“Hace años sufrí los
peores tres reveses en mi vida; me cortó mi manager cubano, murió mi padre y no
me gustó mi cirugía facial. Los tres reveses me dolieron igual”. Uno recibe a
artistas sin vocación en el Mandela Grill&Bar y se convierte en head hunter de
cantantes, perito de celebrities y terapeuta ocupacional. La primera y segunda
función es parte de la chamba; la tercera se suma al proceso de aburrición
existencial. Ninguna de las tres funciones le importaba a la joven que fumaba
un cigarro y vestía de gym más para sesión de pilates que para entrevista
laboral.
“Mi padre era de origen
mexicano y tenía un estudio de grabación sobre Lincoln Road, en Miami Beach. Me
tuvo a los 48 años. De sus seis hijos fui su consentida, porque soy mujer de
decisiones. Desde niña quise ser cantante. Hice lo básico para cumplir mi meta;
implante de tetas, rinoplastia, lipoescultura, colágeno para labios, peróxido
porque no soy rubia natural… aunque parezca. Incluso cursé dos clases de
solfeo”. Apuntaba lo que me decía con una pluma en una libretita, porque no me
gusta registrar confesiones personales en ninguna tablet (cabe el riesgo de
que, por accidente o imprudencia puedan volverse públicas).
“No soy improvisada. Me
conseguí un manager cubano. Cada cirugía estética me la pagó mi padre. Al
mánager también me lo pagó. Lo difícil fue convencerlo. Pero soy mujer de
decisiones. Mi padre era elegante. Usaba saco sport y fumaba habanos. Tuvo
cuatro esposas. Yo fui hija de su tercera mujer. Sus contactos se extendían por
Florida; Warner Music Latin America, MTV Latin America, Sony Norte. Vivíamos en
Coconut Grove, o sea, lo hi de lo hi”. No supe si la joven alardeaba, mentía o
exageraba: me daba exactamente igual.
“Convencí a mi padre
para que contratara en su estudio de grabación a Marc Anthony. Era mi ídolo. Lo
usaría como trampolín al estrellato, a la fama, al Top Ten. Le adelantó miles
de dólares para que visitara el estudio. Un día antes de cerrar el trato, mi
padre se infartó. Lo sepultamos sus cuatro mujeres y sus seis hijos con su saco
sport y sus habanos. El mismo día del sepelio mi manager cubano me cortó. Fue
la única vez que dudé de mi, de mi vocación, de mi talento. Pero soy mujer de
decisiones. El pasado pisado, el presente de frente y lo que viene es
candente”. Me sorprendía que, dentro de tanto follaje de frivolidad, saltara de
pronto la liebre del ingenio mordaz, así fuera inconscientemente.
“Me mudé a Nueva York.
Busqué un año a Marc Anthony. Nunca lo encontré. Hasta que una tarde, en un
diner de Jackson Heights, en Queens, me topé con el crítico de música latina
Máximo Cadena. Usaba saco sport y fumaba habanos. Él sería mi puerta de entrada
para Marc Anthony. Si era crítico musical, seguro serían amigos. Diseñé para el
abordaje un plan A y un plan B. El plan B era el mismo que el plan A pero sin
ropa. Le pedí al crítico que me regalara un habano. Me dijo que no. Me lo
canjeó por un Marlboro”. Me agradó que un profesional del mundo del espectáculo
no cayera en la tentación de la lujuria: eso hablaba bien de su ética personal.
“No me gustó su
aspecto. Muy viejo para mi. Pero le vi el saco y el habano en los labios y me
hizo pensar que podía sacarle ventaja. O, al menos, una cita con Marc Anthony.
Soy mujer de decisiones. Le ofrecí un trato. Si lograba adivinar mi profesión,
estaba dispuesta a que me llevara a la cama. Me preguntó que plazo le daba para
descifrarlo. Le respondí que lo que durara la ceniza en su habano, sin caerse”.
Y entonces comenzaron las adivinanzas: “¿Escort? No. ¿Hostess? No. ¿Aspirante a
actriz? Frío, frío. ¿Aspirante a cantante? Caliente, caliente”. Obviamente el
mentado crítico debía saberlo todo de antemano, pero jugaba con ella, como el
gato con el ratón.
“El crítico musical
tomó el habano y lo apachurró en el cenicero. Dijo fastidiarse del jueguito y
que si yo quería ser cantante, él me ayudaría a cambio de ciertos favores. Su
departamento estaba a dos cuadras de ahí. Lo tomaba o lo dejaba. Al cabo, me
dijo, lo básico en el negocio de la música es la formula tits and ass. Y yo
tenía ambas virtudes”. Me sorprendió que tildara de virtudes lo que son simples
talentos, pero en el mundo hay gente de todo y para todo.
“Le
rogué que no me creyera mujer fácil y él me respondió que sí lo era, pero que
con los años se corregiría mi mala fama porque en Estados Unidos cualquier
reputación termina siendo respetable”. ¿Cumplió sus deseos el crítico de música
latina? No lo se ni me importa ahora. Tampoco comprendí a ciencia cierta quién
de ellos era el gato y quién de ellos el ratón. Sólo recordé mientras escuchaba
su monólogo, envuelto en humo de cigarro, aquella frase de Joaquín Sabina: las
malas compañías son siempre las mejores. Pero al instante guardé su currículum
en el escritorio y encaminé a la susodicha a las puertas del negocio para
despedirla y no verla nunca más.
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