Suele decirse que los jóvenes se manejan
por emociones y no tanto por ideas, en tanto que los adultos lo hacemos
especialmente por ideas. Pero la ciencia cognitiva demuestra que nadie en su
sano juicio se mueve sólo por el pensamiento, y cuando mucho, algunas personas
se mueven gracias a su pasión por “algunas” ideas.
Lo cierto es que todos nos movemos
por emociones, algunas más primarias, otras más elaboradas, algunas en estado
primigenio y violento, otras tamizadas por la intervención de la corteza
cerebral. Si la publicidad entiende al ser humano mucho mejor que la educación oficial
es porque comprende mucho mejor al mundo emocional en el que las personas
viven.
La producción de bienes materiales
y de servicios cumple su función social sólo si va acompañada por la producción
de deseos. ¿Para qué producir si no hubiera quien quisiera comprar? Pero la ética
griega, al igual que la era cristiana, hicieron hasta lo imposible para
contener, bloquear, disipar y finalmente diluir los deseos. Pocos filósofos
contemporáneos han entendido el valor educativo de tener deseos.
La sociedad mexicana se ha
convertido en una máquina generadora de deseos. La cultura del espectáculo, por
ejemplo, es una cultura del deseo y la publicidad refleja lo emocionante que
resulta para los consumidores adquirir objetos de consumo.
Pero muchos maestros y hombres de
cultura son incapaces de crear deseos: ofrecen a veces productos de calidad,
pero no saben cómo venderlos; se pasa por alto el deseo y sobre todo se
prescinde de la neurobiología que estudia este fenómeno.
Los seres humanos tenemos un área
denominada “seeking” situada en el cerebro emocional, que es la
responsable de provocarnos inquietud y excitación. El cerebro emocional es
nuestra generadora de emociones, impulsos y estados de ánimo que dirigen
nuestra conducta.
Pero si la mercadotecnia está
obsesionada por evaluar el conocimiento que tenemos los consumidores de las
marcas, en el caso de la educación jamás se mide el afecto o interés que
despiertan los contenidos curriculares. A los pedagogos les preocupa la dimensión
cognitiva y no la emocional, como si la única regla del juego educativo fuese
nada más explicar contenidos y no emociones. O sea que la educación debe
convertirse antes en industria del deseo si quiere ser industria del
conocimiento. Por ejemplo, de nada sirve enseñar a leer a los alumnos si no se
les enseña además el placer de leer.
Error de muchos
maestros consiste en dar por supuesta la demanda y limitar sus clases a
facilitar el producto educativo, es decir, a transmitirlo a sus alumnos. La
falta de motivación de una buena parte de sus alumnos debería obligar al
maestro a ser, también, un ente publicitario: a crear demanda. Comunicar mejor
para que se venda más. En otras palabras, vender a los demás las ganas de
comprar valores culturales.
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