Joni
Mitchell es una de las voces más versátiles de la historia de la música
popular. Su vieja composición “Both Sides Now” enchina la piel porque es testimonio
de cómo pasa el tiempo y sin embargo, aunque hemos observado la vida desde
ambos lados, “I really don´t know life at all”. Pero Joni Mitchell nos sedujo
aún más a sus incondicionales seguidores, cuando en 2006 declaró su total repudio
a la industria discográfica por haber caído en un “pozo negro” y a partir de
entonces decidió difundir sus canciones básicamente por Internet.
En ese
“pozo negro” de la industria discográfica, al que se refiere Joni, han caído no
los consumidores ni siquiera los creadores de música, sino los típicos intermediarios.
Lo que expira en el mundo digital no es la difusión legal de canciones, sino el
modelo actual de comercialización musical. Pero la alta rentabilidad de este
como de otros muchos monopolios comienza a declinar y los mediadores
convencionales del arte ajeno son rebasados por las nuevas tecnologías y
modelos de negocio innovadores.
Hasta
hace pocos años, las productoras (en especial las norteamericanas) actuaban
como señores feudales que tenían en un puño el éxito o fracaso de los
compositores, músicos y cantantes de cualquier género. El destino de éstos
últimos bailaba al compás de los jerarcas empresariales y prácticamente les
cedían los derechos de sus creaciones para manipular y controlar el gusto
popular, mediante canales exclusivos de distribución donde primaba lo comercial
por encima de lo artístico.
Pero
Internet ha venido a poner patas arriba muchos modelos caducos de negocio, así
como muchas arbitrariedades de intermediarios monopólicos cuya influencia en
los artistas y consumidores comienza a languidecer. Dudo que pierda algo la
cultura y las artes en esta conversión de la economía de la escasez a la
economía de la abundancia de opciones para el consumidor.
¿Y la
respuesta de las productoras musicales? Los tribunales. A excepción de algunas
independientes, no encuentro en la industria discográfica el mínimo intento por
adaptarse a las nuevas condiciones. Prefieren gastar sus recursos y tiempo en
demandas, cabildeo con legisladores para aprobar leyes más severas, compra de
periodistas para que defiendan sus posiciones mercantiles. Y, pese a todo, la gente seguirá descargando
música en P2P, porque en un catálogo digital puede encontrarse todo, y lo hará
cuantas veces se le pegue la gana. Y si además las condiciones se lo permiten,
no pagará ni un centavo por ello. Algo muy parecido a lo que ocurre mientras escuchamos
música ambiental en los comercios, o en las estaciones de radio: ¿Acaso pagamos
por escucharla?
Lo peor
es que de acuerdo con Joel Waldfogel, investigador de la Universidad de Minnesota,
las descargas de canciones no llegan a perjudicar la creación de nueva música,
contrario a lo que nos quieren convencer las productoras y las sociedades de
derechos de autor que no entienden que el valor de una copia es igual a cero.
Viene a
cuento una frase cínica del magnate ferrocarrilero Cornelius Vanderbilt: “¿para
qué quiero las leyes si tengo el poder?” En cambio, la industria discográfica
busca las leyes porque ya no tiene todo el poder. El problema es que estas
leyes de derecho de propiedad artística fueron fabricadas a imagen y semejanza
de los intermediarios, para favorecerlos a ellos y no para beneficiar a los
consumidores. Menos de los artistas que finalmente reciben un porcentaje ínfimo
de las ganancias de cada álbum o canción que posicionan en el mercado y con lo
que intentan medianamente vivir compensándolo con presentaciones en vivo.
Desde luego, el caos y la anarquía
propia de las redes sociales no nació para favorecer a ningún gremio en
particular. “No hay almuerzo gratis” decía Milton Friedman. Pero antes que
sumarse a las jeremiadas de sus patrones, los genuinos creadores de música
tendrán que ajustar su repertorio a los nuevos canales de distribución disruptivos
y cadenas de valor que ofrece Internet. Cambiarán a su favor los márgenes de
ganancia y serán mayores las posibilidades que se les presenta en este nuevo
ecosistema digital. Ante nuevos entornos, nuevas actitudes.
Claro, se me objetará que el poder
simplemente cambia de manos; que de las grandes productoras discográficas
pasamos a otro tipo de intermediarios: Apple, por ejemplo, con su tienda en
línea iTunes. De la industria discográfica a las empresas tecnológicas, los
artistas siguen en la misma prisión virtual pero con distinto cerrojo. Nada más
falso: iTunes da un 70% de sus ingresos a quien coloca ahí sus canciones y no
selecciona arbitrariamente a sus artistas para exhibirlos ante sus
consumidores. Ese canal de distribución tan distinto y menos ventajoso que los
anteriores, marca la diferencia en el futuro próximo.
Al igual que nuestra admirada Joni
Mitchell, hemos visto los dos lados de la industria discográfica, antes y
después de Internet, y sabemos que en cualquier circuito comercial a veces se
gana y a veces se pierde. Pero no sabemos que nos depare la vida digital. Lo que
importa es no darle la espalda a las novedades, ni a los Cisnes Negros, y
afrontarlos como vengan. Sí, igual que como en general enfrentamos la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario