14 mayo 2013

EL POZO NEGRO DE LAS DESCARGAS MUSICALES


Joni Mitchell es una de las voces más versátiles de la historia de la música popular. Su vieja composición “Both Sides Now” enchina la piel porque es testimonio de cómo pasa el tiempo y sin embargo, aunque hemos observado la vida desde ambos lados, “I really don´t know life at all”. Pero Joni Mitchell nos sedujo aún más a sus incondicionales seguidores, cuando en 2006 declaró su total repudio a la industria discográfica por haber caído en un “pozo negro” y a partir de entonces decidió difundir sus canciones básicamente por Internet.   

En ese “pozo negro” de la industria discográfica, al que se refiere Joni, han caído no los consumidores ni siquiera los creadores de música, sino los típicos intermediarios. Lo que expira en el mundo digital no es la difusión legal de canciones, sino el modelo actual de comercialización musical. Pero la alta rentabilidad de este como de otros muchos monopolios comienza a declinar y los mediadores convencionales del arte ajeno son rebasados por las nuevas tecnologías y modelos de negocio innovadores.

Hasta hace pocos años, las productoras (en especial las norteamericanas) actuaban como señores feudales que tenían en un puño el éxito o fracaso de los compositores, músicos y cantantes de cualquier género. El destino de éstos últimos bailaba al compás de los jerarcas empresariales y prácticamente les cedían los derechos de sus creaciones para manipular y controlar el gusto popular, mediante canales exclusivos de distribución donde primaba lo comercial por encima de lo artístico.

Pero Internet ha venido a poner patas arriba muchos modelos caducos de negocio, así como muchas arbitrariedades de intermediarios monopólicos cuya influencia en los artistas y consumidores comienza a languidecer. Dudo que pierda algo la cultura y las artes en esta conversión de la economía de la escasez a la economía de la abundancia de opciones para el consumidor.

¿Y la respuesta de las productoras musicales? Los tribunales. A excepción de algunas independientes, no encuentro en la industria discográfica el mínimo intento por adaptarse a las nuevas condiciones. Prefieren gastar sus recursos y tiempo en demandas, cabildeo con legisladores para aprobar leyes más severas, compra de periodistas para que defiendan sus posiciones mercantiles. Y, pese  a todo, la gente seguirá descargando música en P2P, porque en un catálogo digital puede encontrarse todo, y lo hará cuantas veces se le pegue la gana. Y si además las condiciones se lo permiten, no pagará ni un centavo por ello. Algo muy parecido a lo que ocurre mientras escuchamos música ambiental en los comercios, o en las estaciones de radio: ¿Acaso pagamos por escucharla?

Lo peor es que de acuerdo con Joel Waldfogel, investigador de la Universidad de Minnesota, las descargas de canciones no llegan a perjudicar la creación de nueva música, contrario a lo que nos quieren convencer las productoras y las sociedades de derechos de autor que no entienden que el valor de una copia es igual a cero.

Viene a cuento una frase cínica del magnate ferrocarrilero Cornelius Vanderbilt: “¿para qué quiero las leyes si tengo el poder?” En cambio, la industria discográfica busca las leyes porque ya no tiene todo el poder. El problema es que estas leyes de derecho de propiedad artística fueron fabricadas a imagen y semejanza de los intermediarios, para favorecerlos a ellos y no para beneficiar a los consumidores. Menos de los artistas que finalmente reciben un porcentaje ínfimo de las ganancias de cada álbum o canción que posicionan en el mercado y con lo que intentan medianamente vivir compensándolo con presentaciones en vivo.

Desde luego, el caos y la anarquía propia de las redes sociales no nació para favorecer a ningún gremio en particular. “No hay almuerzo gratis” decía Milton Friedman. Pero antes que sumarse a las jeremiadas de sus patrones, los genuinos creadores de música tendrán que ajustar su repertorio a los nuevos canales de distribución disruptivos y cadenas de valor que ofrece Internet. Cambiarán a su favor los márgenes de ganancia y serán mayores las posibilidades que se les presenta en este nuevo ecosistema digital. Ante nuevos entornos, nuevas actitudes.

Claro, se me objetará que el poder simplemente cambia de manos; que de las grandes productoras discográficas pasamos a otro tipo de intermediarios: Apple, por ejemplo, con su tienda en línea iTunes. De la industria discográfica a las empresas tecnológicas, los artistas siguen en la misma prisión virtual pero con distinto cerrojo. Nada más falso: iTunes da un 70% de sus ingresos a quien coloca ahí sus canciones y no selecciona arbitrariamente a sus artistas para exhibirlos ante sus consumidores. Ese canal de distribución tan distinto y menos ventajoso que los anteriores, marca la diferencia en el futuro próximo.

Al igual que nuestra admirada Joni Mitchell, hemos visto los dos lados de la industria discográfica, antes y después de Internet, y sabemos que en cualquier circuito comercial a veces se gana y a veces se pierde. Pero no sabemos que nos depare la vida digital. Lo que importa es no darle la espalda a las novedades, ni a los Cisnes Negros, y afrontarlos como vengan. Sí, igual que como en general enfrentamos la vida.      

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