Hace algunas semanas un grupo de
socios y emprendedores de tecnología e innovación decidimos invertir en San
Pedro en la incipiente fabricación digital.
El eje de nuestro negocio es la
impresión tridimensional, algo que iniciamos en forma pionera hace unos años
con los 3Dickens, especie de hologramas en vivo que vendimos exitosamente como
productos publicitarios. Y para no sentirnos solos en nuestras metas hemos
hallado inspiración en talleres internacionales como “Internet of Thing Day”.
En otros artículos he explicado que
las impresoras 3D convierten diseños de formato digital en objetos tangibles, a
partir de máquinas semejantes a hornos de microondas como los que solemos tener
en la cocina de nuestras casas. Hasta hace poco las impresoras 3D eran de uso
reservado para grandes industrias como Toyota, pero ahora un grupo de ilusos
pretendemos volverlas accesibles al ciudadano común.
Y es que ya es posible maquilar en
cuestión de horas cualquier utensilio de uso doméstico y personalizado (desde
un vaso o un florero hasta una prótesis que reemplace un brazo o una pierna
humana) sin necesidad de conocimientos técnicos especializados. En nuestro
modelo de negocio propio, queremos usarla en especial para manufacturar
alimentos para su venta inmediata en restaurantes de San Pedro. ¿Sorprendente?
Aún hay más.
A excepción de algunos intentos en
la UANL donde ya se cuenta con una especie de impresora 3D de primera
generación (ignoro si el ITESM también la tenga) Nuevo León sigue siendo terreno
virgen para las nuevas herramientas de fabricación con las que es posible
imprimir o prototipar cualquier cosa. Aclaro, eso sí, que esto tiene sus
limitaciones comerciales.
Por lo pronto, las primeras
impresoras 3D que a través de Dickens Group importamos a Nuevo León y que hemos
puesto a funcionar (con la ayuda de Oscar Garza, experto en estos temas) están
en fase beta por lo que su rendimiento aún es limitado. Es difícil calibrarlas
y por pequeñas diferencias milimétricas en su programación, o por diferencias
en la textura del material utilizado, provocan variaciones sustanciales en la
pieza impresa.
Sin embargo, ya pudimos escanear en
3D una escultura de porcelana de escasos centímetros que estaba en una repisa
de mi oficina, para luego fabricar en nuestro “horno de microondas” una réplica
muy parecida al original.
Por otro lado, se entiende que dada
la novedad del proyecto, no es fácil conseguir inversionistas o, como se les
llama ahora, buisness angel, que
acepten brindar fondos de alto riesgo para un Start-up de esta naturaleza, y
menos para un modelo de negocio con un retorno de inversión tan poco claro como
el que planteamos.
Pero advierto que abundan los casos
de éxito en otros países como en Estados Unidos. Me informa Oscar Garza que la
empresa Markebot, por ejemplo, acaba de ampliar su fábrica especializada en
impresión 3D en Sunset Park, en Brooklyn y para aliviarles la carga laboral (por
exceso de pedidos) a sus 100 empleados, ha contratado otros 50 técnicos hace
apenas un par de días.
Y una cosa más: entiendo que algunos
lectores sigan creyendo que las impresoras 3D son cosa de ciencia ficción o
meros gadgets para gente ociosa o
aficionados a las novedades al margen del mercado. Se equivocan. Esta
tecnología de la impresión tridimensional será la próxima revolución global de
la industria de bienes y servicios en menos de dos años y Nuevo León estará a
la vanguardia en su comercialización, si difundimos a tiempo sus ventajas y
beneficios. ¿Le entramos?
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