Cuando la
UDEM mando construir “La Puerta de la Creación” el año pasado, guardé por
prudencia mi escepticismo estético. Entiendo que, según su creador, el
arquitecto Tadeo Ando, su geometría monocromática evoca las montañas que
circundan el paisaje, su tono artesanal se debe a que no se utilizaron piezas
precoladas y no se cuantas lindezas más. Hasta aquí todo está muy bien y de
seguro merece la admiración de cualquier aficionado a la arquitectura a gran
escala.
Pero mis
reservas son de otra naturaleza. Cada vez se demuestra con mayor evidencia la
mentira de que el ahorro y la austeridad son el sello distintivo de los
regiomontanos. En realidad somos en ciertos aspectos un pueblo fanfarrón y farolero.
Y lo mismo en el tiempo sexenal de los políticos locales que en la eternidad
comprada de los millonarios, nos gusta dejar iconos para la posteridad. De ahí
el servilletero del Tec, la Macroplaza de don Alfonso con todo y su faro de
comercio, la Torre Administrativa y la Bandera Gigante del Obispado, entre
otros adornos más o menos vistosos.
Cada vez
que los mecenas de tan magnas obras las inauguran, lo de menos es preguntarse si
servirán para algo: el discurso giran en torno a lo bonito que lucen, incluso
cuando el tiempo las redime para bien como fue el caso del Puente Atirantado,
en su momento tan denostado por la prensa. Digamos que es la alta visibilidad y
no la funcionalidad lo que caracteriza a los iconos urbanos de Nuevo León. Que luego
puedan servir para algo ya es ir de gane. Y lo peor es que ahora, recientemente,
además de crear iconos distintivos gigantes que compitan con el (hasta la
fecha) gratuito Cerro de la Silla, los regiomontanos nos sumamos a la moda
global de contratar grandes firmas de arquitectos, de ser posible galardonados
con el premio Pritzker, para que vengan a levantar su hito de inmortalidad en
nuestros pueblos aún parroquiales pero disfrazados de cosmopolitismo charro.
Les juro
que esta afición no la veo mal, mientras tengamos claro que son sólo una docena
de arquitectos de prestigio internacional los únicos autorizados para diseñar
extravagancias con supuestas garantías de calidad. Lo que no quita que a veces
puedan meter una o las dos patas. Sin embargo, ningún regiomontano bien nacido
se atrevería a confesar que es una mamarrachada alguna obra arquitectónica de
Tadeo Ando, Norman Foster, Daniel Libeskind, Rem Koolhaas o el ahora denunciado
por las autoridades de Venecia, Santiago Calatrava. Este monopolio de la
reputación arquitectónica no dejará nunca mal parado a ningún comprador sampetrino
de arte monumental, pero tampoco compensará los millones de dólares que gaste
así le sobren para darse esos y otros lujos.
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