20 junio 2013

EL MAFIOSO INCOMPARABLE


Ayer murió un mafioso. Su partida me distrae de los obsesivos temas circulares; de los llaveros municipales cedidos por incapacidad a Dios; de la rutina de calificar en soledad a los gobernantes obtusos; de las redes enredadas en las brumas digitales; de la enfermedad y su  necedad de flagelarme en rutinas estrictas y calculadoras.

Ayer murió un mafiosos y su despedida arrastra una mística profana de entender la vida en camiseta y calzoncillos; clausura definitivamente su casino clandestino, Bada Bing!, donde más de un lector fue testigo (junto conmigo) del arte corporal del tubo y su accesorio humano voluptuoso; donde se jugaba al billar entre citas sexistas, racismo de macho gringo y algún nuevo negocio truculento qué operar al margen de la ley.      

Ayer murió un mafioso que debía algunas vidas; no sumaba muescas en su pistola (uno por cada muerte) por llegar temprano a casa; porque Carmela, su mujer, lo esperaba con la cena puesta; porque su hermana Janice  reñía a gritos con el nuevo amante; porque a Meadow, su hija, le crecían los traumas y la hormona del temor propio de una adolescencia feliz; porque tenía que ver televisión con Junior, su hijo, desde que la doctora Jenifer Melfi le recomendó hacer química con él, invadiendo de tanto en tanto su universo doméstico y clandestino.

Ayer murió un mafioso, asediado en las catacumbas heladas de su subconsciente por la manipulación emocional de Livia, su madre bipolar; de su tío Corrado, renqueante por el peso de una egolatría asesina que lo empujó al solipsismo del Alzheimer; de su banda de forajidos urbanos comenzando por ese acomplejado infeliz de Paulie Walnuts Gualtieri y el delator Big Pussy Bonpensiero y el sobrino mirrey, aspirante frustrado a productor de cine, Christopher Moltisanti.

Ayer murió un mafioso, Tony Soprano, encarnado en un actor de primera línea, un portento de simbiosis interpretativa llamado James Gandolfini, tan compenetrado en el papel del gordo complejo y hamletiano que los titulares de los medios masivos no supieron cual de los dos se infartó realmente ayer, en Roma, a los 51 años. Su prematura muerte nos ha nublado los ojos de lágrimas, nos ha deprimido la noche para imponer el sello de la inmortalidad sin límites ni enmendaduras revisionistas a esa obra maestra de las series de televisión llamada Los Soprano.

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