Fue hace tiempo, cuando aún no estaba tan vulnerable
y disminuido. Me respondió un par de preguntas al vuelo, como un esbozo de
entrevista. Ahora, sacudidos sus menguados músculos, atosigado por
la enfermedad, cercado por las hijas, asfixiado por los familiares cercanos,
José Luis Cuevas ya no es aquel don Juan de aire felino y talante iconoclasta. Lo
oprimen muchos demonios reales. Y uno que otro imaginario.
Los años son un lastre para la
creatividad de uno de los mejores artistas posteriores al muralismo mexicano.
Hoy se cuestiona el amor mal fundado de sus íntimos, como ayer cuestionaba el
sentido mismo del arte, del tamaño, color y relieve. Sin embargo, a pesar de
sus demonios, siendo uno de los mejores dibujantes del presente y del pasado
siglo.
A muchos nos sedujo su
“Autorretrato con paperas”, “Mi hija Jimena dibujando”, “Salón de baile” y “La
postguerra”. En su libro “Los mundos de Kafka” hay tres tipos de dibujos: los
de animales con trazos finos y tonos precisos, los rostros a lápiz o crayón y
la figura del proceso de la metamorfosis de hombre a insecto monstruoso.
“Hay una gran diferencia entre la
lealtad y la fidelidad: yo soy una persona leal. Me he casado dos veces y sería
una hipocresía decir que he guardado absoluta fidelidad; en realidad creo que
nadie la ha guardado: eso es cosa de mujeres. En cambio, he sido una persona de
absoluta lealtad frente a la familia y con gran sentido de responsabilidad;
esto es más importante que cualquier otra cosa”. ¿Habla el hombre o el insecto
monstruoso?
Entonces le pregunto una obviedad,
una leyenda urbana que él mismo se encargó de cultivar y magnificar: “Sí, he
tenido muchas mujeres: soy infiel como todos, aunque creo que mi número es
bastante conservador; he tenido cuando mucho 367 amantes, No es nada para toda
una vida”.
Niega el insecto monstruoso que un
pintor deba tener otros conocimientos a fondo, además de la pintura: “en el
caso de un pintor, debería dirigir todos sus intereses a su profesión, aunque
después decida estudiar otra cosa. De todos modos, no creo que sea necesario el
hecho de que un pintor estudie otras disciplinas”.
Le
replico sin ganas: muchos artistas han estudiado a la vez otras disciplinas. Y sus ojos se avispan; se agitan sus alas: “Muchos colegas lo
hacen: estudian arquitectura, por ejemplo, cuando en realidad quieren ellos
pintar. Esto sucedió en Chile, porque allá no existía la escuela de Artes
Plásticas. Entonces, los que tenían vocación por la pintura o por el dibujo,
estudiaban la carrera de arquitectura. Artistas como Mata, uno de los maestros
más notables del siglo XX, estudió arquitectura, aunque nunca llegó a
ejercerla. La estudió porque no había escuela de artes plásticas”.
Cuevas no está en su ocaso. Se
instala más bien en uno de los episodios esperables y bien predecibles de la
vida (precuela de la muerte, secuela de la madurez). Igual a todos los que
viven muchas décadas e igual a todos los que tienen suerte (fueron “cuando
mucho” 367 amantes).
Pero que no le estrujen el alma ni
le sacudan de más los músculos atrofiados: es tanto lo que se sufre con las dolencias
de la vejez, que sumar a las fallas físicas maltratos mentales es redoblar
castigos innecesarios a un viejo. Para eso basta con el arrepentimiento de uno
mismo. Y la oportunidad, desperdiciada ya, de pedir perdón a quienes ofendimos
alguna vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario