26 octubre 2012

EL MUSEO DE LAS RELIQUIAS SUBVERSIVAS


Fue durante la cena dedicada al poeta Juan Gelman el pasado 14 de octubre, en Monterrey. En la biblioteca le mostré a él y al notable poeta Héctor Carreto un ejemplar del periódico Regeneración de Ricardo Flores Magón y varias máscaras de Guy Fawkes, emblema de Anonymous que utilizaron los jóvenes del Movimiento 15-M en España.

“No digas que la ocurrencia fue mía” –me pidió Gelman – pero sería buena idea fundar con esto un Museo de Reliquias Subversivas”. Los presentes nos emocionamos. Por un par de minutos bulleron sugerencias sobre las piezas que integrarían esta colección de quimera: no se quién ofreció la pipa del Subcomandante Marcos y alguien más un par de fotos inéditas del Che Guevara. Entre tanta reliquia de rojo encendido y quemante pensé como por asociación de ideas en la publicación Posdata, “revista de sociedad, política y cultura” que este año cumple su décimo aniversario.

Y es que en un entorno regio de cultura del espectáculo que entroniza motivadores frívolos a falta de genuinos autores y literatos de fuste, una revista cultural que se toma en serio a sí misma como Posdata, es una propuesta subversiva. Frente al abandono del mecenazgo a creadores que definió por décadas al Estado mexicano, la insurrección de las letras; ante las tierras yermas, asoladas por las sucesivas sequías económicas, la sublevación de la sensibilidad artística como la que ejerce este artefacto estético, altamente flamable que nació en marzo de 2002.

Eso es “Posdata”: un elemento corrosivo que levanta conciencias en Monterrey, que trastoca las polillas de lo establecido por el solo hecho de existir como alternativa al final casi definitivo de los suplementos culturales; una opción a la desaparición local –y próximamente nacional -- del periodismo literario; una tabla de salvación flotando en altamar con añoranza de volverse Nao de China y que lleva en sus camarotes soñados la imaginación poderosa de sus creadores: el diseño artesanal de Oscar Estrada, el cabildeo artístico de Iván Trejo, la fina edición de Zaira Espinosa, y la obsesión por cazar la ballena de la perfección en el periodismo y la literatura: el sustantivo preciso y el razonamiento certero de ese capitán Ahab que cumplió con creces su meta cultural (sinónimo de vida suya), aunque a la meta no se arribe nunca, que es José Jaime Ruiz. 

Alguna vez el argentino Paco Urondo, enorme poeta subversivo que portaba un arma cargada de lirismo, levantó una encuesta entre colegas suyos con una sola pregunta radical: “¿Es útil la poesía?” Y en sí misma la interrogante era un motín en contra del pensamiento único, débil, acrítico; ese pensamiento uniforme que conduce al suicidio colectivo a cuenta-gotas, mediante programas de estudio que cancelan las humanidades y que así olvidan que un poema, un lienzo, una escultura, una publicación cultural como Posdata, es la única prueba palpable de la existencia del hombre.

¿Es útil Posdata? Lo es en la medida en que cada uno de sus números (único e imprescindible) es un acto de insurrección en contra de la incultura imperante como la que padece Monterrey; lo es porque junto con la editorial y la página digital del mismo nombre, mantiene el rumbo sedicioso que el propio José Jaime Ruiz le ha dejado claro: la apertura a otras lenguas, las traducciones de poesía brasileña, polaca, inglesa, o de autores como Wislawa Szymborska.

Posdata es pragmática y rabiosamente útil en tanto cada poema que publica, cada ensayo artístico que registra, cada entrevista literaria que consigna, es una reliquia en potencia para el museo imaginario de la rebeldía que aventuró en una cena de tantas, cierta noche venturosa, el eterno Juan Gelman.  

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