11 junio 2013

ESPIONAJE DEL NEGRO FASCISTA


Hace muchos años, en 1972, el caso Watergate sepultó la carrera política del Presidente Richard Nixon. Los héroes de esta revelación fueron dos reporteros bisoños del Washington Post que en poco tiempo se volvieron una celebridad: Bob Woodward y Carl Bernstein. En realidad, la verdadera estrella de tal entramado de complicidades que cimbró La Casa Blanca de aquella época, fue un soplón apodado “Garganta Profunda”.

Hubo un tiempo en que este soplón fue más famoso que la propia película pornográfica a la que dio nombre y que llevó a la fama a Linda Lovelace, culpable de los sueños húmedos de muchas generaciones de varones (entre las que se incluye sin pudor el autor de este artículo). Tres décadas más tarde se descubrió el nombre real detrás del apodo: Mark Felt, ex director adjunto del FBI. Felt murió a los 95 años diezmado por la demencia senil pero casi en olor de santidad por sus “servicios a la nación”.

Quizá muchos recuerden también al ex analista militar Daniel Ellsberg, el soplón que entregó a The New York Times en 1971 “los Papeles del Pentágono” que dejaban al descubierto la sucesión de mentiras en torno a la guerra de Vietnam que tramó la administración Johnson. Fue una gran victoria para la Primera Enmienda –que garantiza la libertad de expresión en ese país – porque el Tribunal Supremo declaró como inconstitucional el mandato presidencial para impedir su publicación en 17 periódicos como The New York Times y The Washington Post. Daniel Ellsberg vive aún en calidad de héroe civil y ha recibido varios premios muy merecidos como el Right Livelihood Award.

Recordemos que tanto mark Felt como Daniel Ellsberg se enfrentaron a administraciones presidenciales de fuerte sesgo conservador y sin duda alguna represivos. Sus decisiones fueron de alto riesgo y pusieron en riesgo su integridad personal. Sin embargo, fueron arropados por los medios de comunicación de la época y ganaron un aura de respetabilidad que los volvió intocables ante el largo brazo de la ley.

Pero la historia de las libertades civiles también sufre retrocesos. Hoy, un joven analista de 25 años de las Fuerzas Armadas de EUA en  Bagdad, Bradley Manning está encarcelado en condiciones inhumanas desde 2010, por el supuesto gobierno liberal de Barack Obama. ¿Su delito? Filtrar a YouTube un video sobre un ataque de un helicóptero militar de EUA, matando por diversión a varios civiles indefensos en un despoblado iraquí.

También lo acusan de colaborar con otro soplón ilustre: Julian Assange. Luego de 18 meses de audiencias preliminares, Manning acaba de comenzar el viacrucis de su juicio acusado de 21 cargos, de los cuales ya confesó 10. Es casi seguro que lo sentencien a cadena perpetua. ¿Y los militares que asesinaron a los indefensos civiles? Felizmente libres de cualquier acusación. Ningún medio de comunicación ha protegido a Manning ni apelado abiertamente a su favor.

Hoy, un genio de la informática, de 29 años, llamado Edward Snowden, ex asistente técnico de la CIA, en donde ganaba un apetitoso sueldo de 200 mil dólares, está encerrado en un hotel de Hong Kong, a punto de que lo extraditen a su país EUA, para ser procesado. ¿El motivo de su persecución? Filtrar a varios medios como The Guardian el programa de vigilancia clandestina que la administración Obama opera en contra de sus propios ciudadanos, a través de la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA) espiando sus teléfonos (caso Verizon) y revisando el contenido de todos los mails, chats, videos y post  que circulan por Internet (caso Prism), ingresando a los servidores de Google, Facebook, Skype, Yahoo y Apple.

El caso de las operaciones de espionaje revelado de Barack Obama no se compara por sus dimensiones ni por sus alcances globales al que hizo dimitir el 8 de agosto de 1974 a Richard Nixon. También son proporcionalmente mayores en gravedad al que exhibió Daniel Ellsberg con sus “Papeles del Pentágono” en los años setenta.

Pero Obama sigue viviendo en un aura de pureza liberal, que ojalá pronto se le evapore para dejarlo ante sus ciudadanos y ante el mundo como lo que es: un trastornado de identidad disociativo, con doble personalidad, que se ha burlado como ningún otro presidente norteamericano de la sentencia que marcó como patrón de vida Benjamín Franklin: “Aquellos que admiten perder libertades esenciales para obtener un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad”. La historia no absolverá a Obama: ya se verá.

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