Hace muchos
años, en 1972, el caso Watergate sepultó la carrera política del Presidente
Richard Nixon. Los héroes de esta revelación fueron dos reporteros bisoños del
Washington Post que en poco tiempo se volvieron una celebridad: Bob Woodward y
Carl Bernstein. En realidad, la verdadera estrella de tal entramado de
complicidades que cimbró La Casa Blanca de aquella época, fue un soplón apodado
“Garganta Profunda”.
Hubo un
tiempo en que este soplón fue más famoso que la propia película pornográfica a
la que dio nombre y que llevó a la fama a Linda Lovelace, culpable de los
sueños húmedos de muchas generaciones de varones (entre las que se incluye sin
pudor el autor de este artículo). Tres décadas más tarde se descubrió el nombre
real detrás del apodo: Mark Felt, ex director adjunto del FBI. Felt murió a los
95 años diezmado por la demencia senil pero casi en olor de santidad por sus
“servicios a la nación”.
Quizá
muchos recuerden también al ex analista militar Daniel Ellsberg, el soplón que
entregó a The New York Times en 1971 “los Papeles del Pentágono” que dejaban al
descubierto la sucesión de mentiras en torno a la guerra de Vietnam que tramó
la administración Johnson. Fue una gran victoria para la Primera Enmienda –que
garantiza la libertad de expresión en ese país – porque el Tribunal Supremo
declaró como inconstitucional el mandato presidencial para impedir su
publicación en 17 periódicos como The New York Times y The Washington Post. Daniel
Ellsberg vive aún en calidad de héroe civil y ha recibido varios premios muy
merecidos como el Right Livelihood Award.
Recordemos
que tanto mark Felt como Daniel Ellsberg se enfrentaron a administraciones
presidenciales de fuerte sesgo conservador y sin duda alguna represivos. Sus
decisiones fueron de alto riesgo y pusieron en riesgo su integridad personal.
Sin embargo, fueron arropados por los medios de comunicación de la época y
ganaron un aura de respetabilidad que los volvió intocables ante el largo brazo
de la ley.
Pero la
historia de las libertades civiles también sufre retrocesos. Hoy, un joven
analista de 25 años de las Fuerzas Armadas de EUA en Bagdad, Bradley Manning está encarcelado en
condiciones inhumanas desde 2010, por el supuesto gobierno liberal de Barack Obama.
¿Su delito? Filtrar a YouTube un video sobre un ataque de un helicóptero
militar de EUA, matando por diversión a varios civiles indefensos en un
despoblado iraquí.
También lo
acusan de colaborar con otro soplón ilustre: Julian Assange. Luego de 18 meses
de audiencias preliminares, Manning acaba de comenzar el viacrucis de su juicio
acusado de 21 cargos, de los cuales ya confesó 10. Es casi seguro que lo
sentencien a cadena perpetua. ¿Y los militares que asesinaron a los indefensos civiles?
Felizmente libres de cualquier acusación. Ningún medio de comunicación ha
protegido a Manning ni apelado abiertamente a su favor.
Hoy, un
genio de la informática, de 29 años, llamado Edward Snowden, ex asistente
técnico de la CIA, en donde ganaba un apetitoso sueldo de 200 mil dólares, está
encerrado en un hotel de Hong Kong, a punto de que lo extraditen a su país EUA,
para ser procesado. ¿El motivo de su persecución? Filtrar a varios medios como
The Guardian el programa de vigilancia clandestina que la administración Obama
opera en contra de sus propios ciudadanos, a través de la Agencia Nacional de
Inteligencia (NSA) espiando sus teléfonos (caso Verizon) y revisando el
contenido de todos los mails, chats, videos y post que circulan por Internet (caso Prism),
ingresando a los servidores de Google, Facebook, Skype, Yahoo y Apple.
El caso de las
operaciones de espionaje revelado de Barack Obama no se compara por sus dimensiones
ni por sus alcances globales al que hizo dimitir el 8 de agosto de 1974 a
Richard Nixon. También son proporcionalmente mayores en gravedad al que exhibió
Daniel Ellsberg con sus “Papeles del Pentágono” en los años setenta.
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