Parece
de ciencia ficción pero esta comprobado: tengamos cuidado al subir a Facebook
nuestras fotos de excursiones a Chipinque, o cuando activemos el GPS para
ubicar nuestra estancia vacacional en Isla del Padre. Facebook no es confiable.
Esta red social no es un artefacto digital inocente ni permanece al margen de
los hábitos y manías de sus usuarios. Se vale de un algoritmo predictor para
descubrir movimientos sospechosos de los cibernautas y cruzar estas referencias
con su big data, hasta denunciar con
total hermetismo listas de amigos de usuarios sospechosos, palabras-clave como
droga, sexo, tráfico, cargamento, revuelta, y nombres propios de criminales.
¿Que
esto no debe importarnos a los regiomontanos porque Facebook se limita
exclusivamente a registrar a ciudadanos gringos? Falso. La big data es global, y en últimas fechas se ha enfocado
particularmente a revisar movimientos de ciudadanos mexicanos. Para eso cuenta
con una estadística interna, basada en el historial de fotos, likes, posts e incluso de los archivos
de diálogos privados que cada usuario dejamos en el chat propio; los sitios web
que solemos abrir o que les damos clic. Nada se borra; todo se procesa en el
más perfecto de los clandestinajes.
Cuando
se lo comenté a un amigo hacker, de inmediato me asoció con las típicas teorías
conspiratorias; esas que culpan a la CIA de los atentados a las Torres Gemelas
y que niega el Holocausto Nazi. Pero no hay exageración alguna porque la propia
agencia Reuters lo ha informado recientemente. La justificación que ventila
Facebook cuando se le pregunta sobre el caso ocurre en dos fases: primero se
niega a revelar el secreto, segundo, reconoce que sí recurre a estas prácticas,
pero que las dirige nada más a denunciar proxenetas y violadores potenciales.
Sin embargo, es irrefutable que Facebook colaboró con Scotland Yard para
denunciar a los jóvenes promotores de los disturbios urbanos de 2011, en
Londres y hay indicios de que también delató a los estudiantes del #Yosoy 132 que estaban registrados en
esa red social.
Resulta
vano preguntar si aplican aquí las ordenes de cateo. Esas minucias judiciales
podrán ser obstáculo para la policía cuando les apremia entrar a un domicilio
particular, o a una oficina privada, con el fin de obtener evidencias en contra
de un sospechoso, pero no para entrar a Facebook. La línea divisoria entre
catear, investigar y espiar ciudadanos es difusa y se diluye en un santiamén.
Eso lo saben los chilenos, los argentinos, curtidos en regímenes dictatoriales
como Pinochet y la Junta Militar, pero difícilmente reparamos en esas
perversidades los mexicanos, y menos los regiomontanos, tan bien instalados y
ciegos en nuestra zona de confort social.
Además:
¿y si la interpretación del algoritmo de Facebook es errónea y por casualidad
el cruce de nuestros accesos o visitas a sitios web controvertidos nos
convierte en mala hora en potenciales sospechosos? ¿Tendremos que vivir
inconscientemente, acaso sin saberlo nunca, con nuestra reputación dañada? ¿No
es esto un atentado a la privacidad? ¿A la libertad de expresión? ¿A nuestros
derechos humanos? No digo que los regiomontanos hagamos una diáspora masiva de
Facebook, una salida intempestiva, pero al menos andemos con pies de plomo en
sus solicitudes de aplicaciones, en sus invitaciones a juegos, en los grupos de
amigos y en las fotos que nos compartan y donde nos etiquetemos.
O
Facebook acata las mismas reglas de convivencia social que rigen
igualitariamente, sin excepciones, en Estados democráticos, o estaremos a un
paso de oficializar el Big Brother
global, apenas un peldaño previo a la censura represiva y al Estado policíaco,
una versión extendida al mundo, muy siglo XXI del macartismo y la cacería de brujas, que sellaron la etapa moderna más
obscurantista y ruin de nuestro vecino del Norte. Y mientras tanto, Felipe
Calderón se somete a esta política digital invasiva, aprobando leyes represivas
contra Internet. El gobierno mexicano está de cabeza. Y México lo estará pronto
también.
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