Primer
Acto: circulan como artículos a la venta en eBay viejas imágenes del
Generalísimo Francisco Franco, malherido por una úlcera gástrica en un
quirófano improvisado en un almacén de El Pardo. Por la boca le mana sangre a
borbotones. Es noviembre de 1975 y tan prolongado ha sido su agonía que cuando
un paisano madrileño le pregunta a otro por la salud del enfermo, la respuesta
es siempre la misma: “pasó tranquilo la noche después de su cuarta autopsia”.
No es del todo una broma: el general es un esqueletito viviente, con la piel
cetrina y el cuerpo perforado por un arsenal de sondas, inyecciones y parches.
Nombrado
jefe de Estado, pero no rey de España, el príncipe Juan Carlos visita a Franco
en su lecho de muerte. El Caudillo lo recibe abriendo y cerrando las manos como
garras lánguidas, mientras musita desde el fondo de su desahucio: “la única
cosa que os pido es que mantengáis la unidad de España”. El príncipe Juan
Carlos atiende a su mentor con un clásico artilugio marcial: “obedece la orden
pero no la cumple”. Al menos no a la manera como la espera el moribundo.
Para
Franco, la unidad nacional se personifica por una muchedumbre uniforme y
anónima, rindiéndole pleitesía en la Plaza de Oriente, al calor de las estrofas
de “Cara al Sol” himno de la Falange. Pero para el sucesor al trono “a título
de rey” (1969), Juan Carlos, la unidad no es una multitud unánime sino una
sociedad plural. Sin conciliación nacional, el vocablo unidad pierde su
dimensión honorable y deslava su prestigio como mito fundacional.
Segundo
Acto: circulan como artículos a la venta por eBay, videos originales del
proscrito dirigente Santiago Carrillo negociando la legalización del Partido
Comunista con el Rey Juan Carlos y el Presidente de Gobierno, Adolfo Suárez.
Para conseguir la conciliación nacional los extremos se juntan. En franca
contradicción de su naturaleza represiva, los falangistas negocian con el
vencido. Igual los comunistas. Los rivales se arriman a la mesa de acuerdos y en
el corazón de los tres políticos subyace un pragmatismo que deja para el
recuerdo las tendencias extremistas.
La ambición
por mantener el poder pasa por la necesidad de negociarlo. A eso los
intransigentes le llaman entreguismo. El pacto político, lo mismo en España que
en México, conmina a los partidos a no atrincherarse en la negación de los
demás. En otros artículos he bautizado a este fenómeno como “la política de las
paradojas”. De entrada, el pacto político que propuso el gobierno de Enrique Peña
Nieto no es malo, mientras evite la tentación de comprar con dinero la voluntad
de los perredistas. O en tanto los panistas no den bandazos legislativos. O en
tanto no se queden los acuerdos en cambios cosméticos. El plan tuvo éxito en
España (se consiguió la Transición Democrática) ¿En México por qué no?
Tercer
Acto: en el quirófano improvisado de El Pardo, el Generalísimo Francisco Franco
muere el 20 de noviembre de 1975, a los 82 años. Sólo un médico lo acompaña en
su último suspiro. El marqués de Villaverde logra tomar con una camarita
personal un par de fotografías del cadáver entubado. Lo ha hecho en otras dos o
tres ocasiones más aprovechando descuidos de los familiares del muerto. Planea
vender los rollos revelados pero olvida que los dictadores son populares sólo cuando
viven, no cuando mueren: ningún periódico le comprará las imágenes (son éstas
las que aún rondan como pésimo negocio de redes sociales por eBay).
1 comentario:
Picasso inmortalizó la tragedia de Guernica; pero en el otro bando también hubo matanzas y resultan difíciles los pactos cuando queda rencor y odio. Aquí reproduzco una anécdota:
José Antonio Crespo.- En febrero de 1978, un periódico reprodujo esta anécdota: Don Santiago Carrillo, secretario general del PCE, viajaba en un avión en vuelo de Barcelona a Madrid. Cuando faltaban 15 minutos para aterrizar (…) por los altavoces, se escuchó el siguiente mensaje: “Les habla el comandante. Dentro de breves minutos tomaremos tierra en el aeropuerto de Madrid-Barajas. Mientras tanto, les invito a que observen por la parte derecha del avión el histórico lugar de Paracuellos del Jarama, donde fueron fusiladas durante nuestra guerra civil siete mil personas inocentes. El que les habla es hijo de una de ellas. El que mandaba el pelotón de ejecución es uno de sus compañeros en vuelvo, don Santiago Carrillo Solares, sentado en la butaca 27-B” (Carlos Fernández, Paracuellos del Jarama: ¿Carrillo culpable?, Editorial Argos Vergara S.A., Barcelona, 1983, p. 226).
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