Chris Hughes es el típico joven de
sudadera, miembro de la cultura hacker, que suele estar en el lugar adecuado
en el momento justo. Nació en Hickory, Carolina del Norte, en una familia de
clase media baja y, como si fuera un predestinado de carne y hueso al estilo
Forrest Gump, compartió dormitorio en Harvard con Mark Zuckerberg, creador de
Facebook, y vivió como protagonista, a los 19 años, el nacimiento de
la red social más célebre en la historia de la web, con más de 300 millones de
usuarios.
Pocos años más tarde, la vorágine
electoral lo empujó al bunker de un prometedor pero desconocido político que se
postulaba como candidato del partido demócrata para la Presidencia de EUA. Se
llamaba Barack Obama y en su favor, el talentoso rubio de 23 años le coordinó
las redes sociales de su campaña nacional a partir de una plataforma basada en
Big Data que bien puede formar parte de mi imaginario Museo de las Innovaciones
Disruptivas: my.barackobama.com, con más de 30 millones de usuarios.
Ahora Chris Hughes es dueño de una
empresa de capital de riesgo, General
Catalyst Parners, vive en un lujoso departamento de Washington con su novio
Sean Eldrige, recauda fondos a favor del matrimonio entre personas del mismo
sexo y acaba de cometer lo que quizá sea, a todas luces, el error más garrafal
de su vida. Con un patrimonio neto, valuada en 600 millones de dólares, este
joven ha confundido su buena fortuna (que no es virtud menor) con la capacidad
engañosa de volverse periodista de la noche a la mañana. Y con una osadía que
huele a suicidio financiero, compró recientemente la revista política de
izquierda The New Republic, del que
se autonombró editor en jefe.
Los lectores asiduos de The New Republic nos hemos topado con
una declaración de Chris Hughes que medio le toleramos en razón de su corta
edad y de su desconocimiento de la prensa escrita: “Ya no quiero que la revista
sea conocida sólo como una publicación progresista”. Luego, con la ignorancia
propia del recién llegado, remata: “No quiero que seamos la voz de una
ideología en particular. Necesitamos una cobertura sin sesgos”.
El problema para este joven emprendedor,
estriba en que The New Republic fue
creada en el remoto año de 1914, precisamente como un bastión de la mentalidad
política progresista. Y si Hughes pretende eliminar esa que es su principal
seña de identidad, dejará sólo el cascarón de una publicación que fue casa de
grandes economistas “ideologizados” como John Maynard Keynes, y recientemente
Amaytra Sen y Joseph Stiglitz; novelistas “progresistas” como George Orwell y
Philip Roth; e historiadores tan “sesgados” como Niall Ferguson y el siempre
recordado Tony Judt, a quien tanto admiramos por su inquebrantable
verticalidad.
No en balde acaba de abandonar el
barco el experimentado Richard Just, ex editor en jefe de la revista, y quien
en un principio invitó a Hughes a invertir en la publicación. Sus diferencias
de criterio con Hughes culminaron con la salida estrepitosa del primero,
dejando en la zozobra ideológica a The
New Republic y sembrando una duda razonable en la opinión pública que puede
resumirse en una simple pregunta: ¿Si Chris Hughes pensaba pasteurizar
radicalmente esta revista política por qué mejor no fundaba otra nueva y listo?
Chris Hughes suele comentar que The New Republic es como su casa:
“abarca mis intereses políticos, tecnológicos y mi pasión por el periodismo”.
Lo malo de esta conmovedora declaración de fe es que los intereses políticos,
para no perder su autenticidad, pasan por el activismo comunitario, la
tecnología se ha vuelto inteligencia colectiva y el periodismo es la más noble
de las tradiciones del pensamiento en acción. Principios que el joven dueño de
600 millones de dólares ha olvidado, en aras de un modelo de negocio que contradice
su trayectoria y la buena estrella que lo caracterizó hasta ahora.
Ojalá pronto abandone Chris Hughes
The New Republic y busque su casa
editorial o su modelo de negocio en otro lado. Es lo que le pedimos los cada
vez menos seguidores de esa “antigualla” ideológica tan viva y más necesaria
que nunca llamada progresismo.
1 comentario:
Muchos años llevo repitiendo que una de las labores más difíciles en la vida es enseñarle a un "nuevo rico" que no sabe todo y que el origen de su fortuna no necesariamente va asociada a su comprensión del mundo real. Pero ¡ah qué difícil es bajarlos de su arrogancia!... ¡Claro! ¿el (o ella) trae auto último modelo... el mío ya necesita cambio. Pero sigo convencido de que yo duermo mejor por las noches. :)
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