03 mayo 2010

Street View en la mira






La web sufre temporadas de lluvia que la dejan mojada hasta los huesos. Hay días peores que otros en los que se acusa a Internet de invadir la privacidad de las personas, como  acaba de ocurrir la pasada semana por parte del gobierno alemán.  Las autoridades representadas por la señora Ilse Aigner, ministra federal de protección al consumidor, mediante una carta al Ministerio del Interior donde pide estudiar “medidas legales y posibles cambios a la legislación”, la ha embestido en contra de Street View, un sistema que recorre con fotografías en tercera dimensión las calles de cada ciudad, para convertirlas en mapas visuales. Los pitones de la funcionaria apuntan a la supuesta indefensión de los datos personales de los ciudadanos por lo que exige a Google suprimir las señales wifi de los edificios fotografiados y ya ubicados en los servicios de geolocalización.

Sigue esta declaración a la que días previos lanzó el presidente de la Agencia Europea de Protección de Datos, en el sentido de que Google deberá avisar mediante anuncios en la prensa local (¿en los blogs ni pensarlo?), los recorridos que haga en la calles con la cámara al hombro. ¿Se imaginan lo que hubiera sido de El Aleph de Borges si hubiese tenido que informar por cada piélago del universo que almacenaba en sus entrañas? La ignorancia de la señora Aigner es más grande que el universo borgiano, de por sí grande y abigarrado (por cierto, acaso no fue el escritor argentino un precursor de Google, con sus libros de arena y sus Funes milagrosamente memoriosos?). 

Además, para seguir rizando el rizo, le han pedido a Google que no almacene por más de seis meses las imágenes captadas por sus cámaras (propuesta que sintoniza con la señalada por la Unión Europea que tampoco quiere a Street View), amén de pedir autorización a cada vecino para que fotografía la fachada de su casa, idea absurda retomada de la asociación alemana de ciudades y municipios. Finalmente, por si lo anterior fuera  poco, se planeta imponer una tasa a Google por cada fotografía que tome de los carreteras y caminos conforme a la jurisdicción de cada municipio, lo que daría el tiro de gracia al noble propósito de aproximarnos más a las personas, saltando fronteras y barreras geográficos.

A mi modo de ver, el blog corporativo de Google ha respondido a estas acusaciones con poco acierto, como temeroso de levantar una polvareda peor y con el agravante de que han sido muy contadas las voces que se han alzado para defender la legitimidad de fotografiar calles y fachadas, como si pudieran traspasarse con rayos X y así poder vigilar a la vecina duchándose, o al vecino en el retrete. E incluso críticos objetivos de Google, como lo es Enrique Dans, ya han puesto el grito en el cielo, aunque con ciertas cautelas para no comprometerse. "Es muy fácil recurrir al tópico de que Google sabe mucho de nosotros -- dice Dans -- pero si no se detecta un éxodo de usuarios hacia su competencia, que no lo olvidemos, está a un solo clic de distancia, será porque, al menos por el momento, la cosa se queda en el tópico". Sin embargo, Dans se queda a la mitad de la condena, pues estas políticas que no me sofreno en llama surrealistas, escandalizarían al propio André Breton y alcanzan dimensiones de locura esférica, sin lados, una barbaridad que rebasa los límites de las interacciones virtuales y se filtra en la prepotencia del Estado, que no se limita a ponerle piedras en el camino de Google sino que sienta precedente de los intereses creados que protegen los gobiernos sobre la web y de lo poco que estamos adiestrados para subirnos al tren de la modernidad (metáfora al gusto de los discursos anticuados de los políticos alemanes).  

Paradojas de la modernidad: antes eran los particulares quienes se quejaban de que el Estado era invasivo de su privacidad. Debió caer el Muro de Berlín y luego todo el Imperio Soviético para sacudirnos estas pajas y salvar a media humanidad de ser vigilada por la otra media. Pero el temor al Big Brother, sea ficticios o no estos miedos, se ha sedimentado en nuestra civilización, y lo demuestran las cantidades industriales de films y series de televisión donde la vigilancia ilegal se convierte en la esencia de la trama. Ahora es el gobierno quien aparentemente se pone del lado de los ciudadanos, aunque en realidad no termina de convencer a nadie, en un claro afán de generar confusión, inventar alarmas y ganar prestigio, destruyendo el de Google. 

Mala señal: ondeando la bandera del respeto a la intimidad de los ciudadanos –que en este caso de ninguna forma se vulnera—el gobierno alemán y por lo que se vislumbra incluso la Unión Europea (entelequia supuestamente ultramoderna si las hay), se suma a la causa de debilitar los cimientos éticos de una empresa que, como todas, tiene sus flancos débiles y sus excesos, pero cuyo saldo final es favorable al desarrollo tecnológico en su faceta de hacer más cómoda la vida para los seres humanos. 

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