Eloy Garza cantaba “Sin tí” en la fiesta que el sindicato
petrolero y Joaquín Contreras Cantú le organizaban a Salvador Barragán Camacho
en su casa de McAllen, cuando un ayudante le informó que la Refinería de
Reynosa estaba a punto de estallar. Tomó su camioneta Chevrolet para pasar el
Puente Internacional y no fue sino hasta detenerse en la aduana de Reynosa (que
lucía abandonada), cuando Eloy Garza cayó en la cuenta de que ningún otro invitado
de la fiesta lo seguía.
--Es natural – me interrumpe Joaquín Hernández Galicia, La
Quina, ex convicto, sentado en un sillón viejo de su casa de Tampico. Es un
hombre bajito, delgado pero correoso, ascético por los cuatro costados y
vegetariano irredento. Usa una guayabera blanca que le queda grande y le
abaniquea con cada movimiento nervioso. Joaquín Contreras me acompaña en la
reunión gestionada por él--. Todos eran una bola de cobardes, comenzando por
Chava. Los usé para manejar a los miembros del sindicato. Pero luego, uno a uno
los fue comprando el gobierno para torcerme. ¿O por qué cree usted que Barragán
fue de los primeros que salió libre? Por eso le pienso para recibir en mi casa
a personas que como usted quieren pedirme favores.
Eloy Garza dudó un par de minutos al volante entre rescatar
a su familia en la colonia Ribereña, o auxiliar en las instalaciones de PEMEX
para sofocar el incendio. Buscó en alguna estación de radio información
reciente pero el aparato estaba mudo. Sin embargo, le bastó con mirar el
horizonte rojizo y la humareda que cubría el oeste de la ciudad para comprender
la gravedad del accidente. Nadie quedaría con vida.
--¿Y qué decidió? – me pregunta La Quina. Sabe bien que a su
edad tomar ciertas decisiones cambian la vida de uno para siempre. ¿Qué hubiera
pasado, por ejemplo, si en vez de perseguir con su grupo de diputados
petroleros en el Congreso al ex director de PEMEX, Mario Ramón Beteta (a quien
ya había defenestrado), lo hubiera dejado ir sin humillarlo más? Fidel Velazquez,
líder tan metódico y disciplinado como él, se lo advirtió en plan de amigos: a
un Primer Mandatario no se le reta. Sin embargo, don Fidel protegió a su pupilo
del poder presidencial hasta que una tarde, cumpliendo en casa su descanso
después de comer, viendo como siempre las noticias del Canal 2 frente al
televisor, el cetemista recibió un informe confidencial de Gobernación sobre
los próximos atentados de La Quina en contra el gobierno. Don Fidel jugueteaba
con un mondadientes, como era su costumbre, cuando se comunicó a Los Pinos. Así
selló su suerte el líder petrolero.
--¿Decidir? Pues la única correcta, don Joaquín, conducir la
camioneta por el más rápido atajo para llegar a la Refinería y ponerse a las
órdenes de los altos mandos locales de PEMEX. Claro está, tampoco había nadie
en sus puestos. Sólo una cuadrilla de trabajadores de Construcción y
Mantenimiento calculando los riesgos de la explosión de los contendores y el
estado de los ductos y tuberías. Esto a duras penas, debo decirle, porque las
llamaradas de varios metros impedían cualquier maniobra. Ninguno se atrevía a
bajar por la pendiente de tierra, bajo una hondonada, donde estaban expuestas
al incendio las válvulas de gas abiertas, a plena presión. Si el fuego llegaba
hasta allá, adiós a todos.
Eloy Garza no podía saber que en la colonia Ribereña su
mujer salía corriendo de su casa con sus tres hijos pequeños en brazos. Veía el
cielo entintado en rojo sangre y la caravana de vehículos huyendo del peligro.
Con pena se acercó a una vecina, amiga suya, para pedirle auxilio pero la
respuesta la dejó humillada en medio de la calle “En este carro no caben ni tú
ni tus hijos porque vamos completos”.
--Así son los miserables – añade La Quina. Soba las piernas
con sus manos arrugadas y venudas, como de pergamino --. También a mí me
dejaron solo cuando me inventó Salinas los cargos de homicidio y acopio de
armas. Nomás mi esposa Carmelita me apoyó. Por eso cuando velaron a Chava
Barragán, cerca de mi casa, porque vivía por aquí pegadito, seguí con el
mariachi duro que dale, toda la noche. Pero a ver, dígame de una vez, ¿bajó o
no algún trabajador de la cuadrilla a cerrar las válvulas de gas?
Ningún trabajador se decidía a bajar por la hondonada. Fue
entonces cuando a Eloy Garza se le vino a la mente su madre, su familia, los
días en que tenía que alquilarse como cantante y dar serenatas para pagar sus
estudios universitarios. Armó un trío llamado Candilejas que tuvo cierto éxito
los 14 de febrero y los 10 de mayo. Era su amuleto para sortear cualquier
problema. Así se envalentonó. Fue resbalando por la pendiente y conjurando su
miedo se puso a cantar: “Sin ti, no podré vivir jamás, ni pensar que nunca más,
estarás junto a mí”. Fue cosa de media hora. Cerró cada una de las válvulas y
al final se recostó exhausto en la tierra, susurrando todavía la misma canción.
--¿Y espera que PEMEX le reconozca ese acto heroico a su
padre, Eloy Garza, después de más de treinta años en que pasó ese accidente en
Reynosa? ¿De verdad supone que las autoridades tienen memoria? ¿Cree usted que
a mí me reconocieron por defender a la nación en contra de las privatizaciones
de Salinas? ¿por mejorar la calidad de tantos trabajadores? ¿por promover la
revolución verde? ¿por construir miles de cooperativas?
Me despedí de La Quina sin reproches, agradeciendo a Joaquín
Contreras Cantú que me gestionara la cita. Sentí un amargo sabor en la boca;
supe que era el aliento que deja el olvido cuando éste es injusto y forzado.
Años después, don Fidel Velazquez cumplía en su casa su descanso vespertino,
pero una tarde de junio de 1997, mientras veía las noticias del Canal 2, se
quedó dormido con el mondadientes en los labios. Se lo tragó sin querer al
punto de provocarle una peritonitis: murió en el hospital del Estado Mayor
Presidencial.
En diciembre de 2007, Joaquín Contreras Cantú se cayó de un
caballo en su rancho, él que era un jinete excepcional, y murió a los pocos
días. Joaquín Hernández Galicia, La Quina, murió ayer a los 91 años, de causas
naturales, en Tampico Tamaulipas. En cambio, mi padre, Eloy Garza, sigue vivo
pero ya no espera ningún reconocimiento de nadie. De hecho ya no espera nada y
desde hace muchos años dejó de contar la historia del incendio de la Refinería
de Reynosa, en los años setenta, cuando todos los habitantes de la ciudad
estuvieron en peligro de muerte.
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