A
partir de hoy un elefante de casi siete metros de altura, tres toneladas de
peso, esqueleto de hierro y piel de mimbre recorrerá la Península Ibérica. Es
un homenaje teatral a don José Saramago, viajero frecuente a nuestro país y
ahora novelista olvidado por los lectores mexicanos, según me cuenta un
directivo de la librería Gandhi, que
me revela la próxima descatalogación de sus libros en los inventarios.
El
falso paquidermo es una recreación para
las tablas de la novela “El viaje del elefante”. Con ese libro el escritor
entonces octogenario se había cortado la coleta a una edad ya no tan temprana,
para acabar sus días aislado (junto con su mujer Pilar) en Lanzarote.
En
realidad, se trata de exhumar a Saramago, mejor leamos su “Todos los nombres”,
novela suya anti-política donde el clima frio de la escritura y el grado cero
de lo literario llegan a ciertos abismos y simetrías del vacío muy reveladores.
“Todos
los nombres” es una denuncia de la burocracia, y por tanto del Estado moderno.
Un oficinista modelo, casi anónimo, protagoniza una historia personal que nos hace pensar en el mundo de
Kafka. Kafka era judío y Saramago era portugués. Dos razas maltratadas por la
Historia. Pero Saramago refleja una sensibilidad muy refinada que jamás
encontraríamos en Kafka.
Oficinas
y oficinistas anónimos, fijos para siempre en la fría geometría del
Estado-archivero. Y un hombre del que apenas conocemos nada; un funcionario
menor como de Registro Público de la Propiedad que ahora está en la Torre
Inteligente. Dicho funcionario protagoniza una historia de amor que de amor tiene
poco y de historia aún más poco, pero que certifica la anonimidad en que viven
los funcionarios de los Estados
modernos.
Saramago
prescinde del estilo. Aspira a la desnudez absoluta de la prosa, que es la
única manera de dar con el vacío absoluto de su narración. Prescinde también
del asunto y de las personas, salvo como prototipos familiares del Poder como
algo impracticable. Su escritura es de una perfección clásica, antinovelística,
si no fuese deliberada.
Con esto
tendríamos una parábola negativa del Estado (ese gran elefante blanco) pero el
único personaje que merece tal nombre, el burócrata modelo, don José, inicia
una aventura burocrática que legitima la novela como tal, moviliza todo el
conjunto con una no-historia de un no-amor que llega a conmover al lector como
el más complejo caso de espionaje. La realidad apenas humana de esta historia
humaniza todo el circo de hielo y vivifica lo anónimo de unos seres que primero
son funcionarios y después son nada.
El
talento de Saramago consistía en contar una no-historia de un no-hombre que se
enamora de una no-mujer (sólo una ficha personal más en sus archivos). La
narración de lo ordinario nos transmite las emociones de una aventura intensa y
la experiencia política de que las superficies lisas del Poder también tienen
sus inevitables grietas.
Saramago
nos ha contado una no-historia, y su renuncia a la literatura y la psicología
se vuelve al fin intensamente literaria. El novelista de nuestro tiempo
consigue una parábola política con una implacable sucesión de sobriedad, al
filo mismo de la literatura y del vacío. Su gran discurso es el silencio, más
pesado que cualquier paquidermo legendario.
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