23 enero 2014

LA MODA DEL GIGANTISMO EXÓTICO

Cuando la UDEM mando construir “La Puerta de la Creación” el año pasado, guardé por prudencia mi escepticismo estético. Entiendo que, según su creador, el arquitecto Tadeo Ando, su geometría monocromática evoca las montañas que circundan el paisaje, su tono artesanal se debe a que no se utilizaron piezas precoladas y no se cuantas lindezas más. Hasta aquí todo está muy bien y de seguro merece la admiración de cualquier aficionado a la arquitectura a gran escala.

Pero mis reservas son de otra naturaleza. Cada vez se demuestra con mayor evidencia la mentira de que el ahorro y la austeridad son el sello distintivo de los regiomontanos. En realidad somos en ciertos aspectos un pueblo fanfarrón y farolero. Y lo mismo en el tiempo sexenal de los políticos locales que en la eternidad comprada de los millonarios, nos gusta dejar iconos para la posteridad. De ahí el servilletero del Tec, la Macroplaza de don Alfonso con todo y su faro de comercio, la Torre Administrativa y la Bandera Gigante del Obispado, entre otros adornos más o menos vistosos.

Cada vez que los mecenas de tan magnas obras las inauguran, lo de menos es preguntarse si servirán para algo: el discurso giran en torno a lo bonito que lucen, incluso cuando el tiempo las redime para bien como fue el caso del Puente Atirantado, en su momento tan denostado por la prensa. Digamos que es la alta visibilidad y no la funcionalidad lo que caracteriza a los iconos urbanos de Nuevo León. Que luego puedan servir para algo ya es ir de gane. Y lo peor es que ahora, recientemente, además de crear iconos distintivos gigantes que compitan con el (hasta la fecha) gratuito Cerro de la Silla, los regiomontanos nos sumamos a la moda global de contratar grandes firmas de arquitectos, de ser posible galardonados con el premio Pritzker, para que vengan a levantar su hito de inmortalidad en nuestros pueblos aún parroquiales pero disfrazados de cosmopolitismo charro.

Les juro que esta afición no la veo mal, mientras tengamos claro que son sólo una docena de arquitectos de prestigio internacional los únicos autorizados para diseñar extravagancias con supuestas garantías de calidad. Lo que no quita que a veces puedan meter una o las dos patas. Sin embargo, ningún regiomontano bien nacido se atrevería a confesar que es una mamarrachada alguna obra arquitectónica de Tadeo Ando, Norman Foster, Daniel Libeskind, Rem Koolhaas o el ahora denunciado por las autoridades de Venecia, Santiago Calatrava. Este monopolio de la reputación arquitectónica no dejará nunca mal parado a ningún comprador sampetrino de arte monumental, pero tampoco compensará los millones de dólares que gaste así le sobren para darse esos y otros lujos.

La línea divisoria entre el lucimiento urbano y el exhibicionismo provinciano es más tenue que la raya del horizonte. Pretender que con el simple acto de contratar a un exponente de la docena de arquitectos Pritzker, como lo es el respetable Tadeo Ando, nuestra ciudad, empresa o institución académica aparecerá en las principales revistas de arquitectura, al lado del Guggenheim de Bilbao, me provoca sendamente una ternura conmovedora y un cólico en el bajo vientre. Sólo recordaré que uno de los museos de arte contemporáneo más icónicos hoy por hoy en Nueva York (“Dia:Beacon”) es un simple y modesto edificio de ladrillo y hormigón que antes fue una fabrica de galletas de animalitos.

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