Un vecino de San Pedro, amigo mío,
de cuarenta y dos años, trabaja como asesor financiero en la casa de bolsa
Value. Cierta mañana, mientras sigue los números de los mercados en su Mac,
inventa un nickname para una nueva cuenta del chat.
Del otro lado alguien
(aparentemente una mujer) le dice: hola. Él, contesta: hola. Y poco a poco,
semana tras semana, mientras asesora clientes, nuestro vecino de San Pedro
comienza un intercambio de frases con aficiones falsas, alusiones a su vida
ficticia y pequeñas confesiones. Puro invento.
Pasan los meses y el diálogo
virtual continúa: se citan cada hora determinada de la tarde en el chat y
comparten su supuesta intimidad en ese espacio virtual. Pero el vecino de San
Pedro, avivado ya su instinto de seductor, da un paso audaz y empujado por la
casualidad de vivir en la misma ciudad, invita a su amiga virtual a conocerse
en persona.
Deciden verse una noche en el
Silvanos de la plaza 401, un restaurante discreto y a la vez acogedor para una
cita romántica. Se juntan, al fin, obligándose a compartir la consecuencia de
saltar de la Mac a la escena real.
Pero la mujer que entra en el
Silvanos, reconoce en el vecino de San Pedro a su marido y éste, a se vez, se
encuentra ante su esposa, la mujer con la que estuvo chateando durante meses.
Moraleja: de verdad que hay gente pendeja.
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