02 mayo 2013

LA FARSA DEL ÚLTIMO ROMÁNTICO


Ayer fue detenido uno de los más peligrosos hacktivistas. Sven Olaf Kamphuis es un treintañero holandés, flaco y alto como una vara, de ojos cafés desorbitados propios de los nuevos conversos y fiel cultivador de un aspecto desaliñado bien estudiado que refleja el desorden de su vida cotidiana y el caos nada creativo que quiere sembrar en el mundo on line. Pero quien trate más a fondo a este “iluminado” hacker en la realidad off line (donde sin duda se encuentra más vulnerable, disminuido y menos a sus anchas), entenderá la certeza demente de sus desplantes verbales, tras un protocolo de presentación que avisa sin reservas lo que vendrá después: “Soy el ministro de Telecomunicaciones y Asuntos Exteriores de la República del Cyberbunker”.

Cuando la Policía Nacional decidió por fin catear su departamento en un pueblo de Cataluña, el diplomático imaginario Sven Olaf Kamphuis mostró la faceta más obsesiva y sórdida de su comportamiento: un dormitorio de genio adolescente, computadoras arrojadas sin ton ni son al piso (pero conectadas en red), una telaraña de cables y líneas de cobre, restos de pizza, cajas de cartón y la reciente edición de novelas del escritor de ciencia ficción, Neal Stephenson, tiradas en la cama revuelta, como revelación de las verdaderas intenciones del joven lector holandés.  

Vladimir Ilich Lenin inició una revolución sentado en una mesa de hostal. Sven Olaf quiso acabar con todo Internet operando desde una camioneta vieja que desplazaba a lo largo de España, dotada con equipo informático y antenas para escanear frecuencias y lo suficientemente sofisticada para desatar el ciberataque mundial de denegación de servicio (DDOS) más dañino del que se tenga memoria en la red. No consiguió su propósito pero el pasado mes de marzo por poco colapsó en su conjunto las redes de comunicación interconectadas, sobrecargando artificialmente el sistema informático y ralentizando el tráfico de la red mediante accesos masivos. Poco le faltó.

Tumbar un sitio web no tiene el menor chiste. Basta un software y enlazar las computadoras de cualquier cibercafé para orquestar un ataque DDOS. Si además se cuenta con hackers amigos que respalden la acción mediante una convocatoria abierta en foros de Red – como hizo este treintañero holandés --, el éxito está más que asegurado. Por eso, aunque digna de recordarse, la de Sven Olaf dista mucho de ser una memorable proeza informática. Difícilmente su ídolo Neal Stephenson se inspiraría en él para imaginar una nueva novela cyberpunk, porque incluso las pistas que dejó luego de uno de sus ataques a una compañía anti-spam fue un error de principiante, impropio en cualquier protagonista de relato futurista.  
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Es comprensible que, como buen hacker, Sven Olaf tratara de emular las peripecias ficticias de los personajes marginales y desplazados de Neal Stephenson, sobre todo de esa novela de casi mil páginas, probablemente tan deleitable para Sven Olaf y para muchos de nosotros, como lo es “Criptonomicón”, repleta de hackers expertos en criptografía y seguridad informática y de aventuras muy entretenidas de anarquistas opositores a cualquier clase de gobierno e instituciones y pioneros de paraísos de datos como “La Cripta”.

Pero hasta ahí llegan las semejanzas entre ficción y realidad, porque lo que en realidad se propone Sven Olaf no estriba en crear un quimérico paraíso terrenal de datos informáticos, inalcanzable para la mano férrea del Estado y donde prime la protección de identidad, un Internet libre de censuras y del castrador copyright. Todo lo contrario: el sueño de Sven Olaf consiste en destruir Internet hasta la médula, cargando además con todos los sitios web y con cualquier otra página del mundo digital: es como tirar el niño con el agua sucia de la bañera. Más que un militante anti-gobiernista, Sven Olaf es un anarquista terrorista, como esos que Albert Camus puso a sembrar bombas en los carruajes aristocráticos, en la obra suya de teatro, irónicamente titulada “Los Justos”.

WikiLeaks y su creador Julian Assange son perseguidos políticos; el soldado Breadley E. Manning, que filtró el video del ejercito de EUA asesinando civiles a mansalva en Irak, es un preso de conciencia; los cuatro dueños The Pirate Bay el motor de búsqueda suizo, injustamente condenados a un año de prisión y a pagar 1.1 millones de dólares de multa por oponerse al copyright, son ciudadanos con sus derechos humanos claramente violados.

Pero Sven Olaf Kamphuis, por más que él mismo insista, no tiene nada que ver con ellos. Es un criminal común y corriente, un “justo” que no merece perdón ni conmiseración alguna. Nos queda la fortuna de que vivirá en prisión por un largo tiempo en su natal Holanda, y será difícil que pueda acceder de nuevo a la web desde la celda donde estará recluido, hasta que cumpla su sentencia en razón de su destructividad anárquica.

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