29 octubre 2012

FACEBOOK SE ASOMA BAJO LAS FALDAS


Parece de ciencia ficción pero esta comprobado: tengamos cuidado al subir a Facebook nuestras fotos de excursiones a Chipinque, o cuando activemos el GPS para ubicar nuestra estancia vacacional en Isla del Padre. Facebook no es confiable. Esta red social no es un artefacto digital inocente ni permanece al margen de los hábitos y manías de sus usuarios. Se vale de un algoritmo predictor para descubrir movimientos sospechosos de los cibernautas y cruzar estas referencias con su big data, hasta denunciar con total hermetismo listas de amigos de usuarios sospechosos, palabras-clave como droga, sexo, tráfico, cargamento, revuelta, y nombres propios de criminales.
¿Que esto no debe importarnos a los regiomontanos porque Facebook se limita exclusivamente a registrar a ciudadanos gringos? Falso. La big data es global, y en últimas fechas se ha enfocado particularmente a revisar movimientos de ciudadanos mexicanos. Para eso cuenta con una estadística interna, basada en el historial de fotos, likes, posts e incluso de los archivos de diálogos privados que cada usuario dejamos en el chat propio; los sitios web que solemos abrir o que les damos clic. Nada se borra; todo se procesa en el más perfecto de los clandestinajes.
Cuando se lo comenté a un amigo hacker, de inmediato me asoció con las típicas teorías conspiratorias; esas que culpan a la CIA de los atentados a las Torres Gemelas y que niega el Holocausto Nazi. Pero no hay exageración alguna porque la propia agencia Reuters lo ha informado recientemente. La justificación que ventila Facebook cuando se le pregunta sobre el caso ocurre en dos fases: primero se niega a revelar el secreto, segundo, reconoce que sí recurre a estas prácticas, pero que las dirige nada más a denunciar proxenetas y violadores potenciales. Sin embargo, es irrefutable que Facebook colaboró con Scotland Yard para denunciar a los jóvenes promotores de los disturbios urbanos de 2011, en Londres y hay indicios de que también delató a los estudiantes del #Yosoy 132 que estaban registrados en esa red social.
Resulta vano preguntar si aplican aquí las ordenes de cateo. Esas minucias judiciales podrán ser obstáculo para la policía cuando les apremia entrar a un domicilio particular, o a una oficina privada, con el fin de obtener evidencias en contra de un sospechoso, pero no para entrar a Facebook. La línea divisoria entre catear, investigar y espiar ciudadanos es difusa y se diluye en un santiamén. Eso lo saben los chilenos, los argentinos, curtidos en regímenes dictatoriales como Pinochet y la Junta Militar, pero difícilmente reparamos en esas perversidades los mexicanos, y menos los regiomontanos, tan bien instalados y ciegos en nuestra zona de confort social.
Además: ¿y si la interpretación del algoritmo de Facebook es errónea y por casualidad el cruce de nuestros accesos o visitas a sitios web controvertidos nos convierte en mala hora en potenciales sospechosos? ¿Tendremos que vivir inconscientemente, acaso sin saberlo nunca, con nuestra reputación dañada? ¿No es esto un atentado a la privacidad? ¿A la libertad de expresión? ¿A nuestros derechos humanos? No digo que los regiomontanos hagamos una diáspora masiva de Facebook, una salida intempestiva, pero al menos andemos con pies de plomo en sus solicitudes de aplicaciones, en sus invitaciones a juegos, en los grupos de amigos y en las fotos que nos compartan y donde nos etiquetemos.
O Facebook acata las mismas reglas de convivencia social que rigen igualitariamente, sin excepciones, en Estados democráticos, o estaremos a un paso de oficializar el Big Brother global, apenas un peldaño previo a la censura represiva y al Estado policíaco, una versión extendida al mundo, muy siglo XXI del macartismo y la cacería de brujas, que sellaron la etapa moderna más obscurantista y ruin de nuestro vecino del Norte. Y mientras tanto, Felipe Calderón se somete a esta política digital invasiva, aprobando leyes represivas contra Internet. El gobierno mexicano está de cabeza. Y México lo estará pronto también.   

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