28 mayo 2013

CON LICENCIA PARA MATAR USUARIOS WEB


Una amiga programadora me contó la historia. No nos incumbe a los regiomontanos, pero sus implicaciones cibernéticas pusieron en riesgo la vida de miles de personas. Y como nada que sea humano nos es ajeno, lo narro sin adornos retóricos. No dudo de la veracidad de mi amiga: doy fe que la historia es real.

Mi amiga conoció a Malia Robinson en Austin, Texas, esposa de un criptógrafo de origen iraní, con nacionalidad norteamericana y funcionario de nivel medio de una empresa emisora de certificados SSL, para sitios web (Certification Authority). Era un matrimonio modelo, de clase media, sin hijos, que vivía en los suburbios de Austin y con una intensa vida social, sobre todo con la comunidad árabe avecindada en la zona.

Hasta que una cirrosis inesperada atacó al marido (que irónicamente era abstemio) y se vio forzado a pedir licencia por incapacidad en la empresa certificadora donde laboraba. El diagnóstico final lo obligó a ser candidato inminente a un trasplante de hígado.

La propia Malia negoció los enfadosos trámites burocráticos para poner a su marido en la lista de espera de donantes en Texas. Tanto lo amaba que asumió la desventura de su conyugue como si estuviera en riesgo su propia vida. La comunidad árabe la acompañó día y noche, en el hospital y en su casa. Y si bien la Red de Trasplante de Órganos de Estados Unidos privilegia a los afectados por cirrosis por encima de otros pacientes con igual urgencia de trasplante, el peligro de no encontrar donante seguía latente, así que Maila vivía en una tensión que apenas podía amainar con fuertes dosis de Valium.

Malia, que también es programadora, bromeó con mi amiga diciendo que hackearía la web: optn.transplant.hrsa.gov para mejorar la posición de su marido en la lista de espera y así saltarse la larga cola. Mi amiga le respondió sonriendo que ya le estaba afectando a su cerebro el Valium: los receptores de hígado se eligen de acuerdo con su puntuación en la escala “Modelo de Enfermedad Hepática Terminal” (MELD) que determina la urgencia con que el paciente necesita el trasplante a partir de su nivel de hormonas. Haciendo cálculos optimistas, el esposo de Malia recibiría el hígado en no menos de siete meses.

Pero Malia no tuvo paciencia. Un buen día hizo las maletas y se esfumó de su casa, dejando a su marido casi agónico. Nadie supo más de ella y la comunidad árabe la condenó, con justa razón, por su cobardía. Mi amiga programadora, en cambio, intentó dar con su paradero, aunque sin éxito. Hasta que un fin de semana, por esos juegos absurdos que urde el azar, se la topó en una tienda de marca de La Cantera de San Antonio.

Malia primero la evadió pero luego se resignó a darle una explicación entre sollozos. “No huí de mi marido por flaqueza de carácter, sino al contrario. Por una sospecha bien fundada estuve hackeando semana tras semana la Mac de mi esposo”. Mi amiga creyó adivinar la miseria moral de una infidelidad.

Pero la revelación fue peor: “ojalá hubiese sido eso. Lo que hallé no fue la evidencia de un adulterio sino un intento por vender al gobierno iraní los certificados SSL para sitios web de disidentes y opositores al régimen de Mahmud Ahmadineyad, quienes cautos de no registrarse en sitios web iraníes, lo hacen con compañías occidentales, pensando que aquí sí salvarían su privacidad. Qué equivocados están”.

Su marido había puesto en riesgo la vida física de estos valientes y no merecía seguir a su lado. Por eso lo abandonó. No tenía cara paa seguir con él. Juntas tomaron un café en un Starbucks y Malia le rogó a mi amiga que no le contara a nadie sobre su casual encuentro. No volvió a verla jamás.

Meses más tarde mi amiga se enteró de la verdad. O de lo que pudo ser la otra cara de la verdad. Para el esposo de Malia el esperado trasplante de hígado se volvía eterno, pero el plazo finalmente se cumplió. El trasplante fue un éxito y mi amiga fue a pedirle más una explicación por lo que le confió Malia en La Cantera que a felicitarlo por su salud renovada.

“¿Qué? “ se exaltó el esposo de Malia: “¿Vender la base de datos de disidentes iraníes que almacena mi empresa certificadora al gobierno de ese país? Es ridículo: todos los funcionarios de la compañía pasamos por estrictas medidas de confianza. Si esta información se llega a convertir en un producto vendible en el mercado negro es porque fue hackeada por un programador criminal. No hay otra manera de comerciara con ella. Además, como medida de protección, las únicas bases de datos verdaderas están en los servidores maestros; las que se archivan en las Mac de los empleados son falsas, hecha para despistar a los enemigos”.

¿Fue Malia quien hackeó entonces la cuenta de su esposo aprovechando su agonía y confiada en que no alcanzaría el tiempo para ser receptor del hígado donado? ¿Se puso de acuerdo con algún miembro de la comunidad iraní de Texas para vender esa información en el mercado negro global? ¿Mentiría el esposo de Malia para no ser descubierto en su transacción ilícita? ¿Y si más bien una parte de la historia que me contó mi amiga fuera falsa, sólo para encubrir al verdadero culpable? ¿Quién o quienes son los culpables? ¿Hay inocentes? ¿Dónde están las víctimas? Decía bien el malogrado novelista mexicano Daniel Sada: “porque parece mentira, la verdad nunca se sabe”.  

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