Que en el mundo moderno pululan los hombres ansiosos es un lugar común en la literatura y sociología moderna. Que la ansiedad es una emoción perjudicial en busca de su detonador perdido es una metáfora menos común pero igualmente cierta. El sociólogo Ricard Sennett advirtió que la fuente de origen de este masivo mal es la precariedad laboral, pero el escritor generaliza y cae en la caricatura: no hay uno sino miles de motivos por los que la gente del siglo XXI vive ansiosa pero apenas conocemos las causas de fondo que provocan la enfermedad. De esa frontera en adelante, nos adentramos en una selva obscura e inhóspita. ¿Queremos cruzarla?
Uno de los personajes más sugestivos de la actual ciencia ficción, aunque esté pobremente bosquejado, es Cayce Pollard, la protagonista de Patern Recognition. En esta novela, su autor William Gibson levanta inventario de las fobias y prejuicios que asolan la tecnología, la moda y el consumismo. Pero, sobre todo, es la radiografía de la ansiedad de Cayce, chica neoyorquina de padre desaparecido en el 11-S (¿dónde si no?), que proyecta su miedo metafísico en el circo funambulesco del marketing, al punto de que sufre sudoración, pánico y trepidación de dientes (como si fuera periodista de esta casa editorial) cuando se topa con una marca. El efecto inmediato es querer huir de ese laberinto de trade-mark.
Sin querer, apenas arrancando el tercer capítulo, Cayce pasa por un escaparate de Tommy Hilfiger y al instante se pone enferma. ¿Por querer comprar alguna pañoleta o adquirir un vestido como le pasa a muchas amigas nuestras? No, simplemente porque odia el fashion. Sí, leyó usted bien, querida lectora: nadie lo creería de no ser porque es pura ciencia ficción: una joven profesionista de Manhattan padece ataques de ansiedad por un odio irracional a Louis Vuitton y Prada. Cuenta el narrador: "Algunas personas ingieren un solo cacahuate y se le hincha la cabeza como una pelota de baloncesto. Cuando Cayce ve marca, es su psique la que reacciona".
Uno se emociona creyendo que Naomi Klein, la autora de No logo al fin cuenta con su clon ficticio, pero cuidado: Cayce no es una globalifóbica y no se indigna contra las grandes marcas: simplemente se enferma. Y podemos escribir varios tratado sobre los mil y un motivos definidos que nos provocan indignación frente a los mil y un no-motivos, que, sin saber por qué, nos producen ansiedad. Naomi podrá morir de una bilis, pero no de un ataque de pánico como Cayce. Una es visceral en sus ofensas, otra es vulnerable en sus miedos; una es carne de milicias, otra es carne de hospitales. Ambas, eso sí, son chicas de cuidado y no quisiera uno acostarse con ellas.
Al menos así debía ser, hasta que el propio Gibson nos mancha el paño que quiere vendernos como buena literatura, dando una explicación no pedida a la ansiedad de su personaje por las marcas: "Dios mío, ¿es que no se dan cuenta? Estas cosas son imitaciones de imitaciones". O sea que la ansiedad moderna se debe a nuestra indisposición a ser originales en lo que amarketing se refiere. Que pobreza de diagnóstico; si al menos Gibson lo dijera en tono humorístico, lo tomaríamos a broma más o menos ingeniosa. Pero el novelista suelta su homilía como quien porta el capelo cardenalicio; con seriedad decyberpontífice. Estamos condenados al miedo cósmico porque nos pasamos día y noche imitando a diestra y siniestra, copiando una marca a la otra. Qué gran atentado a la inteligencia del lector.
Lo bueno es que Cayce se cura sus ataques de pánico contra las grandes marcas, buscando como si fuese diabética en pos de insulina, una taza de café. ¿Cualquier taza de café? No: el personaje involuntariamente cómico de Gibson no tolera otro café que no sea el de alguno de los 9 mil doscientos establecimientos que tiene Starbucks distribuidos por el planeta. Obvio: en el mundo de las marcas registradas Starbucks no es "imitación de imitación": mercadea café caliente, pero no cualquier café: vende un concepto-fusión que consiste en mezclar sillones mullidos, música jazz y nombres raros para bebidas archirreconocidas. Es decir, Starbucks es original porque vende un concepto, y eso lo hace merecedor de ser el único distribuidor de tónicos milagrosos que curan la "cyber-ansiedad 2.0" de nuestra pobrecita Cayce, traducido en frapuccino, mocha blanco, con crema batida y chocolate.
