En
Monterrey se ha despertado una obsesión mercantil por investigar antecedentes
personales en redes sociales. El mejor publicista de todos los tiempos, David
Ogilvy, creador del marketing moderno, solía decir: “a las agencias les
conviene tener imaginación y no ser ortodoxas a la hora de contratar”. Pero en
Monterrey las empresas no suelen tener imaginación y si usted es candidato a un
puesto laboral de buen nivel, caerá en menos que canta un gallo en una de esas
agencia de headhunter que lo escaneará de pies a cabeza. A la manera ortodoxa,
claro está.
Verificarán
sus posibles antecedentes penales, analizarán cuánto debe y a quién en el temido
Buró de Crédito; le pedirán cartas de recomendación y conocidos que lo avalen.
Finalmente escribirán su nombre en un buscador de la web (Google, para mayores
señas) y leerán los sitios que hablen de usted; los videos donde aparece e
incluso los post que ha colgado inocentemente en Facebook o en Twitter.
El problema
es que estas pesquisas sobre su radiografía personal y social no hacen
distinciones y menos se jerarquizan. La misma importancia le dan a sus
antecedentes penales que a su buena (o mala) reputación reflejada en las redes
sociales. Una mancha en su expediente la salpican en la misma proporción estar
boletinado por el Buró de Crédito, que haber publicado una foto familiar en
Pinterest, fumando o tomando una copa.
El Norte publicó ayer en la portada de su
portal web una nota periodística con fotografías hurtadas de Facebook: ahí
aparece una diputada federal del PRD acostada en una barda, imitando el retozar
de una iguana. No existe ninguna acusación que publicar, no descubre falta
alguna en la que incurra esta legisladora, ni siquiera se trata de una fotografía
chusca o que se preste a la parodia. Es totalmente anodina: la señora está
descansando con las piernas cruzados, como lo haría cualquiera de
nosotros. ¿Cuál es el sentido
periodístico de ese artículo? Lo peor es que la nota mete con calzador los
comentarios insignificantes de amigos personales de la dama “exhibida”, como si
fueran evidencias de yo no se qué.
Lo que
investigan tantos headhunter regio; lo que malamente publica El Norte, es un atentado en contra de la
privacidad. No es más que husmear en la vida personal para descalificar lo que
una persona --¿víctima pudiéramos llamarla?— hace en sus horas libres, lo que
no le resta profesionalismo a esta persona en su actuación laboral. Tampoco le
abona nada a su currículum porque son espacios distintos, que nunca pueden
mezclarse a riesgo de invocar el fantasma de la represión mediática, con sus
sombras de espionaje y linchamiento moral.
Los
regímenes autoritarios se gestan en sociedades enfermas; no son flores de
invernadero. El sátrapa, el dictador, el hombre fuerte, el tirano, son proyección
de las obsesiones colectivas por denunciarnos entre nosotros, por exhibir
asuntos privados sin importancia como si fueran graves atentados a la moral o
delitos sorprendidos in fraganti. Ese
es el alto riesgo social de caer en este tipo de frivolidades mediáticas, que
además no dicen nada de las persona investigada.
Y a los
headhunter de redes sociales, puedo asegurarles que una técnica mejor a hurgar
en Facebook los hábitos y costumbres del posible contratado, sería sentarse a
dialogar llanamente con él sobre sus habilidades y destrezas. Esta práctica no
es un ejercicio menor de su investigación; es, a no dudarlo, la principal
herramienta de sus pesquisas.
Lean las
conclusiones a las que pudo haber llegado cualquier headhunter regiomontano
sobre una persona que conozco: “Tiene 38 años y está desempleado. Fue expulsado
de la Universidad. Ha trabajado de cocinero y vendedor. No sabe nada sobre
marketing y nunca en su vida ha publicado un anuncio”. Si usted tuviera una
agencia de publicidad no se atrevería a reclutar a esa persona en razón del pésimo
expediente que le armaría el headhunter. Lástima porque se hubiera privando de
contratar a quien fue poco tiempo después el mejor publicista de todos los
tiempos, creador del marketing moderno: David Ogilvy.
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