06 mayo 2013

BIG DATA, STEVE JOBS Y UN AMOR QUE ME QUITÓ


Hace unos días, durante una convención de programadores en Guadalajara, un par de tecnólogos – por cierto los más jóvenes del grupo – me aseguraba que la Big Data es tan reciente que Walmart, la pionera de esta técnica de exploración de tendencias, la comenzó a utilizar hace apenas un par de años.

Fui tajante en mi respuesta: estaban más equivocados que quienes creen que Rayados serán campeón. Aunque ningún historiador de la tecnología reciente se atreve a consignarlo, lo cierto es que una vez más, Steve Jobs fue un adelantado a su época y a él le corresponde el honor de ser el padre del moderno uso comercial del Big Data.

Entiendo que, entre programadores underground, Jobs es una especie de bestia negra al que no se le puede perdonar su éxito capitalista en Cupertino, pero su lema “Piensa Diferente” bien puede ser el nombre de batalla de todos los movimientos contraculturales, alternativos o marginales de las nuevas tecnologías.

Franz Zappa (artista underground si los hay), solía decir que la cultura oficial te sale a la vuelta de cualquier esquina, pero tras los movimientos contraculturales, tiene uno que ir personalmente. Para toparse con el Steve Jobs más contracultural, debe uno salir de Silicon Valley, para viajar hasta “North Country Blues”, o instalarse en el atracadero “When the ship Comes In” donde el ídolo eterno del creador de Apple venera la armónica y la guitarra del “forever young” Bob Dylan (tan viejo y acabado ahora el pobre). Ahí se hallará al pequeño Steve fumador psicodélico de marihuana, seguidor de la meditación transpersonal y geek aficionado a la piratería.

Pero a mí me ha tocado descubrir irónicamente al Steve más subterráneo en las alternativas ocultas de un modelo de negocio tan comercial como lo es iTunes. Comprendo que el par de programadores arquearan las cejas con un rictus escandalizado, dado su apego a Spotify –del cual yo también me declaro adepto -- pero les pedí paciencia.

En paralelo al éxito de esta tienda de contenidos multimedia, Jobs ideó un sistema de captura secreto de  hábitos, gustos, tendencias y aficiones de los consumidores que confiaban sus datos personales a iTunes, desde que se “ganchaban” por primera vez a comprar canciones en línea. La captura de esta información era tan simple y segura, que nunca se recibió la mínima queja de ningún comprador.

Pero al ceder cada usuario a Apple su correo electrónico y su número de tarjeta de crédito, se creó la más voluminosa Biga Data que se tenga noticia en la historia de la web social. iTunes se dio el lujo de convertir a cada uno de sus usuarios en suscriptores de una revista en línea personalizada según la preferencia de cada uno de ellos.

No es de extrañar, por tanto, que el año pasado, iTunes y por ende Apple llegara a conformar una base de datos de alrededor de 225 millones de usuarios activos, una cantidad de personas mayor al número de habitantes de nuestro país. La cifra es muy superior a la que gestiona la Big Data de Walmart, American Express, PayPal, Visa y Amazon, entre otras empresas.

¿Y donde está la manipulación que pudo haber hecho Steve Jobs de esta Big Data colosal? Simple: en la persuasión sutil a los consumidores de Apple para que se volvieran aficionados a la música de su ídolo Bob Dylan, a las versiones masterizadas de The Beatles y a la difusión de la novia que Steve Jobs más quiso porque aún canta como los propios ángeles, lo trató muy bien cuando vivieron juntos y lo folló mejor: Joan Baez.

El par de programadores (tan jóvenes ellos), me vieron sin saber qué responder, y una serie de sentimientos encontrados se me agolparon al instante en mi interior: por un lado, la sensación grata de que las nuevas generaciones no saben combinar tecnología con energía espiritual como sí lo supo hacer la generación mía.

Por otro lado, la convicción rotunda de que mi diálogo con ellos se diluye en razón de una verdad tristemente irrebatible: estoy cada vez más encanecido, arrugado y viejo y ni yo mismo me convenzo del todo de semejante ultraje que me propina la vida. Y es que “The Times They are a-Changing”, como canta el todavía más viejo Bob Dylan.                   

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