a lo material. En otras palabras, que respiren por la herida.

¿Y cuales son las consecuencias de esta tendencia a lo social? A grandes rasgos, son tres: se incrementa la preocupación por los demás, se difunden valores de sustentabilidad y se levantan banderas humanitarias como la ecología y los derechos de los animales. Pregunta el joven debatiente si mi generación no defiende estos mismos principios. Le contesto que lo predominante entre los cuarentones de Nuevo León es ostentar dinero, alardear las vacaciones recientes y valorar la compra de carros último modelo.

Yo no creo en la pirámide de Abraham Maslow, esa que establece que conforme se cubren las necesidades más básicas, los seres humanos desarrollamos deseos más elevados. Creo más bien que las cosas operan justo al revés: en tiempos de crisis económica o política, las personas se vuelven más solidarias; revaloran la responsabilidad social y desmitifican el consumismo rapaz. Al mismo tiempo, las nuevas generaciones son más diestras en el uso de las tecnologías digitales.

Me escribe el hijo de mi amiga si mi conclusión es que los jóvenes actuales son más fregones como personas (el término es suyo no mío) y si su ética es más evolucionada que la de los miembros de mi generación. Yo le respondo que sí. Salvo tristes excepciones que confirman la regla – ninis que viven sin metas ni aspiraciones – hemos entrado a una nueva era de las relaciones humanas. “Sí”, añade el muchacho: “una nueva etapa de hiper-interrelaciones intrahumanas”. Y entonces le advierto que el maltrato ruin del lenguaje que cometen los chavos es harina de otro costal.

Coincide conmigo y se despide con un relevador “Oqui, ya stá”.


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