Cuando la Guerra Fría
estaba en su apogeo, el gobierno de EUA acusaba a la URSS de espiar, mientras
él sólo vigilaba al enemigo, "para garantizar la libertad de la
civilización occidental".
La diferencia entre
ambas acciones no era menor: espiar no es lo mismo que vigilar; el totalitario
Estado soviético espiaba a individuos; EUA, en cambio, “vigilaba” Estados
represivos. Uno lo hacía por maldad, otro por deber geopolítico.
Los métodos eran
iguales, pero los propósitos eran opuestos. Ya se sabe el chiste: mientras en
EUA los televisores se usaban para verlos, en la tierra de Stalin se usaban
para que te vieran.
Pero un buen día el
Muro cayó, el comunismo murió e Internet nació. Ahora, aviones no tripulados (drones)
de EUA sobrevuelan y espían a control remoto, dirigidos a distancia por un
técnico en informática. Los drones tienen a sus defensores y a sus críticos
dentro y fuera de ese país.
Pero se sabe también –
no es ninguna novedad-- que EUA espía o vigila o cuida a sus propios ciudadanos
(como todos los gobiernos de Primer Mundo) y de paso a individuos de otros
países. Y lo hace con diferentes medios, entre ellos, obteniendo datos privados
de tendencias, gustos, aficiones, hábitos y pecados capitales o veniales de los
propios usuarios de Internet que le ceden al gobierno federal algunas de las
grandes compañías puntocom.
Desde hace algún
tiempo, varios buscadores y empresas de este giro entregan al gobierno de EUA
la base de datos de las búsquedas de sus usuarios, con la intención oficial de
recabar pruebas contra la pornografía infantil.
Así, las compañías
cumplen con la orden del Gobierno Federal, pero algunas han dado un paso más y
se han atrevido a ceder los millones de búsquedas realizadas por sus usuarios
identificados por un número (ID).
La prueba de este
atentado en contra de la privacidad ha sido que una buena cantidad de hackers
y crackers han hecho su agosto con la información que les ha caído del
cielo; desencriptando, cruzando cifras y cotejando datos.
Son millones las
identidades con su código revelado de nombres propios, cuentas, mails, chats,
aficiones confesables e impúdicas, gustos fútiles u obscenos, webs y blogs de
mayor o menor calado. Todo ello representa la entrega de elementos de
privacidad de usuarios, exhibidos en los servicios de la web, sin posibilidad hasta
ahora de denuncia judicial alguna.
El
dilema no es si estas empresas actúan de buena o mala fe, cándida o
comercialmente; lo grave para el mundo libre es la facilidad con que se
conculcan los derechos civiles por culpa de malas practicas en redes sociales.
De
continuar en el futuro este ejercicio de revelación masiva de identidades,
nadie podrá entrar a las redes sociales con la confianza de realizar un acto privado
y sin consecuencias. De hecho, nunca ha sido así, pero ¿tendremos que
resignarnos a ser exhibidos por decisiones ajenas a nuestras intenciones
personales?
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