Fue durante la cena dedicada al
poeta Juan Gelman el pasado 14 de octubre, en Monterrey. En la biblioteca le
mostré a él y al notable poeta Héctor Carreto un ejemplar del periódico Regeneración de Ricardo Flores Magón y
varias máscaras de Guy Fawkes, emblema de Anonymous que utilizaron los jóvenes
del Movimiento 15-M en España.
“No digas que la ocurrencia fue
mía” –me pidió Gelman – pero sería buena idea fundar con esto un Museo de
Reliquias Subversivas”. Los presentes nos emocionamos. Por un par de minutos
bulleron sugerencias sobre las piezas que integrarían esta colección de
quimera: no se quién ofreció la pipa del Subcomandante Marcos y alguien más un
par de fotos inéditas del Che Guevara. Entre tanta reliquia de rojo encendido y
quemante pensé como por asociación de ideas en la publicación Posdata, “revista
de sociedad, política y cultura” que este año cumple su décimo aniversario.
Y es que en un entorno regio de
cultura del espectáculo que entroniza motivadores frívolos a falta de genuinos
autores y literatos de fuste, una revista cultural que se toma en serio a sí
misma como Posdata, es una propuesta subversiva. Frente al abandono del
mecenazgo a creadores que definió por décadas al Estado mexicano, la
insurrección de las letras; ante las tierras yermas, asoladas por las sucesivas
sequías económicas, la sublevación de la sensibilidad artística como la que
ejerce este artefacto estético, altamente flamable que nació en marzo de 2002.
Eso es “Posdata”: un elemento
corrosivo que levanta conciencias en Monterrey, que trastoca las polillas de lo
establecido por el solo hecho de existir como alternativa al final casi
definitivo de los suplementos culturales; una opción a la desaparición local –y
próximamente nacional -- del periodismo literario; una tabla de salvación
flotando en altamar con añoranza de volverse Nao de China y que lleva en sus
camarotes soñados la imaginación poderosa de sus creadores: el diseño artesanal
de Oscar Estrada, el cabildeo artístico de Iván Trejo, la fina edición de Zaira
Espinosa, y la obsesión por cazar la ballena de la perfección en el periodismo
y la literatura: el sustantivo preciso y el razonamiento certero de ese capitán
Ahab que cumplió con creces su meta cultural (sinónimo de vida suya), aunque a
la meta no se arribe nunca, que es José Jaime Ruiz.
Alguna vez el argentino Paco
Urondo, enorme poeta subversivo que portaba un arma cargada de lirismo, levantó
una encuesta entre colegas suyos con una sola pregunta radical: “¿Es útil la
poesía?” Y en sí misma la interrogante era un motín en contra del pensamiento
único, débil, acrítico; ese pensamiento uniforme que conduce al suicidio
colectivo a cuenta-gotas, mediante programas de estudio que cancelan las
humanidades y que así olvidan que un poema, un lienzo, una escultura, una
publicación cultural como Posdata, es la única prueba palpable de la existencia
del hombre.
¿Es útil Posdata? Lo es en la
medida en que cada uno de sus números (único e imprescindible) es un acto de
insurrección en contra de la incultura imperante como la que padece Monterrey;
lo es porque junto con la editorial y la página digital del mismo nombre, mantiene
el rumbo sedicioso que el propio José Jaime Ruiz le ha dejado claro: la
apertura a otras lenguas, las traducciones de poesía brasileña, polaca,
inglesa, o de autores como Wislawa Szymborska.
Posdata es pragmática y
rabiosamente útil en tanto cada poema que publica, cada ensayo artístico que
registra, cada entrevista literaria que consigna, es una reliquia en potencia
para el museo imaginario de la rebeldía que aventuró en una cena de tantas,
cierta noche venturosa, el eterno Juan Gelman.
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