08 mayo 2013

MENTADAS DE MADRE "ON LINE"


Una amiga, estupenda chef de Monterrey, comenzó a escribir en un periódico digital sobre cocina. En menos de una semana había recibido un aluvión de descalificaciones e insultos a cuenta de nada en la sección de comentarios del lector que tomó la decisión irrebatible, de no volver a incursionar como articulista en la web. “Lo hago por mis hijos” dijo. “Y es que me han faltado tanto al respeto con alusiones sexuales y burlas subidas de color que no pude tolerar tanto bullying”.

Le respondí que a mí, como a casi todos los que escribimos en la web social, me pasa lo mismo. Mis artículos suelen ser carnada de campañas de trolls que me critican “ad hominem”, es decir, no disienten de mis opiniones sino de mi persona, en franca repulsa a mi necedad de seguir vivo. Uno fue particularmente incisivo. Días y noches me acosó con una saña obsesiva-compulsiva hasta que le contesté que ya soy lo suficientemente mayor como para sufrir bullying.

Entiendo muy bien a mi amiga chef: a nadie nos gusta ser ofendidos. Ni insultados. Ni difamados. Ni calumniados. Ni en vivo ni bajo pseudónimo. Pero la solución es simple: se le ignora, y listo: es el precio por opinar públicamente con nuestro nombre y apellidos. En el fondo, el problema psicológico no está del lado de quien opina públicamente sobre un asunto político o una receta de cocina, sino de quien calumnia cobarde y agresivamente desde el anonimato. Su afán consiste en buscar notoriedad a expensas de otros, llamar la atención a como de lugar: es una distorsión del ego.

Esto se deriva de una psicopatología denominada “online disinhibition effect”. Cuando determinadas personas se plantan solitarias frente a una pantalla, se les detona un efecto peculiar: el anonimato las envalentona, incrementan características escondidas de temeridad, auspiciados por la invisibilidad que propician las redes sociales.

Cuando interactuamos cara a cara, el cerebro se mantiene usualmente en autocontrol gracias al córtex orbitofrontal, que emite señales para moderar nuestros impulsos y empatizar con los demás. Eso nos evita salidas de tono y comportamientos inaceptables. Pero en Internet, el córtex no funciona igual que en la vida real, porque no está bien adiestrado en el medio online. De ahí que nos sea muy fácil dejarnos llevar por impulsos, desatamos con ligereza los instintos primarios, y podemos enviar sin pensarlo dos veces comentarios insultantes. “Al cabo nadie nos ve”.

Por eso se nos pide a quienes escribimos en Internet que seamos muy tolerantes y moderados con quienes nos insultan virtualmente y entendamos esto del “online disinhibition effect”. ¿Pero qué pasa si mientras usted pasea por un supermercado, un tipo le dice que hace días lo escuchó opinar sobre un tema y considera que usted es un pendejo y además le menta la madre dos veces? ¿Omitiría los insultos de esa persona y seguiría su camino como si nada? No se usted, pero yo sí me regreso a darle un madrazo.

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