De poco serviría recordarle al personaje de Gibson que Naomi Klein, su clon real, ubicó entre sus bestias negras a la cadena de cafeterías Starbucks tan benéficas para curar su cuerpo descontrolado. Así que, si bien ya tenemos diagnosticada la enfermedad-símbolo del siglo XXI, desconocemos sus orígenes y aún menos su remedio. Falta ver que la fundación de Bill Gates destine a este propósito algunos millones de los que el magnate Warren Buffet le donó y al menos sirva la nota como noticia para noticiero triple A y como recurso para periodistas ansiosos.
Uno de los personajes más sugestivos de la actual ciencia ficción, aunque esté pobremente bosquejado, es Cayce Pollard, la protagonista de Patern Recognition. En esta novela, su autor William Gibson levanta inventario de las fobias y prejuicios que asolan la tecnología, la moda y el consumismo. Pero, sobre todo, es la radiografía de la ansiedad de Cayce, chica neoyorquina de padre desaparecido en el 11-S (¿dónde si no?), que proyecta su miedo metafísico en el circo funambulesco del marketing, al punto de que sufre sudoración, pánico y trepidación de dientes (como si fuera periodista de esta casa editorial) cuando se topa con una marca. El efecto inmediato es querer huir de ese laberinto de trade-mark.
Sin querer, apenas arrancando el tercer capítulo, Cayce pasa por un escaparate de Tommy Hilfiger y al instante se pone enferma. ¿Por querer comprar alguna pañoleta o adquirir un vestido como le pasa a muchas amigas nuestras? No, simplemente porque odia el fashion. Sí, leyó usted bien, querida lectora: nadie lo creería de no ser porque es pura ciencia ficción: una joven profesionista de Manhattan padece ataques de ansiedad por un odio irracional a Louis Vuitton y Prada. Cuenta el narrador: "Algunas personas ingieren un solo cacahuate y se le hincha la cabeza como una pelota de baloncesto. Cuando Cayce ve marca, es su psique la que reacciona".
Uno se emociona creyendo que Naomi Klein, la autora de No logo al fin cuenta con su clon ficticio, pero cuidado: Cayce no es una globalifóbica y no se indigna contra las grandes marcas: simplemente se enferma. Y podemos escribir varios tratado sobre los mil y un motivos definidos que nos provocan indignación frente a los mil y un no-motivos, que, sin saber por qué, nos producen ansiedad. Naomi podrá morir de una bilis, pero no de un ataque de pánico como Cayce. Una es visceral en sus ofensas, otra es vulnerable en sus miedos; una es carne de milicias, otra es carne de hospitales. Ambas, eso sí, son chicas de cuidado y no quisiera uno acostarse con ellas.
Al menos así debía ser, hasta que el propio Gibson nos mancha el paño que quiere vendernos como buena literatura, dando una explicación no pedida a la ansiedad de su personaje por las marcas: "Dios mío, ¿es que no se dan cuenta? Estas cosas son imitaciones de imitaciones". O sea que la ansiedad moderna se debe a nuestra indisposición a ser originales en lo que amarketing se refiere. Que pobreza de diagnóstico; si al menos Gibson lo dijera en tono humorístico, lo tomaríamos a broma más o menos ingeniosa. Pero el novelista suelta su homilía como quien porta el capelo cardenalicio; con seriedad decyberpontífice. Estamos condenados al miedo cósmico porque nos pasamos día y noche imitando a diestra y siniestra, copiando una marca a la otra. Qué gran atentado a la inteligencia del lector.
Lo bueno es que Cayce se cura sus ataques de pánico contra las grandes marcas, buscando como si fuese diabética en pos de insulina, una taza de café. ¿Cualquier taza de café? No: el personaje involuntariamente cómico de Gibson no tolera otro café que no sea el de alguno de los 9 mil doscientos establecimientos que tiene Starbucks distribuidos por el planeta. Obvio: en el mundo de las marcas registradas Starbucks no es "imitación de imitación": mercadea café caliente, pero no cualquier café: vende un concepto-fusión que consiste en mezclar sillones mullidos, música jazz y nombres raros para bebidas archirreconocidas. Es decir, Starbucks es original porque vende un concepto, y eso lo hace merecedor de ser el único distribuidor de tónicos milagrosos que curan la "cyber-ansiedad 2.0" de nuestra pobrecita Cayce, traducido en frapuccino, mocha blanco, con crema batida y chocolate.
De poco serviría recordarle al personaje de Gibson que Naomi Klein, su clon real, ubicó entre sus bestias negras a la cadena de cafeterías Starbucks tan benéficas para curar su cuerpo descontrolado. Así que, si bien ya tenemos diagnosticada la enfermedad-símbolo del siglo XXI, desconocemos sus orígenes y aún menos su remedio. Falta ver que la fundación de Bill Gates destine a este propósito algunos millones de los que el magnate Warren Buffet le donó y al menos sirva la nota como noticia para noticiero triple A y como recurso para periodistas ansiosos.
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