02 octubre 2013

DE MEMES, GENES Y GALLINAS PONEDORAS


México ha sido asaltado por un fenómeno nuevo y letal: los memes. Se trata de ideas contagiosas, difundidas de persona a persona y de usuario a usuario y cuya evolución es aleatoria e impredecible. Las redes sociales son el mejor caldo de cultivo de los memes y los ejemplos abundan: “Harlem Shake”, “No semos sicarios”, “El dueño de la CANACA”, “El FUA”, “Keep Calm” (con sus variantes más o menos ingeniosas) o el “Juay de Rito” del connotado comunicador unilingüe Joaquín López Dóriga.  

Los memes son la mejor expresión de las redes sociales, pero no son estos sus únicos canales comunicativos. Por décadas esta correa de transmisión la monopolizó Televisa con efectos de amansamiento político en los círculos sociales (entonces sinónimo de televidentes) y de manera soterrada en el imaginario colectivo en su carácter de chisme, alusiones suspicaces y la extendida práctica (aún en boga) de “echar el chal”.

Pero desde hace dos años aproximadamente, los memes son el lenguaje nada cifrado de Twitter, Facebook, Instagram y todos esos mails enviados masivamente lo mismo en gmail que en Yahoo sin origen determinado pero que constituyen (a pesar de ser creaciones inicialmente personales) una construcción verbal, colectiva y profusamente compartida. Sin escatimar grados superlativos a la definición, estamos ante el reinado global de la viralidad: las ideas se han vuelto contagiosas o no lo son. Rebasan fronteras o mueren de inanición. Los trending topic son un arma cargada de likes, copies y share. El sueño feliz de cualquier post es su propagación en bites. Memes: ¡cuantos send se cometen en tu nombre!

Aclaro que la primera vez que se habló de memes no fue en las redes sociales sino en biología. El término lo usó antes que nadie Richard Dawkins en su libro “El gen egoísta” (1976), específicamente para puntear su muy peculiar teoría sobre la evolución. En definitiva, Dawkins explica que la información cultural se recibe por enseñanza, mímesis (imitación) o asimilación. Un meme crece al replicarse, al mimetizarse o al agruparse con otros memes similares: este efecto recibe el horrible neologismo de macromeme (ya se ve hasta dónde hemos llegado).

No exagero si digo que todo usuario de redes sociales no es más que un simple portador y transmisor automático (consiente o inconsciente) de memes. Al igual que según Dawkins (ateo si los hay), un individuo no es más que un simple portador y transmisor de genes, es decir, de unidades informativas.

Si mis lectores se convencen de esta curiosa teoría que lo mismo aplica en Internet que en biología, habrán resuelto de pasadita una de las más grandes incógnitas de la humanidad: “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?” Ahora ya estamos en condiciones de responder que la dichosa gallina no es más que una simple portadora orgánica, es decir, un medio a través del cual los huevos se reproducen. En suma, el huevo, el gen y el meme se valen y usan a las gallinas, a los individuos y a los usuarios de Internet para reproducirse (en ese orden, claro está).

Ahora bien: ¿pueden manipularse los memes en las redes sociales? Sin duda alguna. Así como hay maíz transgénico y clonación de ovejas, también cualquier grupo de poder tiene condiciones suficientes para manipular y por ende controlar la replicación de memes en Facebook y en Twitter. Es cada vez más difícil hacerlo sin que lo descubran locos como Assange o Snowden pero de que se puede, se puede: hasta estos resquicios donde priva aparentemente lo espontáneo y lo impredecible suele llegar la larga mano de los poderes fácticos.

Así que incluso al poner un inocente like, comentar un candoroso post o compartir un gracioso meme, estemos alertas, porque, como bien decía el recién finado Pedro Ferriz Santa Cruz (o eran los Polivoces, ya no se): “un mundo nos vigila”.   

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