07 mayo 2013

EDUCAR LAS EMOCIONES


Suele decirse que los jóvenes se manejan por emociones y no tanto por ideas, en tanto que los adultos lo hacemos especialmente por ideas. Pero la ciencia cognitiva demuestra que nadie en su sano juicio se mueve sólo por el pensamiento, y cuando mucho, algunas personas se mueven gracias a su pasión por “algunas” ideas.

Lo cierto es que todos nos movemos por emociones, algunas más primarias, otras más elaboradas, algunas en estado primigenio y violento, otras tamizadas por la intervención de la corteza cerebral. Si la publicidad entiende al ser humano mucho mejor que la educación oficial es porque comprende mucho mejor al mundo emocional en el que las personas viven.

La producción de bienes materiales y de servicios cumple su función social sólo si va acompañada por la producción de deseos. ¿Para qué producir si no hubiera quien quisiera comprar? Pero la ética griega, al igual que la era cristiana, hicieron hasta lo imposible para contener, bloquear, disipar y finalmente diluir los deseos. Pocos filósofos contemporáneos han entendido el valor educativo de tener deseos.

La sociedad mexicana se ha convertido en una máquina generadora de deseos. La cultura del espectáculo, por ejemplo, es una cultura del deseo y la publicidad refleja lo emocionante que resulta para los consumidores adquirir objetos de consumo.

Pero muchos maestros y hombres de cultura son incapaces de crear deseos: ofrecen a veces productos de calidad, pero no saben cómo venderlos; se pasa por alto el deseo y sobre todo se prescinde de la neurobiología que estudia este fenómeno.

Los seres humanos tenemos un área denominada “seeking” situada en el cerebro emocional, que es la responsable de provocarnos inquietud y excitación. El cerebro emocional es nuestra generadora de emociones, impulsos y estados de ánimo que dirigen nuestra conducta.

Pero si la mercadotecnia está obsesionada por evaluar el conocimiento que tenemos los consumidores de las marcas, en el caso de la educación jamás se mide el afecto o interés que despiertan los contenidos curriculares. A los pedagogos les preocupa la dimensión cognitiva y no la emocional, como si la única regla del juego educativo fuese nada más explicar contenidos y no emociones. O sea que la educación debe convertirse antes en industria del deseo si quiere ser industria del conocimiento. Por ejemplo, de nada sirve enseñar a leer a los alumnos si no se les enseña además el placer de leer.

Error de muchos maestros consiste en dar por supuesta la demanda y limitar sus clases a facilitar el producto educativo, es decir, a transmitirlo a sus alumnos. La falta de motivación de una buena parte de sus alumnos debería obligar al maestro a ser, también, un ente publicitario: a crear demanda. Comunicar mejor para que se venda más. En otras palabras, vender a los demás las ganas de comprar valores culturales.

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