Hace meses, a un amigo empresario le detectaron un tumor de páncreas, de crecimiento lento y relativamente manejable. Su oncólogo le introdujo un endoscopio por la garganta y con una aguja le extrajo algunas células tumorosas. El diagnóstico obligaba a una eliminación quirúrgica del mal antes de que se diseminara a otros órganos, así que se programó rápidamente la cirugía en el Hospital San José.
Pero un par de días antes de la operación mi amigo empresario dijo que no: prefería tratarse el tumor con métodos alternos y no con la medicina convencional de extirpación y quimioterapia. Su familia y sus amigos pusimos el grito en el cielo: era un suicidio pretender erradicar el quiste mediante una dieta saludable, libre de proteínas y carbohidratos y añadiendo un tratamiento de acupuntura y ejercicios de meditación para limpiarse mente y cuerpo.
Cuando le pregunté por qué siguió un camino tan controvertido para atender su enfermedad, me respondió que quería ser recordado como un héroe; aunque fracasaran sus remedios y curaciones naturistas, su modelo de lucha por sus propios medios en el campo de batalla de la salud, sería una lección ejemplar para sus hijos y nietos. Más porque como empresario sus últimos negocios habían sido un relativo fracaso y le daba pena enseñar la cara a sus amigos y conocidos. Con algo tenía que compensar sus metidas de pata.
Le dije que estaba equivocado. Para empezar, mi amigo no es militar sino empresario. Y en Nuevo León la gente sigue admirando a los militares aún en circunstancias de fracaso – quienes murieron en cumplimiento de su deber o quedaron lisiados de por vida en un operativo frustrado--, pero malamente no admiramos a los empresarios fracasados, que se atrevieron a invertir grandes sumas de manera legal. Por eso el error moral no del inversionista sino de la sociedad regiomontana, cómoda en no arriesgarse nunca ni en mojarse por ninguna causa, o sueño o ideal personal. Pero muy buena, eso sí, para juzgar a los que empresarialmente no la libraron por una causa u otra.
Si un empresario regio arriesga su capital o su vida en un proyecto original de negocio o en un tratamiento alterno de salud, la gente no lo admirará si se arruina o se muere. Será recordado como un derrotado, no como héroe. Por extraño que parezca la sociedad regiomontana no sabe honrar a los “emprendedores que murieron o se arruinaron en el intento”, sino que los deja estigmatizados socialmente.
La gente habla mucho de optimismo y pensamiento positivo –cualquier cosa que eso signifique – pero al empresario que no tiene éxito al crear una empresa o un negocio, se le condena de inmediato por su “exceso de confianza”. En otras palabras, recibe el epíteto de pobre iluso. No se le reconocerá su valor como emprendedor; su audacia ni su visión por haber pretendido crear empleo y contribuir a la derrama económica del Estado. Fracasó y punto: con eso basta para ser pábulo y cera de la burla general o, en el mejor de los casos, sujeto de la indiferencia colectiva.
De manera que, por injusto que parezca, mi amigo empresario no tiene lecciones que dar de nada a nadie. Y en cambio, si sigue posponiendo su operación no hará más que repetir el mismo error de otro empresario –ese sí exitoso—que tras el mismo padecimiento, decidió aplazar nueve meses la extirpación de su tumor para tratarse también con chochos, yerbas y meditación budista. La espera le provocó a Steve Jobs una metástasis que lo llevó a la tumba meses más tarde. Espero que mi amigo no quiera repetir su desenlace.
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