31 marzo 2013

EL DÍA EN QUE CHRIS HUGHES METIÓ LA PATA


Chris Hughes es el típico joven de sudadera, miembro de la cultura hacker, que suele estar en el lugar adecuado en el momento justo. Nació en Hickory, Carolina del Norte, en una familia de clase media baja y, como si fuera un predestinado de carne y hueso al estilo Forrest Gump, compartió dormitorio en Harvard con Mark Zuckerberg, creador de Facebook, y vivió como protagonista, a los 19 años, el nacimiento de la red social más célebre en la historia de la web, con más de 300 millones de usuarios.

Pocos años más tarde, la vorágine electoral lo empujó al bunker de un prometedor pero desconocido político que se postulaba como candidato del partido demócrata para la Presidencia de EUA. Se llamaba Barack Obama y en su favor, el talentoso rubio de 23 años le coordinó las redes sociales de su campaña nacional a partir de una plataforma basada en Big Data que bien puede formar parte de mi imaginario Museo de las Innovaciones Disruptivas: my.barackobama.com, con más de 30 millones de usuarios. 

Ahora Chris Hughes es dueño de una empresa de capital de riesgo, General Catalyst Parners, vive en un lujoso departamento de Washington con su novio Sean Eldrige, recauda fondos a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y acaba de cometer lo que quizá sea, a todas luces, el error más garrafal de su vida. Con un patrimonio neto, valuada en 600 millones de dólares, este joven ha confundido su buena fortuna (que no es virtud menor) con la capacidad engañosa de volverse periodista de la noche a la mañana. Y con una osadía que huele a suicidio financiero, compró recientemente la revista política de izquierda The New Republic, del que se autonombró editor en jefe.

Los lectores asiduos de The New Republic nos hemos topado con una declaración de Chris Hughes que medio le toleramos en razón de su corta edad y de su desconocimiento de la prensa escrita: “Ya no quiero que la revista sea conocida sólo como una publicación progresista”. Luego, con la ignorancia propia del recién llegado, remata: “No quiero que seamos la voz de una ideología en particular. Necesitamos una cobertura sin sesgos”.

El problema para este joven emprendedor, estriba en que The New Republic fue creada en el remoto año de 1914, precisamente como un bastión de la mentalidad política progresista. Y si Hughes pretende eliminar esa que es su principal seña de identidad, dejará sólo el cascarón de una publicación que fue casa de grandes economistas “ideologizados” como John Maynard Keynes, y recientemente Amaytra Sen y Joseph Stiglitz; novelistas “progresistas” como George Orwell y Philip Roth; e historiadores tan “sesgados” como Niall Ferguson y el siempre recordado Tony Judt, a quien tanto admiramos por su inquebrantable verticalidad.

No en balde acaba de abandonar el barco el experimentado Richard Just, ex editor en jefe de la revista, y quien en un principio invitó a Hughes a invertir en la publicación. Sus diferencias de criterio con Hughes culminaron con la salida estrepitosa del primero, dejando en la zozobra ideológica a The New Republic y sembrando una duda razonable en la opinión pública que puede resumirse en una simple pregunta: ¿Si Chris Hughes pensaba pasteurizar radicalmente esta revista política por qué mejor no fundaba otra nueva y listo?

Chris Hughes suele comentar que The New Republic es como su casa: “abarca mis intereses políticos, tecnológicos y mi pasión por el periodismo”. Lo malo de esta conmovedora declaración de fe es que los intereses políticos, para no perder su autenticidad, pasan por el activismo comunitario, la tecnología se ha vuelto inteligencia colectiva y el periodismo es la más noble de las tradiciones del pensamiento en acción. Principios que el joven dueño de 600 millones de dólares ha olvidado, en aras de un modelo de negocio que contradice su trayectoria y la buena estrella que lo caracterizó hasta ahora.

Ojalá pronto abandone Chris Hughes The New Republic y busque su casa editorial o su modelo de negocio en otro lado. Es lo que le pedimos los cada vez menos seguidores de esa “antigualla” ideológica tan viva y más necesaria que nunca llamada progresismo. 

1 comentario:

alfonso teja dijo...

Muchos años llevo repitiendo que una de las labores más difíciles en la vida es enseñarle a un "nuevo rico" que no sabe todo y que el origen de su fortuna no necesariamente va asociada a su comprensión del mundo real. Pero ¡ah qué difícil es bajarlos de su arrogancia!... ¡Claro! ¿el (o ella) trae auto último modelo... el mío ya necesita cambio. Pero sigo convencido de que yo duermo mejor por las noches. :)