En lo que aparenta ser una crítica a Frank Kermode y al libro The sense of an ending, el novelista inglés David Lodge acusa al célebre crítico de ser un dandy intelectual que se complace en “exhibir su brillantez” (“delights in exhibiting his brilliance”). Sin embargo, añade Lodge: “la brillantez es genuina” (“the brilliance is genuine”)[1]. Tuve una sensación similar al conocer al maestro José Luis Ibáñez, quien exhibe una brillantez deliberada en sus exposiciones, que sin embargo, es genuina.
¿Qué me aportó en lo personal su materia de Letras Españolas? Lo diré basándome en una de las ideas de Kermode, aquella de que la novela transubstancia el estado puro del tiempo, ordinario y desorganizado, para volverlo “tiempo virtual” con principio y final. Pues bien, a su manera, el maestro Ibáñez suma diversas materias en aparente “estado puro” (historia de las ideas, el teatro de Lorca, Gómez de la Serna, el Siglo de Oro, la representación teatral, etcétera), para diseñar en este semestre recién concluido, una estructura virtual que se sostuvo en tres ejes:
1.- La correspondencia de las obras literarias.
2.- Las dificultades inherentes al montaje teatral.
3.- El ánimo cuestionador de todo corpus de conocimiento establecido.
El primer eje cobra forma literaria, el segundo exige aplicación práctica y el tercero adquiere una voluntad transgresora digamos que temperamental.
Para mi tesis sobre el esperpento de Valle Inclán, fue muy interesante que el maestro Ibáñez nos indujera a asociar el estilo peculiar del escritor gallego con las características de los entremeses cervantinos y, sobre todo, del sainete. Los cuernos de don friolera tienen influencia del género chico y, especialmente de la “tragedia grotesca”, que es como el comediógrafo Carlos Arniches definió a su obras satíricas. Se entiende, por tanto, que en literatura las creaciones se corresponden como vasos comunicantes, planteamiento que, entre otros ensayistas, Octavio Paz desarrolló en su libro temprano El arco y la lira.
Las dificultades de montaje de toda obra teatral es materia universitaria de altísima importancia para el maestro Ibáñez, que, irónicamente, no ha sido suficientemente considerada en los programas de estudio ni de licenciatura ni de posgrado. No es tanto un problema de ignorancia sino de comodidad psicológica: estudiar cómo poder montar una de las obras del teatro imposible de Lorca (por ejemplo, El paseo de Buster Keaton), de las obras de Valle que él mismo calificó de “irrepresentables” (por ejemplo, Divinas palabras), o de cualquier otro autor, sea Ibsen o Eliot, exige del docente erudición rigurosa y experiencia en la práctica e interpretación teatral que casi nadie posee en el medio mexicano a excepción obvia de Ibáñez. En el ingenio artesanal de llevar a escena una obra, reside el verdadero sentido etimológico de la palabra pragmatismo, es decir, poner en práctica una idea, o en este caso, una creación ficticia traducida en realidades perceptibles por el público.
Finalmente, el maestro Ibáñez me aportó el método y en cierta forma me curtió el temperamento para cuestionar la “episteme” que los aparatos culturales sedimentan en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y que muchas veces lastran la investigación y la curiosidad hermenéutica en el mundo académico, y la libertad creadora en la composición teatral (de ahí su airada defensa a autores acusados por el establishment de no dominar la técnica teatral como en su época sucedió con Octavio Paz y su Hija de Rappaccini ó con Mario Vargas Llosa y su Señorita de Tacna). Rigurosamente pero con espíritu transgresor, hay que poner en solfa todo conocimiento aprendido, por lo que se debe echar mano tanto de la crítica como de la tolerancia, dos valores heredados de la modernidad, que el maestro Ibáñez monta en escena con genuina brillantez en cada una de sus clases de posgrado
[1] David Lodge, Language of fiction: seáis in criticism and verbal análisis of the English novel. Routledge, London. 2002. p. 214.
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