Ayer fue
detenido uno de los más peligrosos hacktivistas. Sven Olaf Kamphuis es un
treintañero holandés, flaco y alto como una vara, de ojos cafés desorbitados
propios de los nuevos conversos y fiel cultivador de un aspecto desaliñado bien
estudiado que refleja el desorden de su vida cotidiana y el caos nada creativo
que quiere sembrar en el mundo on line.
Pero quien trate más a fondo a este “iluminado” hacker en la realidad off line (donde sin duda se encuentra más
vulnerable, disminuido y menos a sus anchas), entenderá la certeza demente de
sus desplantes verbales, tras un protocolo de presentación que avisa sin
reservas lo que vendrá después: “Soy el ministro de Telecomunicaciones y
Asuntos Exteriores de la República del Cyberbunker”.
Cuando la
Policía Nacional decidió por fin catear su departamento en un pueblo de
Cataluña, el diplomático imaginario Sven Olaf Kamphuis mostró la faceta más
obsesiva y sórdida de su comportamiento: un dormitorio de genio adolescente,
computadoras arrojadas sin ton ni son al piso (pero conectadas en red), una
telaraña de cables y líneas de cobre, restos de pizza, cajas de cartón y la
reciente edición de novelas del escritor de ciencia ficción, Neal Stephenson,
tiradas en la cama revuelta, como revelación de las verdaderas intenciones del
joven lector holandés.
Vladimir
Ilich Lenin inició una revolución sentado en una mesa de hostal. Sven Olaf
quiso acabar con todo Internet operando desde una camioneta vieja que
desplazaba a lo largo de España, dotada con equipo informático y antenas para
escanear frecuencias y lo suficientemente sofisticada para desatar el
ciberataque mundial de denegación de servicio (DDOS) más dañino del que se
tenga memoria en la red. No consiguió su propósito pero el pasado mes de marzo
por poco colapsó en su conjunto las redes de comunicación interconectadas,
sobrecargando artificialmente el sistema informático y ralentizando el tráfico
de la red mediante accesos masivos. Poco le faltó.
Tumbar un
sitio web no tiene el menor chiste. Basta un software y enlazar las
computadoras de cualquier cibercafé para orquestar un ataque DDOS. Si además se
cuenta con hackers amigos que respalden la acción mediante una convocatoria
abierta en foros de Red – como hizo este treintañero holandés --, el éxito está
más que asegurado. Por eso, aunque digna de recordarse, la de Sven Olaf dista
mucho de ser una memorable proeza informática. Difícilmente su ídolo Neal
Stephenson se inspiraría en él para imaginar una nueva novela cyberpunk, porque
incluso las pistas que dejó luego de uno de sus ataques a una compañía
anti-spam fue un error de principiante, impropio en cualquier protagonista de
relato futurista.
Es
comprensible que, como buen hacker, Sven Olaf tratara de emular las peripecias
ficticias de los personajes marginales y desplazados de Neal Stephenson, sobre
todo de esa novela de casi mil páginas, probablemente tan deleitable para Sven
Olaf y para muchos de nosotros, como lo es “Criptonomicón”, repleta de hackers
expertos en criptografía y seguridad informática y de aventuras muy
entretenidas de anarquistas opositores a cualquier clase de gobierno e
instituciones y pioneros de paraísos de datos como “La Cripta”.
Pero hasta
ahí llegan las semejanzas entre ficción y realidad, porque lo que en realidad
se propone Sven Olaf no estriba en crear un quimérico paraíso terrenal de datos
informáticos, inalcanzable para la mano férrea del Estado y donde prime la
protección de identidad, un Internet libre de censuras y del castrador
copyright. Todo lo contrario: el sueño de Sven Olaf consiste en destruir
Internet hasta la médula, cargando además con todos los sitios web y con
cualquier otra página del mundo digital: es como tirar el niño con el agua
sucia de la bañera. Más que un militante anti-gobiernista, Sven Olaf es un
anarquista terrorista, como esos que Albert Camus puso a sembrar bombas en los
carruajes aristocráticos, en la obra suya de teatro, irónicamente titulada “Los
Justos”.
WikiLeaks
y su creador Julian Assange son perseguidos políticos; el soldado Breadley E.
Manning, que filtró el video del ejercito de EUA asesinando civiles a mansalva
en Irak, es un preso de conciencia; los cuatro dueños The Pirate Bay el motor
de búsqueda suizo, injustamente condenados a un año de prisión y a pagar 1.1
millones de dólares de multa por oponerse al copyright, son ciudadanos con sus
derechos humanos claramente violados.
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