23 abril 2013

LOS FELINOS DEJAN SUS CUEVAS


Fue hace tiempo, cuando aún no estaba tan vulnerable y disminuido. Me respondió un par de preguntas al vuelo, como un esbozo de entrevista. Ahora, sacudidos sus menguados músculos, atosigado por la enfermedad, cercado por las hijas, asfixiado por los familiares cercanos, José Luis Cuevas ya no es aquel don Juan de aire felino y talante iconoclasta. Lo oprimen muchos demonios reales. Y uno que otro imaginario.

Los años son un lastre para la creatividad de uno de los mejores artistas posteriores al muralismo mexicano. Hoy se cuestiona el amor mal fundado de sus íntimos, como ayer cuestionaba el sentido mismo del arte, del tamaño, color y relieve. Sin embargo, a pesar de sus demonios, siendo uno de los mejores dibujantes del presente y del pasado siglo.

A muchos nos sedujo su “Autorretrato con paperas”, “Mi hija Jimena dibujando”, “Salón de baile” y “La postguerra”. En su libro “Los mundos de Kafka” hay tres tipos de dibujos: los de animales con trazos finos y tonos precisos, los rostros a lápiz o crayón y la figura del proceso de la metamorfosis de hombre a insecto monstruoso.

“Hay una gran diferencia entre la lealtad y la fidelidad: yo soy una persona leal. Me he casado dos veces y sería una hipocresía decir que he guardado absoluta fidelidad; en realidad creo que nadie la ha guardado: eso es cosa de mujeres. En cambio, he sido una persona de absoluta lealtad frente a la familia y con gran sentido de responsabilidad; esto es más importante que cualquier otra cosa”. ¿Habla el hombre o el insecto monstruoso?

Entonces le pregunto una obviedad, una leyenda urbana que él mismo se encargó de cultivar y magnificar: “Sí, he tenido muchas mujeres: soy infiel como todos, aunque creo que mi número es bastante conservador; he tenido cuando mucho 367 amantes, No es nada para toda una vida”.

Niega el insecto monstruoso que un pintor deba tener otros conocimientos a fondo, además de la pintura: “en el caso de un pintor, debería dirigir todos sus intereses a su profesión, aunque después decida estudiar otra cosa. De todos modos, no creo que sea necesario el hecho de que un pintor estudie otras disciplinas”.

Le replico sin ganas: muchos artistas han estudiado a la vez otras disciplinas. Y sus ojos se avispan; se agitan sus alas: “Muchos colegas lo hacen: estudian arquitectura, por ejemplo, cuando en realidad quieren ellos pintar. Esto sucedió en Chile, porque allá no existía la escuela de Artes Plásticas. Entonces, los que tenían vocación por la pintura o por el dibujo, estudiaban la carrera de arquitectura. Artistas como Mata, uno de los maestros más notables del siglo XX, estudió arquitectura, aunque nunca llegó a ejercerla. La estudió porque no había escuela de artes plásticas”.

Cuevas no está en su ocaso. Se instala más bien en uno de los episodios esperables y bien predecibles de la vida (precuela de la muerte, secuela de la madurez). Igual a todos los que viven muchas décadas e igual a todos los que tienen suerte (fueron “cuando mucho” 367 amantes).

Pero que no le estrujen el alma ni le sacudan de más los músculos atrofiados: es tanto lo que se sufre con las dolencias de la vejez, que sumar a las fallas físicas maltratos mentales es redoblar castigos innecesarios a un viejo. Para eso basta con el arrepentimiento de uno mismo. Y la oportunidad, desperdiciada ya, de pedir perdón a quienes ofendimos alguna vez. 

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