Una
amiga programadora me contó la historia. No nos incumbe a los regiomontanos,
pero sus implicaciones cibernéticas pusieron en riesgo la vida de miles de
personas. Y como nada que sea humano nos es ajeno, lo narro sin adornos
retóricos. No dudo de la veracidad de mi amiga: doy fe que la historia es real.
Mi
amiga conoció a Malia Robinson en Austin, Texas, esposa de un criptógrafo de
origen iraní, con nacionalidad norteamericana y funcionario de nivel medio de
una empresa emisora de certificados SSL, para sitios web (Certification Authority). Era un matrimonio modelo, de clase media,
sin hijos, que vivía en los suburbios de Austin y con una intensa vida social,
sobre todo con la comunidad árabe avecindada en la zona.
Hasta
que una cirrosis inesperada atacó al marido (que irónicamente era abstemio) y
se vio forzado a pedir licencia por incapacidad en la empresa certificadora
donde laboraba. El diagnóstico final lo obligó a ser candidato inminente a un trasplante
de hígado.
La
propia Malia negoció los enfadosos trámites burocráticos para poner a su marido
en la lista de espera de donantes en Texas. Tanto lo amaba que asumió la
desventura de su conyugue como si estuviera en riesgo su propia vida. La comunidad
árabe la acompañó día y noche, en el hospital y en su casa. Y si bien la Red de
Trasplante de Órganos de Estados Unidos privilegia a los afectados por cirrosis
por encima de otros pacientes con igual urgencia de trasplante, el peligro de
no encontrar donante seguía latente, así que Maila vivía en una tensión que
apenas podía amainar con fuertes dosis de Valium.
Malia,
que también es programadora, bromeó con mi amiga diciendo que hackearía la web: optn.transplant.hrsa.gov para
mejorar la posición de su marido en la lista de espera y así saltarse la larga
cola. Mi amiga le respondió sonriendo que ya le estaba afectando a su cerebro
el Valium: los receptores de hígado se eligen de acuerdo con su puntuación en
la escala “Modelo de Enfermedad Hepática Terminal” (MELD) que determina la
urgencia con que el paciente necesita el trasplante a partir de su nivel de
hormonas. Haciendo cálculos optimistas, el esposo de Malia recibiría el hígado
en no menos de siete meses.
Pero
Malia no tuvo paciencia. Un buen día hizo las maletas y se esfumó de su casa,
dejando a su marido casi agónico. Nadie supo más de ella y la comunidad árabe
la condenó, con justa razón, por su cobardía. Mi amiga programadora, en cambio,
intentó dar con su paradero, aunque sin éxito. Hasta que un fin de semana, por
esos juegos absurdos que urde el azar, se la topó en una tienda de marca de La
Cantera de San Antonio.
Malia
primero la evadió pero luego se resignó a darle una explicación entre sollozos.
“No huí de mi marido por flaqueza de carácter, sino al contrario. Por una
sospecha bien fundada estuve hackeando semana tras semana la Mac de mi esposo”.
Mi amiga creyó adivinar la miseria moral de una infidelidad.
Pero
la revelación fue peor: “ojalá hubiese sido eso. Lo que hallé no fue la evidencia
de un adulterio sino un intento por vender al gobierno iraní los certificados
SSL para sitios web de disidentes y opositores al régimen de Mahmud Ahmadineyad,
quienes cautos de no registrarse en sitios web iraníes, lo hacen con compañías
occidentales, pensando que aquí sí salvarían su privacidad. Qué equivocados
están”.
Su
marido había puesto en riesgo la vida física de estos valientes y no merecía
seguir a su lado. Por eso lo abandonó. No tenía cara paa seguir con él. Juntas
tomaron un café en un Starbucks y Malia le rogó a mi amiga que no le contara a
nadie sobre su casual encuentro. No volvió a verla jamás.
Meses
más tarde mi amiga se enteró de la verdad. O de lo que pudo ser la otra cara de
la verdad. Para el esposo de Malia el esperado trasplante de hígado se volvía
eterno, pero el plazo finalmente se cumplió. El trasplante fue un éxito y mi
amiga fue a pedirle más una explicación por lo que le confió Malia en La
Cantera que a felicitarlo por su salud renovada.
“¿Qué?
“ se exaltó el esposo de Malia: “¿Vender la base de datos de disidentes iraníes
que almacena mi empresa certificadora al gobierno de ese país? Es ridículo:
todos los funcionarios de la compañía pasamos por estrictas medidas de
confianza. Si esta información se llega a convertir en un producto vendible en
el mercado negro es porque fue hackeada por un programador criminal. No hay
otra manera de comerciara con ella. Además, como medida de protección, las
únicas bases de datos verdaderas están en los servidores maestros; las que se
archivan en las Mac de los empleados son falsas, hecha para despistar a los
enemigos”.
¿Fue
Malia quien hackeó entonces la cuenta de su esposo aprovechando su agonía y
confiada en que no alcanzaría el tiempo para ser receptor del hígado donado?
¿Se puso de acuerdo con algún miembro de la comunidad iraní de Texas para
vender esa información en el mercado negro global? ¿Mentiría el esposo de Malia
para no ser descubierto en su transacción ilícita? ¿Y si más bien una parte de
la historia que me contó mi amiga fuera falsa, sólo para encubrir al verdadero
culpable? ¿Quién o quienes son los culpables? ¿Hay inocentes? ¿Dónde están las
víctimas? Decía bien el malogrado novelista mexicano Daniel Sada: “porque
parece mentira, la verdad nunca se sabe”.
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