25 junio 2013

EL HUEVO DE LA SERPIENTE REPRESIVA


En Monterrey se ha despertado una obsesión mercantil por investigar antecedentes personales en redes sociales. El mejor publicista de todos los tiempos, David Ogilvy, creador del marketing moderno, solía decir: “a las agencias les conviene tener imaginación y no ser ortodoxas a la hora de contratar”. Pero en Monterrey las empresas no suelen tener imaginación y si usted es candidato a un puesto laboral de buen nivel, caerá en menos que canta un gallo en una de esas agencia de headhunter que lo escaneará de pies a cabeza. A la manera ortodoxa, claro está.  

Verificarán sus posibles antecedentes penales, analizarán cuánto debe y a quién en el temido Buró de Crédito; le pedirán cartas de recomendación y conocidos que lo avalen. Finalmente escribirán su nombre en un buscador de la web (Google, para mayores señas) y leerán los sitios que hablen de usted; los videos donde aparece e incluso los post que ha colgado inocentemente en Facebook o en Twitter.

El problema es que estas pesquisas sobre su radiografía personal y social no hacen distinciones y menos se jerarquizan. La misma importancia le dan a sus antecedentes penales que a su buena (o mala) reputación reflejada en las redes sociales. Una mancha en su expediente la salpican en la misma proporción estar boletinado por el Buró de Crédito, que haber publicado una foto familiar en Pinterest, fumando o tomando una copa.  

El Norte publicó ayer en la portada de su portal web una nota periodística con fotografías hurtadas de Facebook: ahí aparece una diputada federal del PRD acostada en una barda, imitando el retozar de una iguana. No existe ninguna acusación que publicar, no descubre falta alguna en la que incurra esta legisladora, ni siquiera se trata de una fotografía chusca o que se preste a la parodia. Es totalmente anodina: la señora está descansando con las piernas cruzados, como lo haría cualquiera de nosotros.  ¿Cuál es el sentido periodístico de ese artículo? Lo peor es que la nota mete con calzador los comentarios insignificantes de amigos personales de la dama “exhibida”, como si fueran evidencias de yo no se qué.  

Lo que investigan tantos headhunter regio; lo que malamente publica El Norte, es un atentado en contra de la privacidad. No es más que husmear en la vida personal para descalificar lo que una persona --¿víctima pudiéramos llamarla?— hace en sus horas libres, lo que no le resta profesionalismo a esta persona en su actuación laboral. Tampoco le abona nada a su currículum porque son espacios distintos, que nunca pueden mezclarse a riesgo de invocar el fantasma de la represión mediática, con sus sombras de espionaje y linchamiento moral.  

Los regímenes autoritarios se gestan en sociedades enfermas; no son flores de invernadero. El sátrapa, el dictador, el hombre fuerte, el tirano, son proyección de las obsesiones colectivas por denunciarnos entre nosotros, por exhibir asuntos privados sin importancia como si fueran graves atentados a la moral o delitos sorprendidos in fraganti. Ese es el alto riesgo social de caer en este tipo de frivolidades mediáticas, que además no dicen nada de las persona investigada.

Y a los headhunter de redes sociales, puedo asegurarles que una técnica mejor a hurgar en Facebook los hábitos y costumbres del posible contratado, sería sentarse a dialogar llanamente con él sobre sus habilidades y destrezas. Esta práctica no es un ejercicio menor de su investigación; es, a no dudarlo, la principal herramienta de sus pesquisas.

Lean las conclusiones a las que pudo haber llegado cualquier headhunter regiomontano sobre una persona que conozco: “Tiene 38 años y está desempleado. Fue expulsado de la Universidad. Ha trabajado de cocinero y vendedor. No sabe nada sobre marketing y nunca en su vida ha publicado un anuncio”. Si usted tuviera una agencia de publicidad no se atrevería a reclutar a esa persona en razón del pésimo expediente que le armaría el headhunter. Lástima porque se hubiera privando de contratar a quien fue poco tiempo después el mejor publicista de todos los tiempos, creador del marketing moderno: David Ogilvy. 

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